—Nunca he montado en avión.
—¡¿Por qué?! ¡¿Cómo es que.. —Frederick no podía creer que una persona tan joven y en pleno siglo 21 aún no subiera a un avión.
—Ya sabe, para alguno no es una posibilidad o simplemente no fue una prioridad —Danielle sentía algo de vergüenza al decir eso.
—Entiendo.
Los ojos de Frederick estaban más serios que de costumbre, se dio cuenta que vivía en una burbuja que lo aislaba por completo de muchas otras realidades que tenía el mundo, era un excelente jefe a todos sus empleados, en especial a los de su casa, les otorgaba vacaciones pagas y con avión, pero como Danielle nunca tomo las suyas entendía bien porque ella nunca había viajado en uno.
Los ojos de Danielle se clavaron en cada detalle de aquel avión privado, no dejo ningún lugar sin recorrer. Estaba entre asombrada y embelesada con todo aquello que veía, asientos de cuero, posavasos en madera, los acabados, los colores, el olor, la elegancia del personal allí adentro, estaba siendo tratada como la ama y señora de todo aquello.
Lo era, en realidad Danielle era la dueña de todo eso, aunque aún no tuviese claro aquello, aunque fuese una verdad a medias para ella. Aunque ella creyera que todo era nada más que el contrato, aún le faltaban cosas por comprender, como que en caso de no estar Frederick la única persona con la potestad de tomar decisiones sería ella. La única apta para controlar una de las fortunas más grandes del mundo era nada más y nada menos que una niña ingenua y tonta, casi sin educación.
—¿Esto es seguro verdad? —el miedo era palpable en la chica.
—Más que un auto, si —Frederick estaba divertido.
—No se ría de mi ignorancia, es solo que tengo miedo.
—No me rio de eso, me parece la cosa más dulce que jamás he visto. Cada segundo, cada minuto que paso junto a ti, que te observo, que veo tus ojos brillar con cada cosa que te sorprende, yo simplemente no puedo hacer más que envidiarte y querer, querer protegerte. Me llenas la vida de cosas que no conocía.
—Bueno, es algo en común que tenemos.
—¿Qué?
—Usted también me llena de cosas que no conocía —Danielle, bajo la mirada al piso y jugo con sus dedos.
Se sentó en la amplia silla con la que podía hacerse mansaje y descansar en el corto vuelo, eran dos horas, pero ella estaba removiéndose y cuando estaba por empezar el vuelo, Frederick estiro su mano, se encontraban frente a frente.
—Ven.
Danielle obedeció, el magnetismo que sentía cuando lo miraba a los ojos era inexplicable, se volvía mucho más sumisa de lo que era, pero su corazón le pedía a gritos que obedeciera, porque aquello le daba felicidad. No era fácil de admitir, pero le gustaba estar bajo la protección y custodia de Frederick. Aunque extrañaba su trabajo y hablar más con sus compañeros en la enorme casa.
—Si.
Con un mínimo de fuerza, la arrastro hasta su regazo y la sentó sobre sus piernas, quedo el rostro de Danielle contra el cuelo de Frederick y ese olor impacto contra su rostro, no había estado tan cerca de él y se sintió abrumada.
Las manos de Frederick la rodearon, la abrazo por completo, pero antes subió las piernas de Danielle sobre el para tenerla por completo a su merced. Se abrazo a ella y sus ojos estaban fijos al frente.
Frederick se sentía curado, se sentía a salvo, sentía que esa enfermedad que lo tenía poseído se iba poco apoco mientras estaba con Danielle, podría morir allí mismo y no se arrepentía de haberla forzado a casarse con el. No podía seguir ignorando su instinto o rogando al cielo porque aquella chiquilla se fuese de su vida, cuando estaba obsesionado por mirarla desde su ventana cada madrugada. Si pudiera la amarraba a su mano, para no perderla de vista. La quería para el, necesitaba ese bálsamo que era la presencia de ella en su vida.
Lentamente y sin ser más invasivo con la chica, acaricio su ondulada cabellera, luego llego a su mejilla y sin darse cuenta estaba deslizando su dedo índice con suavidad por los aterciopelados labios de Danielle, que estaba encantada con aquellas caricias, no las había buscado pero las recibía gustosa.
—Me gustas, Danielle.
—Haaa...
—Danielle, Danielle, Danielle. Eres tan perfecta, que tengo miedo de hacer cosas que te dañan, pero quiero que sepas que por ti haría lo que fuese.
—Apenas si me conoce, Frederick.
—No, tu recién me conoces, pero yo a ti llevo un año haciéndolo. Y tampoco me importaría si te hubiese conocido ayer, porque a veces el amor simplemente llega cuando le da la gana y florece en pleno invierno, así me siento contigo. Y no me arrepiento de mostrarme de esta manera con tal de que sepas mi verdad, que por ti quemaría el mundo entero si fuese necesario. La vida a veces te ofrece dos opciones, eres feliz con la persona que te has ligado desde siempre o eres feliz con una persona que acabas de conocer. Y yo tengo la fortuna de acumular recuerdos con alguien que acaba de conocerme.
—No se porque hace esto, no se porque yo. Pero gracias, yo también soy feliz.
Frederick no tenía malas intensiones aunque todo indicara que si, aunque toda esa situación indicara que solo quería usar a Danielle, para Sam no era fácil creerle a su amigo, pero Frederick tampoco sentía la necesidad de demostrarle a él sus sentimientos.
Las caricias calmaron a Danielle, que durante el vuelo sintió un poco de turbulencias, vio reírse de eso a Frederick y le pidió que no lo hiciera, entonces el decidió seguir con sus caricias suaves y delicadas para calmarla, dio un suave beso primero en le brazo donde sus dedos eran casi imperceptibles ahora y luego en el rostro, donde la hinchazón iba desapareciendo igual.
Danielle sabía que ni en mil años podría borrar el rastro de aquellas caricias, eran honestas.
Los besos de Frederick se movieron por todo el rostro de Danielle y cuando estuvo frente a sus labios, se miraron fijamente. Él le estaba pidiendo permiso para tocarlos con los suyos y ella con un leve movimiento de cabeza se lo concedió.
Primero solo los coloco y los recorrió con los suyos, luego sus labios se volvieron más impertinentes y su lengua también recorrió los de Danielle, que era una total inexperta en aquello, se dejo guiar y las manos de Frederick se movieron a la cintura de su esposa, el beso fue demasiado delicado y lento. Era un placer para él.
—¿Si te pido más, me lo darías?
—Soy tu esposa, Frederick —la respuesta fue natural en ella, fue lo que su cerebro la impulso a decir y no sentía pena ni arrepentimiento.
Esa sonrisa del millón de dólares de Frederick era preciosa y Danielle lo sabía, lo supo allí mismo cuando el se la regalo, luego de su respuesta, estaba perdida entre sus brazos y ya o era dueña de su realidad.
—Gracias —apoyo su frente en la de Danielle—. Gracias por mostrarme que no todo es malo, eres eso bueno que tanto le pedí a la vida desde que era un niño, sabía que existías, sabía que estabas por allí y encontrarte ha sido lo mejor que me ha pasado.
—¿Y si mañana te das cuenta que no soy la mujer que esperabas?
—¿Y si mañana te das cuenta que no soy el hombre que esperabas?
—Nunca te espere y no espero nada de ti, Frederick.
No era la respuesta que esperaba, pero Danielle era franca y honesta. No esperaba a u n hombre en su vida, mucho menos casarse y estaba mentalizada en no hacerse ideales imposibles con Fredrick, tenía claro que ella no era una mujer que estuviese a su nivel en muchos aspectos y que en cualquier momento aquello la podría aburrir.
—Tienes razón —la tomo de la mano y la beso—. Pero voy a hacer que eso cambie, te prometo que voy a hacer lo que este en mis manos con tal de que para ti, yo sea lo único importante y necesario. Que esperes tanto de mi que si te defraudo me lo digas, que me quieras tanto que si nos separamos te duela, como me dolería a mi que te fueras de mi lado, que me hagas tan feliz como yo quiero hacerlo contigo.
—Entonces yo, te prometo que voy a dar lo mejor de mi, pero si un día no sientes lo mismo, promete que me lo dirás y me dejaras la dignidad intacta, no quiero estar sumida en algo que no me haga feliz.
—Gracias, ya me haces feliz.
Al aterrizar Frederick no la pudo soltar, no quiso soltarla, se sentía ligado y pegado a ella.
—Ven vamos al auto y luego iremos a tomar un chocolate caliente en un lugar pequeño antes de llegar a la casa. Quiero que veas algo que me gusta.
El camino fue corto, una pequeña cabaña junto a la carretera, sin ningún nombre, pero de aspecto acogedor.
—Frederick.
—Viejo Jones, Hola.
Era un hombre canoso, pero de aspecto juvenil.
—¿Quién es? En todos los años de vida que tienes, nuca te había visto con una mujer.
Danielle no podía dar crédito a eso, era un hombre poderoso y hermoso, era obvio que muchas estaba a sus pies.
—Si leyeras las noticias, sabrías viejo Jones. Es mi hermosa esposa, Danielle.
—Es simplemente hermosa, los felicito. Es un gusto conocerla señorita. Y sabes que no veo las noticias.
—Si, pero deberías.
—No. ¿Lo mismo de siempre?
—Si, la mesa esta disponible.
—Como siempre, Frederick.
Llevo a Danielle, hasta el final del lugar y salieron por una puerta, el frío era ligero, pero estaba allí. unos pasos más y estaban en una terraza toda en madera que les permitía ver las montañas y en medio de ellas el sol, estaba allí.
—Ven siéntate, en poco llegara el chocolate caliente.
—Gracias, es hermoso este lugar.
—Lo es, vengo desde muy niño. Jones me conoce casi desde que nací y desde que nací, dice él, que me ha gustado este lugar. Mi nana era su esposa y ella se sentaba acá a mecerme para calmarme.
—¿Su nana?
—Si, mi madre nunca estuvo. Pero no es algo de lo que tengamos que hablar. No puedo arruinar esta vista y esta compañía con un tema tan poco agradable.
—¿Entonces nunca ha venido con nadie? —pregunto con la intención de cambiar de tema.
—No, con nadie. Eres la primera y la única. Ten cúbrete —Frederick le extendió una cobija.
Danielle la coloco sobre su cuerpo, subió las piernas a la silla y extendió la cobija sobre Frederick también.
—Supongo que no soy la única con frío.
—Supones bien, esposa.
Se miraron enseguida y una sonrisa fue cómplice de aquellas palabras que parecían broma.
bebieron el chocolate y el atardecer fue llegando, conversaron amenamente sobre ellos, casi parecía que se conocían de toda la vida. Frederick estaba interesado en los gustos de Danielle y ella igual. Las carcajadas llegaban a la habitación donde estaba el viejo Jones, que se encontraba estupefacto, pues nunca había visto reír a Frederick tanto.
—Ya, debemos parar. Quiero que mires esto.
Fijo su atención al frente y Danielle lo siguió con la mirada.
Era el atardecer, allí frente a ellos, vieron como el cielo se pinto de tonos naranjas y contrastaba con unas nubes enormes, era como estar viendo una pintura, los ojos de Danielle estaban brillantes y radiantes, era tal vez lo más hermoso que ella había visto.
—Un atardecer... —Susurro.
—Si Danielle, tu eres mis amaneceres, pero los atardeceres te los acabo de entregar yo.
Ella sabía muy bien de que hablaba Frederick, aquello era algo tan personal y privado para él, que le estaba entregando un pedazo de si mismo a ella.
—Gracias.
Lo beso, el beso fue un impulso, fue cálido y tierno, la intromisión de la lengua de Frederick cambio el ritmo y Danielle sentía que tocaba el cielo.
—Lo haría de nuevo.
—¿Qué?
—Casarme contigo, Frederick.