Zoe yacía en una cama del hospital, sumida en un sueño profundo y agitado. La fiebre, causada por la infección en su pie no cedía, y la hacía delirar, llevándola a un mundo de recuerdos distorsionados y fragmentados, donde el pasado y el presente se entrelazaban en una maraña de dolor y angustia. En su sueño, Zoe era una niña de nuevo, de no más de ocho años, corriendo por un pasillo oscuro y estrecho. Podía escuchar los gritos de su madre resonando por toda la casa, aquellos alaridos desesperados que habían sido una constante en su infancia. Cada paso que daba la acercaba más a la puerta del dormitorio, y aunque sabía lo que encontraría al otro lado, sus pequeños pies la llevaban irremediablemente hacia allí. Al empujar la puerta, la escena que se desplegó ante ella era la misma que hab