Un juego peligroso.
«¡Mire lo que me hizo mi marido! ¡Necesito su ayuda! ¡Si no logro divorciarme, él va a acabar con mi vida!»
La voz suplicante y la mirada llena de angustia de la mujer que minutos antes estuvo en la oficina de Zoe Evans, resonaban en su mente. No podía sacar de su memoria los moretones en el cuerpo de aquella pobre esposa, atada a un verdadero energúmeno.
«Mi marido es un hombre agresivo y violento. Un machista que me tiene prisionera en mi propia casa. Me engaña con sus secretarias y me tiene amenazada. La única manera de conseguir el divorcio y poder vengarme es poniéndole una trampa. Tenemos un acuerdo prenupcial: el que engaña al otro pierde la empresa»
Zoe caminaba de un lado a otro sobre sus altos tacones, deteniéndose frente al amplio ventanal de su despacho, pensativa.
—El día que mi madre murió, juré que haría justicia en nombre de todas las mujeres que han sufrido maltrato —murmuró, apretando los puños mientras su pecho subía y bajaba agitado. No pudo evitar recordar cómo su progenitora recibía golpes constantes de su pareja, hasta que un día aquel individuo acabó con su vida. Zoe se quedó con la mirada perdida mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas—. Voy a ayudar a Claire Wells, así tenga que infiltrarme en la empresa de su marido y conseguir pruebas de su comportamiento narcisista y de sus múltiples engaños.
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Patrick Wells lanzó su impecable cárdigan sobre el escritorio de su asistente personal. La chica se sobresaltó, mirándolo con terror mientras sentía que las piernas le temblaban.
—¡Es que nadie en esta empresa puede hacer un buen trabajo! —vociferó con una voz tan fuerte que su timbre hizo eco en las paredes de la empresa—. ¡Era un simple informe! ¡Un maldito informe que mi querida y eficiente asistente no pudo realizar! —La miró con ojos centelleantes de ira.
—Señor, yo...
—¡No quiero más excusas! ¡Estoy harto de la incompetencia! —rugió Patrick, su voz retumbó en los pasillos. Lanzó el informe mal hecho sobre el escritorio de la asistente, haciendo que ella y todos los presentes se estremecieran—. ¿De qué sirve tener una asistente tan preparada si no puede hacer su trabajo correctamente? —cuestionó, con su tono gélido y severo, mientras soltaba un bufido de frustración. Su mirada se clavó en su asistente, quien se encogió bajo la intensidad de su furia—. No pienso tolerar más errores. ¿Entendiste?
Zoe había bajado del elevador con el pretexto de buscar un empleo y logró escuchar a aquel hombre, que estaba de espaldas a ella, humillar a la chica detrás del escritorio. La asistente no parecía una mujer, sino un animalito indefenso incapaz de defenderse, y no pudo contenerse. Con pasos decididos, se acercó a Patrick, sus ojos chispeaban con indignación.
—¡Qué manera tan despreciable de tratar a tu asistente! —recriminó ella, con su voz firme y desafiante—. Ese tipo de conducta es inaceptable. Estás acosando a tu asistente y creando un ambiente de trabajo tóxico. Si sigues así, no dudaré en denunciarte por acoso laboral y abuso de poder. ¿Quieres poner a prueba mi determinación?
Patrick se quedó momentáneamente sin palabras, sorprendido por la valentía y la amenaza de una mujer. Era la primera vez en su vida que alguien se atrevía a desafiarlo de ese modo. Entonces él volteó.
Desde el primer momento que Zoe lo vio, no pudo evitar notar su imponente altura. Su piel bronceada contrastaba con su elegante traje oscuro, haciendo que pareciera un modelo salido de una revista. Sus ojos verdes, aunque intensos, le resultaban fríos y calculadores, como si siempre estuviera buscando una ventaja. El cabello castaño, perfectamente peinado, solo añadía a esa imagen de perfección que tanto despreciaba.
Sus facciones eran marcadas y simétricas: una mandíbula fuerte, pómulos altos y una nariz recta que le daba un aire de autoridad. Los labios, aunque bien formados, rara vez mostraban una sonrisa genuina, lo que solo incrementaba su desconfianza hacia él. Era musculoso, cada movimiento revelaba un cuerpo entrenado y mantenido con esmero. A pesar de su apariencia impecable y su elegancia natural, no podía dejar de pensar en lo superficial y arrogante que era. Su atractivo físico solo hacía que su actitud prepotente fuera aún más irritante. Para ella, no era más que una fachada bien construida, escondiendo a un hombre vacío y calculador.
Patrick la observó con una mezcla de irritación y fascinación. Aquella mujer era delgada y esbelta, con una piel clara que contrastaba con su cabello caoba rojizo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos verdes, brillantes y llenos de determinación, lo miraban con una intensidad que pocos se atrevían a sostener.
No era bonita en el sentido clásico de las modelos que adornaban las revistas, pero había algo en su apariencia sencilla y natural que resultaba innegablemente atractivo. Su belleza no radicaba en una perfección inalcanzable, sino en una autenticidad que destacaba incluso en el ambiente impersonal de la oficina. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de ella era su carácter. A pesar de su aspecto tranquilo, había una fuerza inquebrantable en esa mujer. Parecía que era de las que no se dejaba intimidar fácilmente y su firmeza en sus convicciones la hacía destacar aún más. Patrick no podía decidir si admiraba su valentía o si simplemente le resultaba una espina en el costado. Pero una cosa era segura: Ella no era alguien que se pudiera ignorar.
—¿Quién demonios eres y por qué te atreves a hablarme en ese tono? —increpó, acercándose a ella de manera intimidante.
Zoe tembló, pero no se dejó intimidar. Recordó que su propósito en esa empresa no era precisamente salvar a la asistente, sino ayudar a la esposa de aquel energúmeno. Decidió bajar la guardia y trató de suavizar su tono.
—Señor, sé que no soy nadie, pero esos comentarios que usted hace me causan indignación. A mí no me agradaría que mi jefe me tratara de ese modo. Además, ahora existen leyes que parece usted ignora —explicó, aclarándose la garganta.
—¿Y crees que por qué conoces esas leyes, tienes derecho a faltarme el respeto? —preguntó Patrick la evaluó con la mirada con una mezcla de desdén y curiosidad.
Zoe sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras él la observaba con esos ojos verdes, fríos y calculadores. Tenía que pensar rápido; no podía dejar que su valentía momentánea arruinara su plan.
—Perdón, señor Wells. No era mi intención faltarle al respeto —respondió, bajando la mirada—. Solo vine a dejar mi hoja de vida. Estoy buscando un empleo y pensé que esta podría ser una buena oportunidad.
Patrick la miró con suspicacia.
—¿Hoja de vida? —repitió, aún desconfiado.
—Sí, señor Wells. Me gustaría ser considerada para algún puesto en su empresa —expuso Zoe, extendiéndole una carpeta con un currículum brillante que había falsificado cuidadosamente.
Patrick tomó la carpeta, hojeándola. Sus ojos se detuvieron en algunos detalles que parecían impresionar incluso a él. Leyó el nombre falso que ella había puesto: Camila Lynch. Cerró la carpeta de golpe y la miró fijamente.
—Muy bien, señorita Lynch. Vamos a ver qué tan buena es en realidad —murmuró con una sonrisa fría—. Acompáñame a mi despacho.
Zoe sintió que su corazón latía con fuerza mientras lo seguía. Entraron al amplio despacho de Patrick, donde él se sentó detrás de su escritorio y le indicó que tomara asiento.
—Ahora, dime, ¿por qué realmente estás aquí? —preguntó Patrick, su voz era suave pero cargada de amenaza.
—Como le dije, estoy buscando trabajo —respondió Zoe, tratando de mantener la calma.
Patrick la observó en silencio por un momento, luego presionó un botón en su escritorio.
—¡Sandra! —llamó, su voz resonó por el intercomunicador.
La asistente entró, aun visiblemente afectada por el reciente enfrentamiento.
—Recoge tus cosas, estás despedida. Desde hoy, tu defensora, la señorita Camila Lynch, ocupará tu cargo —avisó Patrick sin ningún rastro de emoción.
Sandra lo miró con incredulidad, sus ojos llenos de lágrimas, pero no se atrevió a decir una palabra.
Zoe sintió un nudo en el estómago y se levantó con rapidez.
—Señor Wells, por favor, no era mi intención que Sandra perdiera su trabajo. Solo quería señalar lo injusto de la situación. Le pido que le dé otra oportunidad —suplicó, con su voz llena de sinceridad y preocupación.
Patrick la miró fijamente, evaluando sus palabras.
—¿Otra oportunidad? —preguntó, con un tono lleno de escepticismo.
—Sí, por favor. Estoy segura de que puede mejorar y hacer un buen trabajo si se le da la oportunidad —insistió Zoe, mirando a Sandra con empatía.
Patrick mantuvo su mirada sobre Zoe por un largo momento antes de hablar.
—Recoge tus cosas y baja a recepción —ordenó Patrick a Sandra, con su tono implacable—. No serás despedida y ganarás lo mismo, pero el único puesto vacante ahora es el de recepcionista. La señorita Camila Lynch ocupará tu cargo como asistente.
Sandra se quedó en silencio sin moverse de su lugar.
Zoe se sorprendió por ese extraño comportamiento de Patrick. Por un momento, parecía haber dejado de ser un dictador para convertirse en un jefe comprensivo. Sin embargo, pensó que probablemente todo se debía a la amenaza de ella con las autoridades.
—¿Alguna objeción Sandra? —preguntó.
—No, señor. No tengo ninguna objeción —respondió, resignada, salió con rapidez del despacho.
Patrick asintió, volviendo su atención a Zoe.
—Bienvenida a tu nuevo puesto, señorita Lynch. Vamos a ver si eres tan buena como dices —murmuró con una sonrisa.
Zoe asintió, tratando de ignorar la sensación de vértigo que la invadía. Sabía que acababa de entrar en el juego más peligroso de su vida, y que no había vuelta atrás.