Zoe respondió al beso con una mezcla de sorpresa y entrega, sintiendo cómo todo su cuerpo se estremecía ante la intensidad de ese momento. No había miedo, no había duda, solo el calor del contacto y la sensación de que, en esos breves segundos, nada más importaba. Cuando se separaron por falta de oxígeno, ambos se miraron con respiraciones entrecortadas, conscientes de que habían cruzado una línea de la que ya no podían retroceder. Patrick acarició su mejilla una última vez antes de apartar la mano, luchando por recuperar el control que siempre se había impuesto. —No puedo prometerte nada, Zoe —susurró con su voz era baja pero firme—. Pero no quiero verte sufrir, y haré lo que esté en mis manos para protegerte. Zoe asintió, aun sintiendo el latido de su corazón desbocado. Sabía que la