Zoe, rápida de reflejos, escondió la fórmula detrás de su cuerpo, metiéndola entre la falda y la blusa. Levantó las manos, mostrándoselas vacías.
—No tengo nada, señor Wells —balbuceó tratando de mantener la calma en su voz. Sus ojos se encontraron con los de él, intentando parecer inocente.
Patrick la observó con atención, su mirada penetrante buscando cualquier señal de mentira. Después de unos tensos segundos, pareció convencerse.
—Bien, entonces puedes irte —ordenó con su clásica frialdad.
Zoe asintió y se despidió con prisa, recogiendo sus cosas. Salió del despacho, sintiendo un peso enorme levantarse de sus hombros. Caminó con rapidez por los pasillos de la empresa.
Al salir del edificio, comenzó a correr. La adrenalina la impulsaba, y su mente estaba centrada en un solo pensamiento: después de llevarse la fórmula, ya no tendría que volver a verlo. Había cumplido su misión, pero a un precio emocional alto.
*****
Patrick se quedó en el despacho por unos momentos después de que Zoe se fuera. Se giró hacia su escritorio, revisando los documentos que estaban allí. Fue entonces cuando lo notó: la fórmula no estaba.
Su expresión cambió enseguida. Sus ojos llenos de un control frío se endurecieron y brillaron con una furia contenida. Sus mandíbulas se apretaron, y una sombra de tensión se dibujó en su rostro. Sin decir una palabra, se quedó inmóvil.
La tensión en su postura era evidente. Sus hombros, relajados, estaban rígidos y sus manos se cerraron en puños sobre el escritorio. Respiró hondo, su pecho subiendo y bajando con una fuerza controlada. Sabía que explotar en ese momento no le serviría de nada. Necesitaba mantener la cabeza fría.
Con una decisión firme, Patrick agarró sus cosas con movimientos rápidos y precisos. Sus pasos resonaban pesadamente en el suelo mientras salía del despacho, cada paso marcado por una determinación feroz. No necesitaba palabras para expresar su furia y su intención de resolver este problema.
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Zoe llegó a su apartamento, cerrando la puerta, se recargó en la madera soltando suspiro pesado. Se sentía exhausta tanto física como emocionalmente. Con pasos lentos, se dirigió al sofá y se dejó caer sobre él, percibiendo cómo la tensión de la noche se apoderaba de su cuerpo. Sosteniendo la fórmula en sus manos, la miró fijamente, su mente en un torbellino de pensamientos contradictorios.
No sabía qué hacer. Si entregaba la fórmula, le haría daño a Patrick, quien había demostrado ser inocente de las acusaciones de Claire. Pero si no lo hacía, sería ella quien se vería perjudicada, expuesta públicamente por Claire y Jonathan. La presión de la decisión la abrumaba.
Mientras meditaba sobre su dilema, encendió su móvil para saber qué había pasado en la fundación. Al desbloquearlo, vio varias llamadas perdidas de su amiga Violeta. Su corazón dio un vuelco.
Violeta rara vez la llamaba tan insistentemente, así que algo debía estar mal.
—¿Qué habrá pasado? —murmuró Zoe para sí misma, sintiendo un nudo formarse en su estómago.
Decidió devolverle la llamada de inmediato. El teléfono sonó dos veces antes de que Violeta contestara.
—¡Zoe! ¿Dónde has estado? Te he llamado un montón de veces —advirtió Violeta, con preocupación.
—Lo siento, Vi. Ha sido una noche complicada. ¿Qué sucede? —preguntó Zoe, tratando de sonar calmada a pesar de la tormenta de emociones en su interior.
—Zoe, llegó una mujer a la fundación desesperada. Subieron un video de ella con su amante en r************* , y está completamente devastada. Toda su familia, su esposo, sus hijos se enteraron. Ya puso una denuncia, pero no han hecho nada. Vino a pedir ayuda para que tú, con tu poder mediático, la ayudes a dar con la persona que lo hizo —explicó Violeta, con urgencia.
Zoe sintió que el teléfono se deslizaba lentamente de su mano hasta caer al sofá. Su mente era un torbellino.
«¿Cómo podía ayudar a esa mujer cuando ella misma se había prestado para exponer a Patrick?»
Había tenido relaciones con él, no para satisfacer su propio deseo, sino para que Claire obtuviera el divorcio. Se sentía moralmente incapaz de ayudar a esa mujer.
—Zoe, ¿sigues ahí? —insistió Violeta.
—Sí, Vi. Perdona, solo estoy muy cansada. Mañana iré a la fundación y veremos cómo solucionarlo. Ahora mismo necesito descansar —susurró Zoe, tratando de mantener la calma en su voz.
—Entiendo. Mañana a primera hora. Descansa, Zoe —respondió Violeta, con un tono comprensivo.
—Gracias, Vi. Hasta mañana —susurró antes de colgar.
Después de colgar, Zoe se sintió devastada y perdida, sin saber qué hacer. Empezó a llorar con fuerza sintiendo el mundo derrumbarse sobre ella. Las manos le temblaban y su mente no dejaba de dar vueltas. Se hizo un ovillo en el sofá de su apartamento, se envolvió en una manta, tratando de encontrar algo de consuelo en medio de su desesperación.
Las lágrimas aún rodaban por sus mejillas mientras su mente no encontraba la respuesta que necesitaba.
«Mamá ayúdame» suplicó en su mente.
—Si tan solo hubiera alguien que pudiera sacarme de este problema —sollozó.
De repente, el timbre sonó, sacándola de sus cavilaciones. Se levantó lentamente, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. No esperaba visitas, y mucho menos a esa hora. Con el corazón latiendo a prisa, se dirigió a la puerta y la abrió.
—Patrick… Señor Wells —murmuró, en un susurro.
Ahí estaba cara a cara frente a él.
«¿Cómo me encontró?» se preguntó Zoe, si ella había mentido en su hoja de vida sobre su dirección. Temblando, supo que Patrick la había descubierto.
Sin pedir permiso, él entró en el apartamento. Sus ojos recorrieron con rapidez el pequeño espacio, observando cada detalle. El sofá en forma de L, los cojines morados y la alfombra esponjosa creaban un ambiente acogedor, pero la tensión en el aire era palpable.
Delante del sofá, había una alfombra lila esponjosa y una pequeña mesa de vidrio con un jarrón de flores frescas completaban el ambiente.
A la derecha, Patrick observó una cocina pequeña, bien equipada. Los gabinetes blancos y los electrodomésticos modernos contrastaban con toques de color proporcionados por los utensilios de cocina y pequeños detalles decorativos.
Patrick levantó la vista hacia el segundo nivel del apartamento, donde una cama con colchas y almohadas moradas se encontraba en un loft abierto, accesible por una escalera de madera y metal. La cama estaba perfectamente hecha, y una planta verde añadía un toque de frescura al espacio.
«Le encanta el color morado»
Patrick se volvió hacia Zoe, su mirada fija se posó en ella, llena de desafío y demanda.
—¿Por qué robaste la fórmula? —preguntó, con voz gruesa, y un sonido intenso que pareció retumbar en los oídos de ella.
Zoe sintió que el corazón se le subió a la garganta, y la sangre se le fue a los pies. Sabía que no había forma de escapar de la verdad, y la mirada penetrante de Patrick no dejaba espacio para mentiras.