CAPÍTULO 3

2093 Words
El silencio en el espacio se hacía cada vez más incómodo. —Puede hacer preguntas —me autorizó él y seguí considerando que su tono era el de una reprimenda.            Dejé de mirar a la mujer y luego de nuevo volteé la cara ligeramente hacia el rostro de Élan, bajando la vista hacia la carpeta en mi mano que dentro tenía otra con el contrato y decidí contestar. —Creo que más apropiado será leer el informe y el contrato. Luego preguntaré, si tengo dudas.            Asintió una sola vez, haciéndome sentir congelada con tan sólo mirarme. Verlo era como observar una panela de hielo cuyo silencio advierte hacerse fragmentos y derribarse sobre mí hasta dejarme como si estuviera recién salida de una balacera.            Pasos provenientes del pasillo principal capturaron nuestra atención.            Aquello era alucinante, imaginé esa visión como algo fantasioso, ¿es que toda la gente de Forks era hermosa?, no dije nada, pero rodé los ojos hacia la señora que miró a los recién llegados como si fuesen personas a las que hubiera estado esperando de años, mientras Élan no reaccionó de otra manera que no fuera el comportamiento firme y decidido que había tenido desde que llegué.            Los otros dos que se acababan de acercar no se parecían en nada. Uno de ellos, el de cabello n***o, me miró de reojo por un segundo y, si Élan tenía una expresión fría, este tenía la Antártida en sus ojos, pero a diferencia del rubio, este otro tenía una expresión ausente y en ningún momento habló. En cambio lo hizo el otro, un barbado de cabello castaño y largo, amarrado en una colita de estilo samurái. —Buenas —fue lo que dijo este y en su voz había duda y temor, quizá un poco de vergüenza.            Ya entendía por qué la casa era súper grande y solamente lujos adornaban la estancia, era porque semejante grandeza era digna de rostros y cuerpos tan perfectos. Todos allí, incluyendo el de los ojos verdes, eran personas que parecían extraídas de alguna revista.            Los tres hombres tenían narices rectas, perfiladas y acordes con la forma de sus labios, pero no había un solo par de ojos en aquella estancia que se asemejara a algún otro, incluso sus expresiones eran un abanico de tonalidades. Todos allí parecían estar en buena forma y sus vestuarios eran casuales pero de buena etiqueta, sin embargo, en lo que me centré mucho más era en lo tersa de sus pieles blancas, como si vivieran en constantes tratamientos dermatológicos. Luego estaba yo, que no tenía algo que pudiera ser digno de tan deslumbrante admiración, mi cuerpo era normal, ni muy lindo ni muy feo, mi cara era la convencional, nariz pequeña, frente estirada y ojos grandes en un rostro ovalado, estatura nada sorprendente por entrar en el promedio y piel clara.            Imaginé quiénes serían estos otros dos, ya del de ojos verdes sabía algo, muy poco, en realidad, ya que en las revistas se informaba que había resucitado el heredero menor del fundador de la empresa Tarskovsky y de este habían fotos del antes y del después. Del otro, el de cabello n***o, muy poco se hablaba, o mejor dicho, nada se decía.            Élan no esperó demasiado para instruirle a la señorita del servicio que me condujera a la habitación correspondiente y, tras cortas palabras dichas por la dama de rojo, me despedí con un asentimiento, igual que Élan, siguiendo entonces a la señorita y pasándoles a un lado a los recién llegados.            No dije nada tras mi travesía por aquellos pasillos, simplemente observé todo a mí alrededor, estaba bastante limpio, no había nada rodando al desorden y todo era espacioso, amplio y firme aunque sobrio. —Bienvenida a su habitación, señorita Rodríguez —habló la menuda jovencita de algunos diecisiete años de edad y cabello marrón.            Había abierto la puerta y con formal posición me daba el acceso al interior. —Si necesita algo puede acercarse a la sala del comedor, es allí donde los sirvientes pasamos la mayor parte del tiempo cuando no estamos trabajando en la limpieza del lugar —pausó y alargó la vista hacia el espacio de la habitación—. Ya sus cosas han sido traídas hasta aquí, ubíquelas a su gusto.            Volteé a mirarla tranquilamente y asentí en medio de una sonrisa amable. —Lo tendré en cuenta. Y gracias.            Ella asintió de vuelta. —Con permiso —habló de nuevo y cerró la puerta tras ella.            Me enfrenté entonces a la extensión de aquel dormitorio. Era grande y estaba bien equipado, un gran armario, una peinadora, un espejo grande, una cama matrimonial y una ventana de cristal enmarcada en madera por la cual me asomé y pude admirar la vista del patio trasero de la mansión, con su piscina y áreas verdes hasta entonces cubiertas por la nieve. La calefacción estaba activada dentro de aquella estancia, pero por lo demás no me sorprendió, aunque la casa en la que de niña crecí era más pequeña que aquella habitación, después de ello había conocido lugares similares a este, era el tipo de espacio y diseño que se asemeja en réplica a una habitación lujosa de algún hotel famoso.            Me acerqué a la cama y tomé asiento en el cómodo colchón cubierto de sábanas de color azafrán, con las carpetas en la mano y dispuesta a iniciar mi estadía en aquel lugar leyendo primero el informe acerca de la paciente que iría a estar bajo mi tutela y después analizaría los términos del contrato. Debía aprovechar el tiempo que me quedaba, ya para la hora de la cena esperaba de mí misma tener una respuesta a todo esto y de seguro varias preguntas al respecto.            Entonces abrí la carpeta y me enfrenté a lo escrito en sus hojas de papel.                                             Edrick Tarskovsky.            Estaba totalmente intranquilo, no quería parecer idiota y lamentaba que también estuviera siendo inevitable parecerlo. De verdad que todavía no lograba recordar a nadie de ellos, simplemente era el apellido el que resonaba en mi cabeza y el cabello rojo de una mujer sin rostro y sin voz por la cual pudiera reconocerla. —Toma asiento —dijo Élan.            Pudiera ser que este no tuviera malas intenciones, pero es que su mirada fría en un lamentable intento de ser condescendiente me ponía todavía más nervioso. No dije nada y tomé asiento, supongo que en señal de apoyo Rodrig hizo lo mismo y se ubicó a mi lado, tranquilo, despreocupado y seguramente esperando. —Si prefieres podremos hablar en otro lugar —volvió a decir Élan y yo me apresuré a menear la cabeza.            Me estaba sintiendo como un conejillo de indias atrapado en una jaula. Y a mis ojos se le escapó una mirada hacia Ester, entonces no pude evitar sentir una ráfaga de culpa, una sensación agria en mi boca mientras la dama me miraba con angustia y nostalgia. Me sentía muy confundido, pero ya era tiempo de hacer algo al respecto. —Yo… debo admitir que todavía no recuerdo nada —miré a Ester, que se removió ansiosa sobre el sofá en el que estaba—. Y me disculpo si con todo esto he lastimado a alguien, juro que nunca ha sido mi intención.            Respiré con intensidad y bajé la mirada, dándome cuenta de la inquietud de mis piernas y seguramente la palidez de mi rostro. No encontraba cómo comenzar. —Sólo habla —me instó Rodrig en voz neutra y baja—. Nadie va a juzgarte. —Te escuchamos —agregó Élan descruzando las piernas y todavía sentado se inclinó un poco hacia adelante, interesado.            Tragué saliva y evité mirar a la cara de Ester. —Yo… tengo otra mujer.            No vi la expresión de la mujer frente a mí, pero sí noté que se puso de pie como un resorte. —¿Qué… estás diciendo? —habló, exigió más bien.            Levanté la barbilla y le miré desconcierto y sorpresa en la mirada, su entrecejo estaba contraído y parecía estar conteniéndose de algo. En ese momento también Élan se puso de pie, pero no me miraba acusadoramente, sino algo sorprendido, sólo que entonces colocó las manos en los hombros de su mujer, estando a un lado de esta, en un ademán de disminuir la gravedad de una reacción peor.            Tuve la impresión de que ella se me abalanzaría en algún momento a golpes y me gritaría desgarradamente que me odiaba, estuve esperándolo. Me sentí sólo, indefenso, forastero y emocionalmente enfermo.              Me puse de pie también y Rodrig se quedó en el mismo lugar, de todos, él era quien menos parecía estar afectado con todo esto. —Lo siento —dije de nuevo, sin reunir el valor de verle la cara a alguno de ellos—. Yo… fui salvado por pescadores, conocí por un año y medio a una joven, hija de estos. Me relacioné con ella y actualmente… actualmente estamos esperando un hijo.            Ester se llevó una mano al pecho, Élan me miraba sorprendido, pero más alarmado estaba por la reacción de la mujer que ahora permanecía silenciosa, con los labios entreabiertos y la cara pálida como sus labios. —Ester. Ester —se apresuró a decir Élan, Rodrig de inmediato se puso de pie y se acercó a ella—. Ester, no otra vez —musitó Élan sacudiendo la cabeza y ayudándola a sentarse—. Ester, cariño, respira. Por favor, esfuérzate un poco, debes respirar. ¡Ester!            De los ojos con expresión perdida que tenía esta no salió ni una sola lágrima, pero la miré peligrosamente silenciosa y ensimismada. Me sentí avergonzado, muy culpable, incómodo y perjudicial. No supe qué hacer. —Lo siento —intenté decir, pero lo que salió de mi garganta fue un lamentable sonido lleno de temores e inseguridades.            Soy un hombre, no sé qué defectos tenía antes del golpe que borró mi pasado, pero no creo que uno de ellos hubiera sido el sentirme indiferente ante el sufrimiento de una mujer y mucho menos provocarlo. Seguramente que, de mirarme en un espejo, lo que vería sería una completa lata de basura, impotencia, eso era lo que estaba sintiendo yo. —Yo… no puedo dejarla. Yo… hice otra vida, pero…            Élan volteó a verme y gruñó haciéndome un ademán con una mano mientras con la otra sostenía uno de los hombros de su esposa. —No digas más.            Miré a Rodrig agacharse junto a ella, sin expresión de preocupación pero con actitud rápida y diligente, en silencio, mientras le tomaba las mejillas a ella en sus manos. Ella seguía en silencio, con dificultad para respirar y yo no supe qué hacer en ese momento, así que me alejé, encaminado hacia la salida, por el pasillo y al trote.            Al salir esquivé varios saludos sin intención alguna de ser grosero y me detuve en el aparcamiento, en silencio, bajo la nieve que me enfriaba la piel y me hacía exhalar vapor. Tenía que irme, necesitaba tiempo para reflexionar. —¿Qué harás ahora? —escuché la voz de John.            Me giré para ver el origen de la voz y lo vi acercarse a mí, su barba estaba llena de motitas de nieve y de seguro las mías también se estaban volviendo blancas. —Quiero desaparecer en este momento, John —murmuré, sintiendo ligeros mareos de vergüenza—. Sólo estoy provocando dolor en la gente que dice quererme. —¿Y estás seguro de que son quienes dicen ser? —se acercó lentamente hasta quedarse a dos pasos frente a mí. —Me mostraron fotos y documentos bajo mi firma, incluso mi carnet de identidad y hasta huellas dactilares. Sin duda tengo un pasado, y mi pasado está en este lugar. Pero me siento muy mal, me siento como un animal despreciable al no hacer otra cosa que dañarlo todo. —No estás dañando nada. No tienes culpa de exponer la verdad. No los reconoces. —¿Y qué se supone que debo hacer? —me alteré, haciendo un ademán con los brazos en un gesto de exasperación—. No debo darle la espalda a lo que quizá soy y no recuerdo. Todo a partir de mi amnesia es simplemente un adorno, un señuelo, un extra en la historia de mi vida o simplemente un paréntesis. —¿Todo? —preguntó enarcando las cejas un tanto.            Supe de inmediato a qué se estaba refiriendo y automáticamente levanté mis manos hasta la altura de mi cintura y luego las dejé caer, exhalando y mirando el vapor tomar formas frente a mi cara.
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