Busqué rápidamente las palabras adecuadas para contestarle a su pregunta.
—Yo… quiero a tu hija y ella está… embarazada.
—Sin embargo aquí también tienes una familia. Debes decidir qué hacer —contraatacó mi suegro con voz paciente.
—¿Qué harías tú en mi lugar? —lo reté entonces, él era un viejo sabio, pero dudaba yo que en su vida se hubiera enfrentado a una situación similar a la mía.
Hubo una pausa corta, bajó la mirada.
—Bueno… ellos no parecen ser mala gente. Y como buenos cristianos que somos hay que otorgar oportunidades a las personas, ser pacientes, considerados y honestos.
Supongo que eso debió decirme algo, pero me sentí más confundido y ansioso.
—Eso no me está dando a entender nada. Sé más preciso.
Exhaló también, el vapor se hizo ver frente a su cara y ambos temblamos de frío.
—No va a agradarme que dejes a mi hija así como está. La embarazaste todavía sin casarte con ella como Dios manda —pausó—. Pero no puedo oponerme a que regreses con tu gente. ¿Podrías manejarte en dos familias al mismo tiempo, de la manera más sabia, siendo sincero con todos?
—¿Pretendes entonces que tenga dos mujeres? —pregunté incrédulo y resoplé en una risita de fastidio, meneando la cabeza.
—Siempre se pueden modificar cosas, solucionar problemas sin causar otros peores.
Exhalé, colocando las manos en mi cintura.
—¿Es que siempre vas a hablar de ese modo? —me exasperé de nuevo, haciendo un ademan ansioso con una mano—. ¡Sé claro, por Dios!
—Vuelve con mi hija. Regresa con Noelia y háblale con la verdad. Ven a este lugar con regularidad e indaga en tu pasado al mismo tiempo.
No dije nada. Yo seguía como una cabra que en un acantilado se pierde de su manada.
—Cada día en esta casa es como estar en un tanque cerrado que cada vez se llena de agua, amenazándome con ahogarme.
Respiré agitadamente, parpadeando regularmente para tumbar las motitas de nieve que caían sobre mis pestañas.
—Yo también quiero irme —concordó él—. Pero no precisamente porque me hayan tratado mal, sino porque tengo deberes. Tú también debes tomar una decisión y no tardes demasiado.
Ester Tarskovsky Harris.
Mi visión se estaba oscureciendo, por mis oídos entraba un zumbido permanente y fastidioso, pero mi pecho empezaba a arder, mis pulmones reclamaban aire y yo de nuevo había perdido el control de mi sistema respiratorio. Odiaba tener esa debilidad, un defecto terrible, difícil de evitar.
Con la mirada fija en la nada y mi vista periférica captando movimiento a mí alrededor, escuché voces lejanas llamando mi nombre, pero poco a poco, por suerte, recuperé la habilidad de inflar y desinflar mis pulmones.
—Eso es, eso es —decía mi esposo a un lado de mí, mirándome con preocupación—. Respira. Todo irá bien. Sé que es difícil, pero debes hacer un pequeño esfuerzo.
No contesté nada, entonces volteé hacia Rodrig, que todavía estaba en cuclillas frente a mí.
—¿A dónde fue Edrick? —musité débilmente.
Élan bajó la mirada, con su entrecejo como era lo habitual, fruncido. Por su parte, Rodrig, seguía serio, inexpresivo.
—Tampoco es fácil para él, Ester —escuché la grave voz de Rodrig—. Sólo estaba intentando sincerarse.
Lo miré, escuchándolo atentamente, ya había recuperado la habilidad de respirar y sentí los ojos arder, quería llorar, pero la impresión de todo aquel acontecimiento y sobre todo la última información recibida, no me dejaba hacerlo. Y me esforcé por ser fuerte, por no perder el control de mi sistema otra vez, debía mantener mi compostura. Pero no era simple.
Muchas cosas relampagueaban en mi cabeza, centelleaban y explotaban: la amnesia de Edrick, una nueva vida para él, otra mujer… un hijo. Mi pecho no había dejado de arder y mis manos continuaban frías. Cerré los ojos durante un momento y con el índice y el pulgar de una mano sostuve en el tabique de mi nariz ¿qué se supone que debía hacer?, Edrick había sido parte de mi vida, de mi relación, padre de mi hija. ¿Estaba siendo egoísta con desear que toda su segunda vida quedara abruptamente borrada? No lo sabía claramente, también tenía dudas.
—¿Qué hay que hacer ahora? —dije, abriendo los ojos y apartando la mano de mi cara.
—Comprenderlo —dijo Élan sentado a un lado mío.
Rodrig se puso de pie e introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón.
Volteé a mirar a Élan.
—¿Aceptar que ya no somos un equipo completo, aceptar que ama a otra mujer, aceptar que decida atenderle a otro niño en puesto de nuestra hija? —pregunté—. ¿Sabes qué es lo que más me lastima? —ninguno de los dos dijo nada, pero Élan no dejó de mirarme. Esperando que continuara—. Me lastima que no tenga idea de quién soy, de quiénes somos para él, que no recuerde a nuestra hija. Y comprendo, entiendo perfectamente que en todo este tiempo hubiera creído inofensivo relacionarse con otra mujer y encima tener un hijo con ella. Aquí el asunto es que es claro que no seguirá con nosotros en plan relación, o en plan padre de familia porque ahora tiene a alguien más. Alguien a quien supongo que ama, alguien… a quien le es fiel —sacudí la cabeza—. Entiéndeme también, Élan. Es… un conjunto de emociones abruptas lo que en este momento me aplasta.
—Volviste —escuché que murmuró Rodrig y yo volteé hacia él, luego hacia la llegada de Edrick.
Me pregunté desde cuándo habría estado allí.
—Lo siento —musitó Edrick, mirándome con una honestidad lastimera—. Juro que no quise lastimarte, no he querido lastimar a nadie —miró a los otros dos.
—¿Qué piensas hacer ahora? —pregunté, poniéndome de pie y permaneciendo firme.
Por dentro yo era toda angustia y melancolía, pero me esforcé por permanecer con expresión seria y aspecto poco perturbado.
—A eso vengo —contestó con tono más decidido, mirando también a los otros dos.
—Te escuchamos —contestó Élan a mi izquierda, mientras Rodrig del lado derecho del sofá en el que estábamos Élan y yo, cruzó los brazos sobre su pecho.
Y allí permanecimos. Yo, intentando simplemente no actuar inmadura y egoísta. No se estaba tratando únicamente de mí, sino de un hombre que permanecía confundido y quién sería fácil ahuyentar si no se actuaba de la manera más inteligente.
Inhalé y exhalé. Después de todo no parecía grave la propuesta. Por un momento había pensado que se negaría a regresar, que huiría despavorido hacia su nueva tierra soleada y que no querría saber nada más acerca de nosotros.
—Siempre vas a ser bienvenido, esta es tu casa y será tu hogar siempre que quieras —dijo Élan, sin levantarse de su asiento.
—Tengo que saber qué tiene que decir Noelia en cuánto a esto —dijo Edrick y eso me punzó como una aguja al rojo vivo. Pero no dije nada.
—Nada —agregó Rodrig indiferente a los sentimientos de este otro con respecto a su nueva pareja—. No tiene que opinar nada. Si tanto te quiere tendrá que vivir aceptando tu condición, así como todos nosotros aceptamos la tuya. No naciste del mar y no existes únicamente desde hace tres años.
—Lo recomendable es que comiences a pensar en ti y en lo que en realidad quieres —volvió a hablar Élan.
—Debo regresar con ella. Debemos discutir esto, yo… debo contarle la verdad y tener tiempo para decidir algo —se exasperó luego—. ¿Pero qué harían ustedes? —se quiso dar a comprender—. Sería inhumano abandonarla con un hijo, sólo por volver con personas que no conozco.
—También somos tu familia —zanjé yo, seria y poco flexible—. Nadie ha dicho que debas abandonarla. Sólo pedimos que nos des la oportunidad de demostrarnos que puedes llegar a apreciarnos, a querernos, como antes lo hacías.
Élan pasó un brazo detrás de mi espalda y con esa mano derecha masajeó mi brazo derecho en señal de pedirme aligerar mi tono y relajarme un poco más.
—¿Por qué no vas de nuevo a tu residencia actual y regresas? —propuso Élan, pero me congeló lo siguiente—. Trae a tu nueva pareja.
Rodrig volteó de inmediato la cara hacia su hermano y también lo hice yo. ¿Pero qué diantres le estaba pasando por la cabeza? Élan volteó a mirar a Rodrig por sobre mi cabeza y luego bajó la mirada hasta mis ojos, encogiéndose de hombros y ladeando la cara. No iba a desautorizarlo en ese momento, pero él y yo tendríamos de qué hablar.
No dije nada, bajé la mirada sin estar convencida, pero aligeré mi expresión y miré a Edrick, que no había aceptado tomar asiento todavía. Forcé una sonrisa.
—A veces es bueno dar el beneficio de la duda respecto a muchas cosas —dije amable—. Recuerda que esto lo hacemos por ti, Edrick.
Noté que tragó y tímidamente asintió.
—Gracias por comprender. Pero como ya dije, es un asunto que no sólo yo debo decidir… es decir —parpadeó—. Debo escuchar otras sugerencias, debo tomarme un tiempo para pensarlo y decidir. Mientras tanto… creo más prudente regresar con… Noelia.
Odié ese nombre. Pero sonreí, por supuesto que de una manera más forzada.
Nathaly Rodríguez.
La señora Christer Niederman, de 54 años de edad, rubia de ojos azules y natural de Alemania era la presunta esposa de Björck Tarskovsky, empresario ya fallecido. La paciente no tenía familia biológica salvo su hermana gemela, recluida en un sanatorio de Alemania y su hijo Élan. Sobrino suyo era Rodrig Tarskovsky y persona desconocida para esta era Edrick, aunque no queda claro su relación con Ester Tarskovsky aparte de los lazos poco relevantes como los de suegra y nuera.
Me llamó la atención leer de primera mano que Christer fue secuestrada y recluida en un sótano por casi treinta años, siendo maltratada física y psicológicamente por su propia hermana, quién robó su identidad durante el tiempo en que la estuvo retenida con atenciones negligentes. Descubierta por Edrick Tarskovsky y rescatada por Élan, Rodrig, Ester y todo el equipo de seguridad de la mansión.
Christer Niederman después de pasar el tiempo necesario en una clínica de rehabilitación psicológica fue dada de alta bajo la condición de serle asignado un tutor. La paciente resultó ser poco habladora, asustadiza e insomne tras el rescate y las terapias no habían mejorado mucho su estado, pero al menos la mantenían en un solo punto de complicación. No era una persona con tendencias destructivas hacia el prójimo o destructivas hacia sí misma, no temía estar rodeada de personas pero sí le tenía fobia a ciertos detalles como el color rojo, los objetos de hierro, el olor a humedad, la suciedad en la ropa y los bombillos de color amarillo. Obviamente también odiaba cualquier similitud a un encierro y comía con mucho apetito siempre.