—¿Hay alguien allí? —escuché la voz de la sirvienta. —Todo está bien —le susurré a Christer—. Yo abriré. Ella me suplicó que no con una movida de cabeza. Y yo alcé las manos en señal de pedirle calma. —Iré, abriré y verás que no es alguien que quiera dañarte —prometí, caminando lentamente hacia la puerta sin quitarle el ojo de encima a la señora. —No —musitó casi al borde del llanto—. ¿Por qué me haces esto? Abrí la puerta y me encontré con los ojos azules de una joven sirvienta que de inmediato extendió la mirada hacia el interior de la habitación, miró a Christer y luego a mí. —Vengo a decirle que el desayuno suyo y el de la señora Niederman ya está preparado. ¿Quiere que lo traiga o las acompaño al comedor? Sonreí amablemente. Y volteé entonces hacia Christer, que estaba en gu