—Bienvenido a tu casa, hermano —habló el rubio con un ligero asentimiento, a la derecha de la señora Tarskovsky. Tensé mis labios y asentí con respeto, luego miré al de cabello n***o, tan intimidante, silencioso, neutral, se limitó a asentir en gesto de querer dar a entender lo mismo que pretendía el rubio. Entonces mi mirada volvió, involuntariamente, a posarse con timidez sobre los ojos de la señora Tarskovsky. —Espero encuentres en nuestro hogar la calidez necesaria para que vuelvas a sentirla como tuya —habló con tono amable y por alguna razón sentí calor en mis mejillas, entonces ella miró, con la misma amabilidad a Noelia—. Y tu acompañante —agregó sin ningún atisbo de querer complicar las cosas. Pero Noelia, una llama siempre viva, no frenó la lengua. —Prometida —la corrigió co