Volteé hacia la dirección desde la que provenía el llamado de mi nombre y miré a una esbelta rubia que caminaba de prisa hacia mí, mirándome entre sorprendida y eufórica. Su rostro no me sonaba de nada. Pero sí noté su pómulo lastimado, una de sus cejas rotas y el labio inferior un tanto partido. Esas evidencias de maltrato se miraban recientes, entonces rápidamente comencé a sacar conclusiones en forma automática. La rubia se arrojó sobre mí, abrazándome con fuerza y rodeándome con sus piernas. Para no caerme con ella tuve que hacer el esfuerzo de equilibrarme y en correspondencia le di una palmadita en la espalda, sonriendo sin entender qué pasaba exactamente y sin intenciones de ser grosero. —Te extrañé demasiado, Edrick —dijo cerca de mi oído, sin aflojar su agarre—. Yo… pensé que h