Según el psiquiatra que estudió su caso, definió su situación como un cuadro clínico de TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático), con frecuentes crisis de ansiedad severa, muy poco entusiasmo para formar nuevas relaciones interpersonales; permanencia constante en un estado de alerta, insomnio incontrolable. Según el informe, la paciente no se mostraba reticente a tomar las terapias psicológicas, pero solía distraerse a menudo de manera nerviosa, prestándole por esto poca atención a lo que dijera el orientador de turno. Lapsos ocasionales de alucinaciones, delirios, apatía general y depresión.
Suspiré, no parecía ser un caso imposible de manejar, pero todavía me hacía falta conocerla en persona y hablar con ella a ver cómo comenzaba nuestra organización.
Ahora debía leer las cláusulas del contrato antes de firmar.
La mayoría eran condiciones obvias, no filtrar a nadie información referente al caso de su madre, ni la vida que llevara la familia. Un rompimiento o abuso de ese acuerdo me haría deberles una cantidad obscena de dinero o el merecimiento del encarcelamiento. También la cárcel tendría merecido si la paciente sufría algún daño físico o psicológico por mi parte. También la negligencia me acarrearía serios problemas económicos y legales. Incluso mi intromisión en la vida particular y privada de mi jefe y su familia (a excepción de Christer), justificaría el despido y una considerable multa.
Unos toques en la puerta me hicieron sacar la cara del documento impreso dentro de la carpeta abierta sobre mis manos. No dije nada al principio y no sé por qué carrizo me quedé muda, entonces tuve el valor de decir algo cuando se dio el segundo toque de tres golpes leves.
—¿Quién es? —hablé con el tono debido para que se me escuchara al otro lado de la puerta.
—Soy María, la joven del servicio —contestó una voz tímida y juvenil—. Vengo a avisarle que la cena ya está lista. La esperan en la mesa.
> me pregunté alarmada. Volteé inmediatamente hacia la gran ventana que tenía la cortina recogida y me sorprendió ver la oscuridad del inicio de una noche que empezaba a tomar lugar en Forks. Me levanté de inmediato, todavía con la carpeta en la mano. >.
—Eh… yo… sí.
Me acerqué hacia la puerta y la abrí abruptamente, enfrentándome a una delgada y pequeña jovencita de cabello dorado en dos trenzas que me miraba con timidez y aspecto sumiso.
—¿Me están esperando? —pregunté no para saber su respuesta, sino para aprovechar ese tiempo y decidir qué hacer.
Ella, con sus manos tomadas por delante y un uniforme bastante impecable, asintió.
—Sólo esperan a por usted.
Me miré, todavía tenía puesta la ropa con la que llegué.
—¿Puedes darme un par de segundos? —pregunté haciendo una señal con los dedos índice y pulgar—. Sólo me cambiaré. No tardaré mucho.
—Si me lo permite, le sugiero que se dé prisa. Debo guiarla al comedor y allí esperan todos.
Asentí de inmediato.
—No tardaré, sólo serán dos segundos —dicho esto cerré la puerta—. No te vayas, por favor —alcé la voz.
—Está bien, señorita —contestó tranquilamente al otro lado de la puerta.
Tiré la carpeta sobre la cama, procediendo a abrir la maleta, sacando una franela negra y un jean azul de talle alto. Me quité a una prisa de espanto la falda y el bléiser, después la camisa y los tacones. Me enfundé de inmediato en el pantalón, me coloqué la camisa, me sacudí el cabello antes de peinarlo con mis dedos rápidamente y me coloqué de nuevo las negras sandalias cerradas de tacón.
Caminé hacia la puerta y la abrí, ya la jovencita se encontraba en el inicio de una ansiedad desesperante. No quería hacerle perder su trabajo, pero tampoco quería disculparme por esa simpleza, aunque quería ser amable.
—Gracias por esperar.
—No fue nada —mintió—. Ahora vamos.
Asentí, cerré la puerta y me encaminé tras ella.
Élan Tarskovsky.
La miré llegar tras la mujer del servicio, asomando su rostro largo con actitud firme y cautelosa. Fue asertiva al mirarnos a todos ante la mesa, de modo que lo esperado era que algún caballero se levantara para apartarle la silla que iba a corresponderle, así que ese fui yo.
Miré su aspecto en cuanto al estilo de su vestimenta, evitando demostrar estarme fijando tanto, observando que el pantalón no se le veía mal, el calzado tampoco, pero todo hubiera marchado de manera convencional y decente si no se hubiera colocado la franela al revés.
Ella dio las gracias con voz muy baja y adecuada, tomando en silencio asiento mientras mantenía una expresión asertiva, al menos no era una remilgada indígena. Yo regresé al lado de mi esposa que en ese momento bebía un poco de vino y miraba con disimulo el mismo detalle que en la nueva empleada ya había notado yo.
Arya se removió en el regazo de su madre de una manera inocente e infantil, estirando las manitas hacia una botella de vino tinto que había en el centro de la mesa.
—Bienvenida a nuestra mesa, Rodríguez —dije—. Ella es mi madre —señalé con la mano a la señora a mi derecha—. Es quien estará bajo tu tutela si firmaras el contrato.
La psicóloga miró a mi madre, que estaba ubicada a mi lado, justo en frente de ella. Rodríguez dibujó una sonrisa en su rostro, mirando a Christer.
—Es un gusto conocerla, señora —habló un perfecto alemán que casi me hizo perdonarle el hecho de estar cargando la camisa al revés y peor, que todavía no se hubiera dado cuenta—. Espero poder tener con usted una buena comunicación, seré buena y estaré atenta a cada una de sus requerimientos.
Nathaly Rodríguez.
Todo estaba marchando normal, nada particularmente sorprendente a excepción de que quienes estaban ante la mesa parecían ser actores preparados antes del rodaje de una filmación. La señora Christer no parecía peligrosa o demente del todo, aunque no me contestó supe que entendió lo que le dije y en la expresión de su mirada había amabilidad, quizá un poco de incertidumbre y curiosidad, pero no parecía amenazante.
Élan seguía con una esencia inflexible, pero su formalidad continuaba siendo total. Por su parte la señora Ester, con un ajustado vestido plateado de brillantes diamantados, sostenía en su regazo a una niña con peculiares ojos; heterocromía, ojos bicolores.
A su izquierda estaba quién identifiqué como Rodrig, mudo y en su mano un cristalino vaso hasta la mitad de ron e hielo; su expresión continuaba siendo ausente, cerrada, fría y pudiera ser que amenazante, pero eso último sólo era deducido por mi intuición. Yo estaba al final de la mesa pero en uno de los lados largos, a mi derecha estaba un señor de azules ojos celestes y barbas rubias entrecanas y a su derecha el barbado de ojos como la esmeralda. A la derecha de quién supuse que era Edrick, estaba una persona que se me hacía conocida, aunque no tanto por sólo haber sido una vez que lo vi y fue cuando bajaba del avión privado de los Tarskovsky.
Ocho personas en total, cuatro de un lado, cuatro de frente en el lateral y nadie en los extremos más estrechos.
—Tengo el honor de presentarles, a los miembros de la empresa y a quienes están de visita, al modelo internacional Everest Langholmen —lo señaló Élan con una mano de palma hacia arriba.
Todos volteamos hacia el otro extremo de mi lado en la mesa, esta persona estaba frente al asiento de Rodrig y asintió en una sonrisa perfecta, paseando la mirada vagamente sobre todos nosotros.
—Es un completo placer para mí compartir con ustedes esta noche —contestó el modelo en inglés y con un acento un poco distinto al de los demás.
Lo miré, del mismo modo en que todos voltearon a verlo, Everest tenía el cabello entre liso y rizado, de un color rojo naranja que parecía el de una caricatura japonesa, me pregunté si ese tono era real o simplemente se había teñido como lo hacen los costplayers. Su corte de cabello me recordó al que tenía Beverly Marsh en el famoso triller llamado It, inspirado en la obra original de Stephen King. Noté que tenía un par de ojos verdes, brillantes, alegres, atrevidos pero un tanto más claros que los de Edrick.
—Everest será la imagen de la empresa Tarskovsky, hablando de la siderúrgica y de la ensambladora de autos. Pero en lo que más le veremos actuar, será en la línea de maquillaje de la empresa fundada por mi esposa y que dentro de muy poco nos presentará una línea de ropa femenina y masculina —explicó Élan con un matiz sentenciador y demandante en su voz.
Aunque probablemente lo estaría haciendo a propósito, pudiera ser que simplemente era mi modo de percepción.
Me pregunté por qué si habría una línea de ropas para hombres y otra para mujeres, sólo se tomaban la molestia de presentar al representante del género masculino.
—Nos esperan grandes cosas —volvió a decir el pelirrojo asertivamente, alzando una copa con vino tinto.
Y hablando de vinos tintos, miré mi plato servido, carne roja con pequeñas rebanadas de papas en salsa un tanto oscura. Por suerte sabía cómo defenderme en mesas de etiquetas, manejar los cubiertos y al menos conocimiento tenía de cómo agarrar la copa. El mesonero, siempre atento y en silencio, se colocó a mi lado y supe que debía alzar mi copa un tanto para que sirviera el vino.
Todos alzaron sus copas en un brindis y recién fue servida la mía, también hice el ademán adecuado sin presentar mucho atraso, pero lo que me distrajo durante una fracción de segundos fue mirar que Everest se inclinaba un poco hacia adelante y me observaba detenidamente, con una sonrisa casi inexistente en su rostro alzaba una copa hacia mí. También hice lo mismo, sin apartar la vista de él hasta que Ester intervino.
—Hoy se celebra la llegada de tres importantes personas que pasarán a formar parte en nuestro día a día durante el tiempo requerido. Everest —lo miró amable—. Espero que nuestra relación laboral sea muy fructífera, llena de oportunidades y éxitos —Everest hizo una ligera reverencia con la cabeza, entonces la señora, con una voz muy melodiosa y firme, pasó la mirada hasta mis ojos—. Nathaly Rodríguez, eres bien recibida en nuestro hogar, estoy segura de que podrás desempeñarte perfectamente en el área que dominas.
Templé una sonrisa mínima y alcé un poco mi copa brindando por ello, aunque todavía no hubiera firmado el contrato. Entonces ella, tras imitar mi movimiento, volteó a ver a al barbado de ojos como la esmeralda, entonces pude pillar que su expresión se ensombreció. Una mezcla entre melancolía y esperanza, cubierta por una fuerte capa de disimulo. Quizá su expresión fuese casi neutral, tanto que nadie notaría su estado de ánimo, pero los ojos y la laguna negra de las pupilas en el ser humano siempre decían bastante. Entonces ella prosiguió.
—Por tu regreso —le dijo al hombre—. Que no esperábamos y que ahora no podemos dejar pasar por alto. Tu retorno a casa sería lo mejor que podría acontecer.
Aproveché que todos miraban al interpelado y yo lo hice de reojo. Edrick soltaba una sonrisa tímida y se mantenía en silencio, yo diría que un tanto cabizbajo y tuve la curiosidad de saber el motivo. Ya me suponía qué era, pero nada era igual que estar segura de algo por tener pruebas y evidencias.
Miré tranquilamente y de reojo al señor a un lado mío, se mantenía en silencio y quizá tan observador como yo, también me pregunté quién sería él. Entonces todos comenzamos a comer después de un “buen provecho” por parte de la dama plateada.
—Espero que hasta ahora hayas pensado la decisión que tomarás referente al contrato, Rodríguez —escuché a Élan pronunciar nuevamente mi apellido de una manera correcta y levanté la mirada hacia él, que no me veía pero sí a su plato mientras cortaba la carne.
—Sí —dije tras un leve asentimiento—. He estado leyendo un poco, pero me temo que necesito revisar todo el contrato. Pero creo que no tardaré demasiado y mi respuesta probablemente sea afirmativa en cuanto a esto, señor.
—Esperemos que sí —dijo mirándome y llevándose a la boca indiferente, un trocito de carne cortada enganchada en un tenedor.
Bajé la mirada, no tuve control de mi reacción sanguínea y epidérmica, pues pude sentir cómo mis mejillas empezaron a arder y de mis vísceras sentía salir ese chispazo de adrenalina que parece un parpadeo. Era inevitable, no sé por qué toparme con su indiferente mirada mientras abría los labios con un fin en particular, como comer por ejemplo, me hacía sentir nerviosa.
No dije nada, me sentí culpable de tener esa reacción aun cuando su hermosa esposa estaba a su lado, una mujer tan atractiva que no me generaba envidia, sino… ganas de tenerla también.