—Por favor —intervino la suave voz de Ester y este ladeó desganado la cara hacia ella, prestándole atención—. Quédate, danos una oportunidad.
Apartó el codo de la mesa, miró un punto en el vacío y luego miró de nuevo a Ester, sonriendo lastimeramente, algo me decía que, como la primera vez, Edrick en algún lugar de su ser había vuelto a sentir por ella la misma atracción. Asunto confirmado cuando asintió y mantuvieron miradas por más de dos segundos.
Miré hacia mi vaso con jugo, y preferí tomar del que tenía agua. Como un hombre empresario, capaz de atender varios asuntos al mismo tiempo y con cabeza fría, llegué al punto, nuevamente, de preguntarme dónde estaban Rodríguez, mi madre y Langholmen.
Nathaly Rodríguez.
La miré bajar la mirada y adoptó una expresión cabizbaja entonces, so
