Élan volteó a mirar a Everest y sonrió torvamente, mirándome entonces de reojo. Sonreí y lo miré inclinarse hacia mí, acercando su cara a mi oído. —¿Cuándo mi esposa adoptó una muy buena habilidad crítica de detallar un vestuario? Me encogí de hombros con una sonrisa de suficiencia en mi rostro. —Soy diseñadora —ladeé la cara para dejarme acariciar por su mirada de azul zafiro—. O al menos plasmo ideas que las perfecciona alguien más, debo dar crédito a mis trabajadores. Siguió con esa sonrisa torva que humedecía mi entrepierna. Y por alguna razón la vista se me escapó en dirección a Everest, que continuaba posando a un lado del auto esta vez con la puerta abierta y esta vez me miraba con atención. —Siempre considerada con tus subordinados —observó Élan sin deja