—Ya hemos terminado la sesión de esta mañana, señor y señora Tarskovsky —dijo el fotógrafo acercándose al escritorio en el que estábamos, ambos levantamos la cara para mirarle y este vio su reloj de pulsera—. Dentro de dos horas estaremos tomando las fotografías únicamente para la publicidad de Carlester.
—¿Y bien? —escuchamos la ligeramente ronca voz de Everest apareciendo por detrás del fotógrafo—. ¿Qué tal he estado?
Lo miré situarse con aires inocentemente arrogantes a un lado del fotógrafo, que volteó y le sonrió simpáticamente, pero Everest me hacía una pregunta y su mirada viva esperaba una respuesta con entusiasmo.
Pero Élan se me adelantó.
—Muy bien —dijo en un forzado intento de sonar agradado y Everest mudó los ojos de mí a Élan—. Has estado excelente,
