Leah sabía que sus intenciones y pensamientos no era muy dignos de una princesa, y podría considerarse una locura, pero ahora que tenía esa oportunidad, no la iba a dejar pasar. —Este lugar estaba bastante alejado, nadie nos escuchará, y dudo mucho que con todo este polvo y aromas de muebles viejos alguien pueda rastrearnos —dice Leah buscando una de esas sillas, para rodarla y sentarse frente a Karl que continuaba arrodillado ante la pelinegra. —Si, he de imaginar que el lugar es bastante alejado, caminamos bastante. Leah solo asiente con la cabeza y se apresura a decir lo que tenía en mente. —Lo que sucederá aquí, Noah no lo sabrá. Si le dices algo, te azotaré y esta vez estoy hablando muy en serio —amenaza Leah con el ceño fruncido. —¿Por qué habría que decirle? ¿Para que se preoc