Unas horas más tarde
Sicilia, Italia
Convento de nuestra señora de la Esperanza
Giovanni
Mi madre tenía una frase motivadora: cuando la vida te cierra una puerta otra se abre, quizás no sea lo que esperabas, pero esa salida de emergencia puede convertirse en más que un desafió. Supongo que su manera de mirar la vida me resultaba inspirador, porque, aunque todo parecía derrumbarse ella siempre encontraba un ápice de positivismo, una esperanza para aferrarse o era su forma de ser valiente ante la adversidad. Sin embargo, nunca lo entendí o no estaba listo para comprender la realidad de nuestra vida.
En fin, por una vez en mi vida no puedo solucionar mis problemas con una rabieta, tampoco cegarme ante el peligro que me acecha, más bien me toca ser maduro, guardarme el malestar por la situación incómoda con tal de salvar mi pellejo, aunque siga creyendo que es una idea descabellada esconderme en un convento lleno de viejas momias, igual Alessandro me arrinconó con su argumento sobre mi rostro difundido por la televisión, entonces obligado terminaré con el silencio sepulcral que nos envuelve con mi voz al ambiente.
–Alessandro cambia ese tono de voz conmigo, más bien deberías entender el absurdo que me exiges “para proteger mi vida”. No solo me estás privando de mis lujos y de mis amigas, sino que quieres hacerme padecer viviendo con unas viejas momias. Lo peor, vestido como monja. Además, es un pecado mentirle a una religiosa como sugieres, ¿Quieres que vaya al infierno por tu culpa? –repito con un tono melodramático y me fulmina su mirada asesina.
–¡Déjate de pendejadas! Razón tenía Denaro, eres un muchachito inmaduro que solo piensas en divertirse, no entiendes el peligro que corre tu vida, ni todos los favores que pedí para conseguir tu ingreso al convento– me reprende entre dientes y tuerzo la boca.
–Sí entiendo que mi vida está amenazada, no soy estúpido– me quejo con mi rostro amargado. –Por esa razón busca otro lugar más seguro para esconderme, incluso puedes inventarle cualquier excusa a la madre Superiora por “mi indecisión”, no te resultará difícil convencerla– añado con firmeza y tensa su mandíbula.
–¡No, maldito mocoso! Te quedas aquí y punto. Si haces alguna estupidez, seré yo mismo quien te dé un par de golpes para que se te quite lo insolente –espeta con voz irritada, su autoridad resonando en el aire como un látigo. –Ahora, muestra una sonrisa amable. ¡Vamos! –ordena, su mirada asesina clavada en la mía.
Con un suspiro resignado, esbozo una sonrisa forzada mientras él me fulmina con la mirada.
–¿Así está bien? –replicó con sarcasmo, mostrando una sonrisa fingida. Murmullo en voz baja. –¡Imbécil!
–¿Dijiste algo? –pregunta con una voz peligrosa, niego rápidamente con la cabeza y vuelvo mi atención a Sor Juliette, quien sigue charlando con la madre Superiora en el pasillo.
No cabe duda que la monja es bellísima, y quizás no sea tan malo estar aquí, puedo recrear la vista, soñar despierto con ella… ¡Diablos! ¡Diablos! ¡Maldita sea! Control sumo control, porque a este paso será un calvario vivir tan cerca de ella. ¿Habrá más monjas jóvenes y tan sexis, hermosas cómo ella en este convento? Otra vez no Giovanni, contrólate, ni siquiera debes tener esos pensamientos pecaminosos con una religiosa, sino arderemos en el infierno, ¡¿Escuchaste?!
Cállate consciencia, no quiero a nadie reprendiéndome, encima mirar no es malo, no puede ser pecado, ¿O sí? Mejor me comportó, puedo vivir sin sexo unos días.
–Será mejor que cambies esa actitud y veas las ventajas de estar escondido en el convento– refuta Alessandro sacando de mi burbuja y frunzo el ceño.
–No hay ventajas, todo lo opuesto, las monjas pueden descubrir que soy hombre o alguna puede sospechar de mi identidad, ¿Crees que puedo engañarlas con mi apariencia? –indico con mi voz cargada de frustración e impotencia.
–Sigue fingiendo la voz, no te saques por ningún motivo esos anteojos ridículos, también repite todo lo que hagan ellas; las penitencias, sus rezos, colabora en lo que te digan y no tendrás problemas– murmura el teniente buscando la oscuridad de mis ojos, cuando somos interrumpidos por un carraspeo casi ineludible. Desvió mi mirada observando a la madre Superiora en compañía de la monja joven, quien rompe el breve silencio sepulcral.
–Padre Lautaro, hermana Giovanna, les presento a Sor Juliette, quien me colabora en las labores del convento, también vive ayudando a las ovejas descarriadas de la comunidad y es la encargada de la adaptación de las novicias que escucharon el llamado del señor– anuncia la madre Superiora y trago saliva nerviosamente mientras intento disimular mi repentina distracción con una sonrisa tonta.
–Hermana Giovanna, demos un recorrido por el convento y me hablas un poco de ti, ¿Te parece? –dice Sor Juliette con su voz angelical y me quedo atrapado en mis propios pensamientos.
Unas horas más tarde
Idiota, imbécil, estúpido, a estas alturas no sé cual es el adjetivo para definirme por dejarme envolver por una mujer y lo peor, de una monja. ¿En qué carajos estaba pensando para quedarme en el convento? Lo sé, La respuesta está en la punta de mi lengua, pero me cuesta admitirlo: fue ella, esa maldita belleza, la que me atrapó con su encanto y dejó una sonrisa idiota pegada en mis labios. Estaba tan absorto en admirar su rostro angelical que ni siquiera escuchaba lo que decía, solo podía imaginarla desnuda, explorando cada rincón de mi mente mientras me hundía más en este aburrido cautiverio.
También conocí a las otras monjas, todas viejas momias, anticuadas, feas y mandonas, entonces Juliette es como un rayo de sol entre esas brujas, tal vez exagero, pero es lo que pude palpar en mi recorrido. Sin embargo, sigo sin entender: ¿Por qué vive en este convento frío y deprimente? ¿Por qué desperdicia su vida al servicio de su Dios? No creo que sea por simple vocación, ni amor al prójimo, tiene que haber más motivos que desconozco, o sencillamente no creo en la gente desinteresada. Reconozco que estoy influenciado por el ambiente cruel y sombrío del que viví rodeado, tanto que no creo en las buenas intenciones de nadie por nada, siempre hay más tras una decisión.
Después de soportar las monótonas y eternas rutinas del convento, donde hasta el eco del Ave María se había perdido en el vacío de mi mente, por fin llega un momento de respiro. Ahora, camino junto a Juliette como si fuera su sombra en estos pasillos en penumbra, hasta que ella se detiene frente a una puerta.
–Hermana Giovanna, imagino que el viaje te ha dejado exhausta, y este calor asfixiante no ayuda. Deberías darte una ducha. Por favor, adelante, esta será tu habitación –su voz suena suave como una caricia, y asiento con la cabeza mientras abre la puerta.
Observo con curiosidad la estancia iluminada por la tenue luz de los veladores. Hay un crucifijo colgado en la pared, un placard, una pequeña mesita de madera, todo en perfecto orden. Sin embargo, lo que realmente llama mi atención son las dos camas, una de ellas ocupada por mi bolso con mis pertenencias.
Pero mi atención se desvía rápidamente cuando Juliette retira su cofia, dejando al descubierto sus cabellos dorados que brillan como el sol. Un escalofrío recorre mi espalda y mi pulso se acelera, mientras observo hipnotizado cada movimiento suyo. Un sudor frío empieza a perlarme la frente, y mi boca se seca como si estuviera en el desierto. Intento mantener la compostura, apretando los puños para contener la temblorosa excitación que me embarga. Aclaro mi garganta y mi voz sale más nerviosa de lo que pretendía.
–Gracias, Sor Juliette. La habitación parece acogedora y luminosa, pero… ¿compartiré la habitación con alguien más? –digo con mi voz fingida mientras mi mirada sigue fija en ella, incapaz de apartarla.
Ella, sin mostrar la más mínima compasión por mi turbación, se seca el sudor de su cuello con un pañuelo y se desprende de su túnica, revelando su esbelta figura y sus curvas perfectas ante mis ojos atónitos.
–El calor es insoportable aquí. Respondiendo a tu pregunta, hermana, compartirás la habitación conmigo. ¿Te molesta, o prefieres quedarte con alguna de las otras monjas? –responde con su voz inquieta, cuestiona con curiosidad y trago saliva dejándome en jaque.