Vaya, vaya.

1346 Words
Narra Faith: El día en el la oficina ha sido interminable a pesar de haber llegado una hora tarde y de que me he ocupado todo el día con el listado interminable de pendientes de la boda Warren. Claro que el señor Philip no se ha equivocado en dejarme este evento a mí. No es por ser presumida, pero una boda en tan poco tiempo y con todas las exigencias que tienen los novios, no es algo sencillo, lo que me hace dudar de que los otros organizadores de la empresa sean capaces de lograrlo, dado que, de todos ellos, soy yo la más experimentada de todos. Por un lado, me habría gustado recibir el evento Adams también, por el prestigio y reconocimiento que me daría, pero no se puede tener todo en la vida. Con la boda la comisión será mucho mayor, y eso lo agradezco muchísimo porque lo necesito. —Noc, noc —alguien dice en la puerta, mientras termino de tomar los apuntes de los últimos arreglos del día. —Adelante —respondo y sonrío al levantar la cabeza y ver que se trata de Teresa, mi mejor amiga y compañera. —Señorita Stone, no he sabido de usted en todo el día. Según escuché, le ha ido muy bien en su reunión —se ríe y me encojo de hombros. —Sí. Philip me ha jugado sucio al no decirme, no sabes lo idiota que he sido con Edward en el ascensor —comento, sin confesarle cómo me he sentido con él en realidad. —¿Edward? ¿Desde cuando tuteas a tus clientes? —pregunta con suspicacia. —Desde que ellos me lo han pedido así. Me pongo de pie y comienzo a recoger mis cosas para irme a casa. Ya son pasadas las cinco y necesito ver a papá, de quién no he sabido en todo el día. —Bueno, cariño, te deseo buena suerte. Según escuché por ahí, este es el evento del año, y las ganancias del presupuesto son exorbitantes —comenta, jugando con su cabello castaño. Teresa es guapísima, una gordita con unas curvas que volverían loco a cualquier hombre. Siempre va bien arreglada y es apasionada por la moda, lo que hace que sea muy atrevida en los atuendos que escoge. Cada día, logra crear un look diferente a pesar de emplear las mismas prendas. —Gracias, Tere. Espero no meter la pata. Edward Warren me provoca un no sé qué, que bien podría terminar en un problema —confieso sin contenerlo. A diferencia de lo que esperaba, ella no me ataca, ni me acusa. —No es para menos, el tipo está para comérselo, pero haz tu magia, Faith. Ya verás que todo saldrá bien. —Eso espero, Tere, eso espero —asiento y le doy un beso en la mejilla, lista para irme. Ambas salimos de la oficina y bajamos hasta el piso uno para marcharnos a casa. Afuera llueve, como de costumbre en Londres, y yo como tengo el auto averiado, decido viajar en autobús para no tener que pagar otro Uber. —¿Segura de que no quieres que te lleve a casa? —me pregunta ella, en dirección al estacionamiento. —No, cariño. Sería un abuso que tuvieras que atravesar la ciudad para llevarme y luego regresar. Tranquila, que aquí viene el bus. Sin más, salgo corriendo del lobby del edificio para enfrentarme al aguacero y subirme en uno de los primeros asientos. Está casi vacío y aprovecho el viaje para llamar a mi papá y ver cómo sigue. Me contesta al primer timbrazo. —Hola, extraña —saluda con voz somnolienta. —Hola, papá. ¿Cómo sigues? —digo, sintiéndome un poco mal por no haber llamado antes. —Todo bien, pequeña. Migajas y yo la hemos pasado muy bien aquí en casa —le sonrío. Migajas es nuestro pequeño gato blanco que encontramos en la basura hace unos meses. Desde entonces se ha hecho parte de nuestra familia. Entonces, una tos seca se escucha a través de la línea y mi preocupación crece. —¿Te has tomado todos los medicamentos? —pregunto. Hace casi cinco años que mi padre ha sido diagnosticado con insuficiencia renal, y desde hace tres años ha tenido que dejar de trabajar. Como mi madre murió cuando yo tenía cinco, siempre hemos sido él y yo, y ahora que está enfermo, soy yo quien me encargó de todo. Antes se dedicaba a trabajar carpintería y con su salario y contratos, me estaba pagando la universidad, pero su enfermedad le dio un giro a nuestra vida y tan pronto llegué al último año, me vi en la obligación de buscar un empleo a tiemplo completo, para poder compensar los gastos de la casa y de medicinas. —Eh… Me he tomado la última pastilla hace unas horas, la siguiente dosis es a las seis, pero ya no quedan. Cierro los ojos con pesar y vuelvo a abrirlos para enfrentar el lúgubre paisaje de inicios de octubre, donde todo es lluvia y frío. Sé que si no me lo ha dicho antes es porque le atormenta generarme gastos y preocupaciones. —Debiste avisarme, papá. Me detendré en la farmacia antes de llegar a casa, ya voy de camino. Así aprovecho y compro algunos comestibles —le digo. —¡Ya sabes que no me gusta que uses el teléfono mientras conduces! —me reprende. —Voy en el autobús, mi auto se ha averiado. —¿También? —pregunta, y la preocupación es notoria en su voz. —Tranquilo, estoy trabajando en un proyecto grande, ya verás que me encargaré de todo. Con esa promesa le cuelgo y me detengo dos paradas antes de llegar a casa, en la plaza T and T, un moderno centro que hicieron hace unos años y que cuenta con varios restaurantes y negocios lujosos que atraen a un gran público a la zona. Nuestro edificio no está muy lejos, así que podré caminar sin problemas a casa. Tomo un carrito y entro a la tienda, haciendo un recuento mental de lo que hay en casa. Necesito cosas para el baño, algo de detergente y por supuesto, fruta. A mi padre y a mí nos encanta y no podemos estar sin ellas. Cuando el carrito ya va casi lleno, voy al área de la farmacia y de mi bolso saco la prescripción a nombre de mi padre para que el farmacéutico me la despache. Ya es más por rutina que por necesidad, porque llevo meses comprando aquí. Toma la prescripción, no sin antes su frase habitual. —Faith Stone, ¿Cuándo me darás el placer de tener una cita conmigo? —pregunta y me encojo de hombros. —Si eres perseverante, quizás algún día —le sonrío, segura de que no va a pasar. Él se retira, fingiendo estar dolido y me giro para ver a mi alrededor, pensando qué más hace falta en la casa. Obviamente, pagaré todo esto con la tarjeta de crédito, confiando en que el próximo mes podré saldarla. Entonces, al fondo del pasillo, justo frente a los vinos, la veo. Al principio pienso que es mentira, que debe ser alguien más, pero me fijo en ese bolso exquisito y esa melena rubia, y me doy cuenta que es ella. La señorita Lucy Harrys, mi clienta estrella y prometida de Edward Warren, de la mano de un sujeto por lo menos diez años mayor que ella, en una escena muy acaramelada. Quizás es su hermano, pienso para no atormentarme, pero entonces veo que él toma su rostro en las manos y la besa, dejándome con la boca abierta. Me giro de pronto para que no me vea y el chico de la farmacia me entrega el bote de pastillas. —¿Qué pasa? ¿Has visto un fantasma? —me dice al ver mi asombro. Niego con la cabeza y me dirijo a la caja a toda prisa. Si antes tenía dudas, ahora todas han desaparecido: esta boda va a ser más complicada de lo que creí.
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