POV Ana
Ya habían pasado tres días desde lo del derrumbe de la plaza y la desaparición de mi prometido, su cuerpo era el único que faltaba por encontrar. Trataba de ser positiva, pero mi cerebro me traicionaba haciéndome pensar en lo peor.
Mis padres insistieron en venir a verme, pero me negué a que me vieran devastada, mi hermana mayor es quien ha estado viniendo a visitarme por las tardes con mis sobrinos después de pasar por ellos al colegio. En la familia solo somos nosotras dos, vivimos en San Pedro y mis padres en Monterrey, a veinte minutos de distancia en auto, pero por el tráfico a veces se vuelve hasta media hora de camino. Laura me ofreció que me quedara unos días con ella y su familia en su casa, rechacé rotundamente su ofrecimiento asegurándole que no haría una locura, quería estar en nuestro departamento, sentir el aroma de Carlos que aún podía percibir en la ropa y en las sábanas, a veces me quedaba recostada por horas sintiéndolo, como es que de un momento a otro la vida me lo estaba arrebatando.
Había dejado de asistir a la clínica, Lili había gestionado para que se me tomará como vacaciones adelantadas que después tendría que reponer, esto para que no me despidieran por abandono de trabajo, se lo agradecía por preocuparse por mí, ella era como una hermana más para mí, pero me negaba a vivir una vida sin Carlos, como podría. Comencé a llorar haciéndome “bolita” en la cama, abrazada a su almohada. Mis ganas de vivir eran nulas, sólo seguía por la esperanza de que él estuviera vivo.
Escuché el sonido de una llamada entrante a mi celular, era mi hermana Laura.
- Ana, en el canal 9, está ahora mismo una conferencia de prensa sobre el derrumbe, quien está explicando es el mismo dueño de toda la constructora – me limpie las lágrimas de los ojos, tragando saliva para aclarar mi garganta.
- Gracias Laura por avisarme - colgué.
Encendí el televisor en el canal que mi hermana me indicó, subí el volumen. “Arturo Abad Rocamonte” leí en la leyenda inferior de la pantalla ese nombre, recuerdo que Carlos lo mencionaba como un hombre serio y extremadamente dedicado a su empresa.
“Grupo Rocamonte, lamenta el terrible accidente sufrido en la construcción de Plaza Antara, enviamos nuestras más sinceras condolencias a los familiares de los cuatro trabajadores que fallecieron durante el derrumbe, damos nuestra palabra de que las familias de estas cuatro personas serán indemnizadas como se debe y en la empresa nos haremos responsables de todo lo que se tenga que enfrentar... quiero asegurarles que Grupo Rocamonte está investigando las causas reales del derrumbe, estamos seguros que este accidente no fue a causa de un descuido de nuestra empresa, trabajamos con las medidas más estrictas en cuanto a seguridad se refiere, pero a veces, aunque se esfuerce por realizar las cosas de la manera más profesional siempre habrá situaciones que se salgan de nuestro control, como en todo trabajo, lamento nuevamente la pérdida de nuestros cuatro trabajadores y estamos con sus familias acompañándolos en su dolor”
Estaba inmóvil en mi cama, las lágrimas salían de mis ojos, él acababa de decir que los cuatro trabajadores fueron encontrados sin vida, solté un gritó dejándome caer sin fuerza sobre la cama, mi Carlos, ¿Por qué la vida te había arrebatado de mi lado? Mi vida ya no tenía sentido si no era a su lado. Tomé la última foto que nos hicimos, la tenía encima del buró de la recamara, acaricié su silueta con mis dedos sobre el cristal del portarretrato. “Prometiste amarme hasta el fin del tiempo mi amor" sollocé.
Era tanto mi dolor, que de pronto sentí la necesidad de culpar a alguien, Carlos era un excelente arquitecto como podía ser posible que la plaza comercial se derrumbará, así como así. Necesitaba respuestas, estaba desesperada y nerviosa ante la idea de no volverlo a ver. Necesitaba saber dónde tenían su cuerpo. Aunque sea verlo por última vez.
Como pude y con la poca fuerza que me quedaba conduje hasta la residencia de la familia de Carlos, ellos tendrían la respuesta sobre su cuerpo, eran sus padres y la primera persona a la que llamarían para enterarlos sobre lo que sucedió.
Aparqué frente a la caseta de vigilancia, pidiendo me dejarán entrar, pero el vigilante me respondió que los padres de Carlos dieron la orden de que no se me dejará pasar. No lo podía creer. Saqué mi celular de la chamarra y marqué el número de su madre.
- Necesito hablar con usted, quiero saber dónde está el cuerpo de Carlos, quiero verlo una vez más - dije casi deshaciéndome en llanto.
- No volverás a verlo jamás y esperamos no volver a saber de ti nunca - colgó.
¿Qué? No podían alejarme de él, me acerqué al portón cerrado, gritando desde ahí que me dejarán pasar, pero el vigilante me detuvo.
- Por favor señorita no me haga llamar a la policía - escuché su voz.
¿Por qué eran tan crueles conmigo? Yo jamás les hice daño, al contrario, siempre amé a su hijo por sobre todas las cosas. Lo único que quería era verlo una última vez, tocarlo, aunque ya no volviera a despertar.
Lo único que me quedaba era tratar de hacer justicia por la muerte de mi prometido. Quería respuestas de donde estaba Carlos, no me daría por vencida de verlo una última vez. Conduje hasta las oficinas de Grupo Rocamonte. Estacioné mi auto frente a aquel edificio imponente. Cuando entré al ver el interior y dirigirme a recepción me cohibí por completo, estaba deshecha y demacrada pero no me importaba.
- Buen día señorita, quisiera hablar con el Sr. Abad Rocamonte – le pedí a la recepcionista.
Ella levantó la vista con indiferencia.
- ¿Con cuál de los dos? - preguntó, moví la cara confundida.
- ¿Cómo? ¿Hay varios? - ella rodó los ojos con fastidio.
A mi espalda escuché unas voces. Volteé a ver era el mismo hombre que había visto en televisión Arturo Rocamonte. Camine con paso firme hasta donde él estaba de pie, dando instrucciones al vigilante de la entrada, parecía estar enfadado.
- Señor Arturo Abad – dije tratando de que mi voz saliera lo más clara posible, aunque fallé, por qué mi voz estaba ronca de tanto llorar.
El volteó a verme enarcando una ceja y clavando sus enormes ojos oscuros en los míos, era un tipo alto e intimidante.
- ¿Quién es usted? – preguntó de forma seca, mirándome despectivamente.
- Ana Lago, prometida de Carlos Alcázar – lo miré de la misma manera que él lo hacía.
El hombre metió sus manos a las bolsas de su pantalón de forma relajada.
- Ya llegué a un acuerdo con los padres del arquitecto Alcázar, así que le agradecería se retirará de las instalaciones de mi empresa – su voz era grave, me hacía estremecer de miedo, y su mirada.
Apreté mis puños con fuerza al ver cómo se marchaba dejándome sola en medio de la nada.
- Ustedes los “empresarios” creen que todo se resuelve con dinero, a usted le importa muy poco si uno de sus empleados se muere en un accidente por negligencia de su constructora, por qué aquí el único responsable y que debería estar en la cárcel es usted, mi prometido debería estar ahora en casa conmigo no bajo tierra – mis ojos me traicionaron cuando comenzaron a salir lágrimas – pero ojalá nunca tenga que sufrir la pérdida de un ser querido, por qué entonces sentirá lo que yo ahora estoy sintiendo.
Vi con terror como él contrajo su mandíbula, oscureciendo sus facciones.
- Es usted una insolente, ahorita mismo puedo mandar a los guardias de seguridad para que la saquen de la peor manera de mi empresa – dio un paso adelante y yo retrocedí.
- Señor si me permite, yo creo que la señorita está muy alterada y no sabe lo que dice – se acercó otro hombre con traje.
- ¿Y por eso debo permitir que me hable como se le da su gana?
De pronto comencé a ver borroso y sentirme fría, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, ya ni si quiera escuchaba lo que los dos hombres estaban discutiendo todo se nublo alrededor de mí, después de eso ya no supe más de mí.
Pov Arturo Abad
Vi como aquella mujer se desvaneció hasta caer al suelo - la alcé por completo en peso.
- ¡Samuel! Llama a un doctor – le ordené a mi asistente, corrí directo al ascensor con ella en brazos, no reaccionaba, una vez que abrió caminé hasta mi oficina con ella y la recosté en uno de los sofás de la salita de estar donde acostumbraba recibir a negociadores importantes y donde cerrábamos todos los contratos.
Mi respiración estaba agitada, esperaba que este percance no saliera de la empresa en forma de chisme. Suficientes problemas tenían ya. La observé, esta mujer estaba totalmente descuidada, despeinada, las ojeras hundidas y oscuras señal de que en días no había dormido. No se parecía en nada a la descripción que los padres de Alcázar me habían dado de la mujerzuela que les robó a su hijo, si supiera que su prometido está vivo, pensé, sacudí mi cabeza llevándome la mano al cuello, no debería pensar en esas cosas porque es algo que no es de mi incumbencia. “Samuel, ¿dónde estás? Maldita sea, porque no regresa rápido con el doctor”.