Pov. Jacob
Séneca decía: la lealtad que ha sido comprada con dinero puede ser vencida por el dinero.
El ser humano tenía la moral dudosa cuando de lealtades se trataba aun sabiendo que aquí la lealtad lo era todo.
Podíamos ser maleantes, farsantes, probablemente la peor calaña que había sobre la tierra. Nuestra moral se veía afectada con la percepción que tenían las personas sobre nosotros.
Aunque muchas de esas cosas eran ciertas, no podíamos obviar el hecho de que incluso aquellos más honestos podían arruinar las cosas y quedar en ese punto dudoso entre lo correcto e incorrecto.
— ¿Estas listo? —miré a Lorenzo.
— Lo estoy.
Entrar a la mafia no fue complicado, tampoco sencillo. Siendo honesto cuándo me planteé la posibilidad de hacerlo, supe que quizás podía llegar a salir mal de esto.
Estaba jugando con fuego y ese fuego en muchos aspectos se reducía a salir airoso por ser un simple niño, pues la mafia italiana rara vez termina dañando a uno.
Hablábamos solamente de esta, no podíamos decir lo mismo de las otras. El tráfico de mujeres y niños era algo que sucedía.
No obstante, eso no era algo que supiera de niño, más bien había entrado en una especie de inconciencia y desesperación que por suerte me llevo a una persona buena y agradable como lo fue Anthony.
— Vamos a matar ese puerco —sonreí mientras decía aquello.
— Palabras dulce para mis oídos —susurró Sam y los tres reímos.
Nuestros pies se movieron sincronizados mientras caminábamos a los autos.
— Sam —Leonardo llamó —, nos vamos al café —nos miró y le guiñe un ojo.
— El cabrón siempre llevándose la diversión —bromeó y Leo me miró.
— Un sujeto con suerte —dijo Lorenzo y palmeo mi espalda.
— Si tú lo dices.
Nos subimos en silencio, él como siempre manejaba y yo contralaba las armas. Estábamos yendo a los galpones y no podía evitar pensar en mis inicios.
El sujeto que me engendró hizo al menos una o dos cosas bien en su afán de hacerme hombre y la exposición que sufrió. Ni siquiera recordaba cómo fue que terminé en su auto, solo sabía que de la nada y sin pretenderlo terminé andando con él a diario después del colegio.
Un día me entere que la que se llevaba los honores de semejante acto fue una asistente social, una que no denunció que sufría maltrato, pero si hablo de mi bajo peso y lo mal que veía.
Por supuesto recibí otra serie de golpizas y ni hablar de las otras cosas que hizo, pero no iría ahí, sino a cómo aproveche ese momento para observar.
Todos los días me subía en el patrullero, todas las veces lo ignoraba, pero él me hablaba de las personas que buscaban, cómo se movían por el lugar.
Años de investigación estaban grabados en mi cabeza, sobre todo porque era la mejor forma de anular al resto de cosas que sucedía.
Pero fue lo que me motivo aquel día.
— Necesito saber si te vas a poder controlar —sonreí de lado.
— ¿Leonardo esta preocupado por mi cabeza?
— Yo lo estoy, somos amigos —lo miré.
— ¿Lo somos?
— Te romperé una costilla más tarde —solté una carcajada.
— Bien, lo merezco —miré afuera —, solo tengo la sensación que algo cambiará.
— Yo también.
Viajar en la patrulla me hizo aprender no solo lo que hacía la mafia sino también como se manejaba la policía. Guarde cada cosa que pasaba, como se comunicaban, los nombres que tenían, sus infiltrados.
Aprendí cada cosa en silencio, almacenándolas en mi memoria, asegurándome de no exponerme, manteniéndome apartado como si no me interesara y fingiendo hacer tarea.
Una que me encargaba dejar lista en la escuela, solamente para anotar lo que pudiera necesitar. Tenía un plan, un grandioso plan que me dejaba en manos de gente peligrosa, pero con una posible y grandiosa salida.
Solo tenía que aprender lo suficiente.
— Mira eso, a tu hijo parece cantarle todo lo referido a nuestro trabajo —el compañero de papá hablo —¿Vas a ser policía Jacob cuando crezcas?
Miré al sujeto, ese que había ido al colegio cuando dije que abusaba físicamente de mi madre, el mismo que se comunicó con él y le comentó lo que pasaba.
— Sí, seguro, me gusta.
Después de eso escapé de casa, esa misma noche, luego de conseguir pastillas para que se durmiera, me había encargado de ponérselas en el alcohol que siempre bebía antes de hacer su desastre.
— ¿En que piensas? —Lorenzo insistió.
— En que si tuvieras una mujer, probablemente serías más feliz —le sonreí y me saco el dedo del medio.
— Creo que nosotros nos quedaremos solos —hice una mueca.
— Tú no, yo por otro lado…
No tenía muchas esperanza de ello, pero al menos ahora vivía. Tenía una familia, rara, un poco macabra, pero ellos eran mi familia.
— No me interesa eso —lo miré.
— No mientas, porque hasta yo lo quiero, solo que es imposible.
Esa era la verdad, no dejaba que algo así pasara. La última personas que puso una mano encima de mí, fue aquella noche.
Acababa de escapar de la casa, estaba vagando por las calles esperando el momento exacto para moverme y qué me notaran.
Sabía pasar desapercibido, lo había hecho muchas veces en el último tiempo para saber sus horarios. Al punto tal de que ninguno de sus hombres me había visto.
Camuflaje perfecto producto de años de maltrato y abusos.
Había decidido ir al barrio donde siempre hacían las transacciones. Me mantuve lejos observando y esperando el momento exacto donde aquel auto n***o de vidrios polarizados apareciera.
Sabía que no tardaría mucho en llegar, solo esperaba que el jefe viniera, porque de eso dependía que mi plan funcionará. Algo que sucedió momentos después.
La figura imponente de Anthony apareció, lleva aquellos zapatos brillantes, el tapado que cubría todo su cuerpo y un puro descansando en sus labios.
Hizo señas al resto de los hombres que se dispersaron. Hoy en día podía dar certeza de lo que significaba cualquiera de ellas, me las aprendí todas.
Me tomé el tiempo para hacerlo, aprender cada detalle, pues estaba decidido a ganarme un lugar entre sus filas y para que eso sucediera necesitaba ser el mejor.
— Llegamos —miré afuera y sonreí.
— Que empiece el show —hice sonar mis dedos y me baje.
Mis pies se movieron por el cemento húmedo, Lorenzo iba a mi lado observando su arma. Tomé las cintas de mi bolsillo y se las pasé para ponerme las mías.
El olor a humedad y tabaco llego junto con los jadeos dolorosos de un hombre, miré a mi amigo que me hizo señas para que fuéramos cerca del cargamento.
Mis ojos se posaron en el hombre que ahora se encontraba agarrado de los brazos, lo habían abierto cual estrella contra los postes.
— Vaya, vaya —Lorenzo hablo y me miró —, mira lo que tenemos aquí.
El rostro del hombro se elevo y sus ojos dieron conmigo, estaba completamente desfigurado, el mismo color de una mora y las misma protuberancias.
Su labio partido, la mejilla cortada y el ojo oculto por la inflamación.
— Yo te conozco —dijo asombrado y me incline un poco.
— ¿Tú crees? —saqué el cuchillo de mi pierna —, chicos, que pocos hospitalarios —caminé hasta la soga para cortarla.
— Tú… tú —balbuceo el hombre y no lo miré.
— Parece que te has estado saliendo el camino —hablé y Lorenzo me observó —¿Qué crees? —lo miré.
— Los puercos se disfrazaron de ratas —movió la mano —o siempre lo fueron —se inclinó cerca de él —¿Qué dices? ¿Eres una rata o un puerco?
Sabía porque se lo decía, esté cabrón trabajaba para la policía, pero nos ayudaba a nosotros, despejaba el camino y nos permitía trabajar tranquilos, al menos lo hizo hasta hace unas horas.
— Yo soy fiel a ustedes —su cuerpo tembló.
— Claro que lo es —hable —, no quiere que lo matemos —me miró —¿No?
— No, no, yo —siguió mirándome —, tú estabas muerto —sonreí.
Lorenzo lo miró como si estuviera loco y luego a mí, pero no dije nada, solo lo desate para hacer lo quería. Simplemente despejarlo para mi correcta manipulación.
— Es bueno que le este viendo la cara a la muerte —corté la última soga y pateé su espalda.
Su cuerpo se fue hacia adelante, mis manos seguían con el cuchillo, por lo que simplemente lo gire entre mis dedos. El puerco tosió.
— Por favor, tengo familia —tembló y tomé su cabello —, vamos a empezar de nuevo —hablé bajo —¿Con quién hablaste?
Su cuerpo se estremeció y mi cuchillo termino con la punta en su mejilla. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Lorenzo se movió a su alrededor.
— Con nadie —chasquee la lengua.
— Palabras equivocadas.
La punta se clavo haciendo que la sangre comience a bañar la hoja una que me encargue de bajar despacio abriendo la piel.
Su grito lleno el lugar. Mi rodilla se implanto en su espalda cuando quiso moverse y seguí hasta llegar a su boca. Podía ver sus dientes, el maxilar y la sangre brotando.
— Vamos de nuevo —mi rodilla se mantuvo ahí y tomé su brazo —¿Con quién hablaste?
Su cuerpo se quiso mover de nuevo mientras mi cuchillo se mantenía en su mano, trato de sacarla cuando me vio la intensión de atravesar la palma.
— No te vas a mover —sus ojos oscuros volvieron a mi mente.
— Yo, yo… —comencé a reir con el tono asustado en su voz.
— Yo, yo… —me burle acercándome a él —¿Ya no eres tan macho?
— ¡Mi jefe se dio cuenta! —grito y observé el cuchillo atravesando su mano.
— ¿Qué mierda dijiste? —lo mantuve ahí.
— Tu te fuiste… —me observó nervioso y moví el palo en mi mano —, no te encontraron —ladeé mi rostro.
— ¿Crees que iba a dejar que me encuentres? —se volvió a hacer hacia atrás.
— ¡JACOB! —la voz de Lorenzo me hizo mirarlo.
Sus ojos se entrecerraron, me había perdido de nuevo, aquellas imágenes habían vuelto jodiendome la cabeza, mostrándome que no había salida.
— Enviaran un escuadrón mañana —grito entre llanto y miré mi trabajo.
Hablaba mal por el corte en la cara, su palma se había abierto en dos y ya no nos servía, había que matarlo, pero necesitaba un poco más de juego.
— Es todo lo que sé, me sacaron del caso, no pude evitar la intercepción.
Su idiotez nos hizo perder un cargamento, ahora teníamos que recuperarlo y eso lo haríamos con los medios correspondiente.
— Los códigos —llevé mi mano a su otro brazo.
— No puedo decirles eso —miré a Lorenzo que solo afirmó.
— Creo que vas a pensar de nuevo en tu respuesta.
Estire su brazo hacia atrás, se volvió a mover y Lorenzo sacó su arma para apuntarlo directo a la cabeza. Su cuerpo se quedó quieto automáticamente.
Me aleje de él y lo miré desde arriba, solo le estaba dando tiempo, aunque con la sangre que perdía no íbamos a poder hacer mucho.
— Jacob —Lorenzo me llamo de nuevo —, no juegues —puse los ojos en blanco.
— Le quitas la diversión —moví mi pierna.
Solo se necesitaba la presión justa y ese «crack» llenaba el ambiente. Grito de nuevo y tire la parte rota para sacar la fractura.
— Por favor, por favor —lloriqueo.
— Los códigos de acceso y la tarjeta.
— 5V78QR6 —grito y miré a Lorenzo.
— Fácil —sonreí y negó.
— Termina esta mierda.
Mi mano tomó la nuca de nuestro amigo para levantarlo del suelo. Sus ojos dieron con ambos, arrugue la nariz cuando el olor a mierda llenó el lugar.
Miré a Lorenzo que hizo lo miró y ambos mirábamos abajo para observar a nuestro amigo meado y defecado. ¿Cómo era posible que trabajara de esto?
— ¿Te has cagado? —consulté —¿En serio? —miré a mi amigo —, se cagó.
— Termina esto.
Caquita se alejo de mí asustado, solo negaba, no podía mover las manos, pero seguía de pie. Saque el escopeta y Lorenzo de nuevo me observó.
Apreté el gatillo haciendo que su cabeza se abra y caiga al suelo, mi amigo cerro los ojos cuando un pedazo de seso termino en él.
— ¿Era necesario?
— No me dejaste jugar —limpio su rostro.
— Definitivamente te romperé una costilla.