Capítulo 1 Noticias malas
Pov. Anna
Mi vida siempre fue serena hasta que las cosas simplemente dejaron de funcionar. De un momento a otro todo lo que tenía, mis metas, cada cosa cayó directo a un vacío.
Fue algo que llegó de golpe y arraso con todo a su paso. Quisiera decir que no me afectó, que lo llevé bien y solo me senté a ver como las cosas se acomodan de nuevo.
Solo manteniendo mi lado positivo y ya.
Pero la realidad es que no fue así. Había cosas que me gustaban, situaciones que disfrutaba con tanta pasión que simplemente me negué a perderlas hasta que comprendí la gravedad del asunto.
Pero eso fue hace tanto tiempo.
Entre a casa, acababa de llegar de mi rutina de ejercicios. Mi cuerpo transpiraba y la botella de agua en mis manos se movía por un ligero temblor de esta.
Me había pasado y se notaba.
Tomé aire y traté de calmarme, necesitaba de relajar mis músculos mientras iba a la cocina a buscar algo de comida, solo necesitaba algo de energía e iba directo a la universidad.
Mi vista se nublo, el dolor en mi cabeza golpeó como si acabaran de darme con un palo. Mi mano se aferró al desayunador y mi cuerpo sufrió las consecuencias.
Sentí como el pulso cambiaba, la sudoración fría que me recorría la espalda, mis temblores se multiplicaron y apenas podía concentrarme.
— Alexa —me trastabilló —, llama a mamá.
— Llamando a mamá.
Escuche los tonos en la línea y pelee por mantenerme con los ojos abiertos, solo necesitaba un poco más de tiempo, algo que me dejara consciente.
— Hija —habló agitada —¿Todo bien? Estaba por llamarte, tengo… —la interrumpí.
— Mamá —hable a duras penas.
— ¿Anna? —escuche su grito.
— Yo… casa, ven —la oscuridad iba creciendo y mi cuerpo perdiéndose de a poco —. Ven.
Es lo último que recordaba haber dicho, no había nada más, no tenía mucho más para contar, solo sé que desperté en el hospital con Ludmila a mi lado, completamente dormida.
Mis ojos siguieron recorriendo todo hasta que se centraron en sus ojos celestes, me estaba mirando, perdido en algún lugar, pero aquí estaba.
— Me has asustado —se levantó —, pensé…
Los ojos de papá se cerraron mientras pensaba en sus próximas palabras. Se veía afectado, algo que empeoró cuando Lud se levantó para comenzar a llorar.
— No vuelvas a hacer algo como eso ¿Lo entiendes? —se apartó para mirarme —, no puedes asustarme, no puedes irte, no puedes dejarnos.
Podía sentir su dolor, la forma en que ella parecía caer en ese espiral que me arrastraba con ella.
No me gustaba.
— Deberías aplicarlo para tus idioteces —hable molesta.
— Exacto —dijo nuestro padre.
Era la más decente de todos mis hermanos. La que mejor carácter tenía, disfrutaba salir con mis amigos y pasar tiempo fuera mientras nos sentábamos en una plaza para charlar sobre las distintas situaciones que encontrábamos a diario.
Me gustaba pasear por todas las calles de Roma, comer helados, ver una película en el cine con una cantidad exorbitante de palomitas.
— Las dos —papá me miró y la puerta se abrió con el resto de la familia.
— Genial —balbuceó —, estoy bien, viva, feliz y sana.
No pude evitar darme cuenta de las miradas que se daban entre ellos, la forma en que parecían ocultar algo.
— ¿Qué ocurre? —los miré.
— Anna…
Las palabras que salieron de mamá me dejaron en la nada, porque ese día todo lo que conocía cambió, yo lo hice, me convertí en una versión diferente.
Los platillos saludables pasaron a ser moneda corriente en mi mesa. Era fanática de las golosinas, solía tener al menos una docena de bolsas con distintos tipos de dulce y ahora nada.
Frituras, alcohol, gaseosa, horas sin sueño. Y luego nada.
Amaba los malvaviscos asados frente a la fogata cuando íbamos de campamento con la familia. Estar en mi cuarto y bajar a robar helado en la madrugada.
Solía ser inquieta, corría por todos lados, hacía todos los días el mismo recorrido y rutina de ejercicio. Prácticamente recorrí toda la ciudad.
Me anotaba en maratones y entrenaba horas para tratar de ganarle a mis hermanas. Era inquieta, no paraba, no sabía que era quedarme quieta hasta que la vida decidió dar su revés y prohibirme hacer cada una de esas cosas o mejor dicho restringirme cada una de ellas.
Agotarme hasta el cansancio no era opción, comer porquerías tampoco, porque mis días de aventuras con mis amigos terminaban en grandes descompensación para mí e internaciones repetidas.
La peor fue de cuatro días, donde tres de ellos estuve completamente inconsciente. Ahora me la pasaba vigilada, con horarios estrictos, dietas más estrictas, actividades mesuradas y controles médicos y psicológicos constantes.
«Era la nueva loca de la familia»
Pero seguía sonriendo, siempre sonreía, porque estaba decidida a no bajar los brazos, a mantener las cosas como corresponde, con sus círculos interminables.
Será por eso, que ahora, viendo a mi médico y observando los resultados del análisis, no puedo entender qué fue lo que hice mal.
— No comprendo —susurré —, hice todo, hago todo, ya no vivo, no sé…
Qué pasó para que ahora me encontrara en esta situación, cuando prácticamente vivía para hacer todo como correspondía.
— Es una broma ¿verdad? —lo miré y la pena en sus ojos me golpeó —, tiene que ser una broma, porque esto no tiene lógica, no he hecho nada fuera de lo común.
Mi pulso era un desastre, mi cabeza otro más grande y las cosas simplemente empeoraban.
— Ingiero alimento todas las veces que se me ha indicado, solo los que tengo permitido —mamá estaba callada —, hago ejercicio las veces que se me ha indicado, no me excedo, duermo la cantidad de horas que me ha dicho, hago cada una de las cosas que me recomendaron y me está diciendo que esto empeoró.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras observaba al doctor que ahora me miraba con mucha más pena. Estaba en tratamiento, pero me descompense nuevamente y mis padres me trajeron de nuevo al hospital.
— Anna —papá toca mi hombro.
— No, no lo digas —levanté mi dedo —, no puedes decirme que me calmé o que todo está bien, está mierda me está pasando a mí —me levanté.
— Señorita Rossi —lo miré.
— No se le ocurra decir que me entiende, usted no lo tiene —bajo el rostro.
Adiós a la tranquilidad de mis vacaciones.
Mis padres habían decidido hacer unas pequeñas vacaciones para que nosotras conociéramos algunos lugares de América y nos llevaron a todos a pasear.
Ya venía procesando mi cambio de vida, lo llevaba bien, hacía todo lo necesario para llevarlo bien. Sin embargo, había tenido otra jugada y terminé de nuevo internada.
— ¿Cómo es posible doctor? —su voz pausada sonó —, está viviendo con nosotros, volvió a casa, controlamos sus comidas, hacemos todo lo que nos han dicho —parecía igual de molesta —, toma su medicación a tiempo, nunca deja de hacerlo —mamá terminó contrariada.
Lo miraba con los ojos llenos de enojo, papá simplemente pasaba la mano por su rostro.
— Señora Rossi —tomó aire —, nosotros le explicamos que esto podía suceder, había una pequeña posibilidad de que las cosas se salieran de control y tuviéramos que recurrir a alguno de los planes que ya les planteamos —tomé aire —, se ha mantenido durante bastante tiempo bien, lo cual es increíble, porque habla de sus cuidados, pero tiene que entender que estas cosas pueden pasar.
— Y una mierda —brame.
— Pero lo bueno es que estamos a tiempo, si hacemos las cosas bien… —no me aguanté más y lo interrumpí.
— ¿Tengo que operarme?
— Sí los próximos exámenes salen mal, sí.
Mis ojos fueron a mis padres que me observan con la mirada cargada de pena. Sabía lo que pensaban, tenía en claro lo que estaban analizando, en algún punto todos sabíamos que este día llegaría, al menos yo lo tenía en claro, sabía que en algún momento el globo se explotaría y las cosas golpearía mi rostro con fuerza.
— ¿Cuándo los van a hacer? —mi mamá habló con el rostro serio y la miré.
Samanta era buena para camuflar lo que le pasaba, pero yo sabía que detrás de esa fachada de aquí no pasó nada, su mundo simplemente estaba colapsando igual que el mío.
Había visto el temor en ambos cuando me descubrieron lo que tenía. Los había visto cuidarme y observarme desesperados cuando me encontraba en mal estado.
Tuve que someterme a millones de pinchazos para saber que me pasaba y al final resultó que los cuidados tenían que ser mayores porque no importaba lo que hiciera, no importaba que tanto siguiera las rutinas, todo, exactamente todo, se iba directo a la basura.
— Hay que hacer algunos estudios, pero son en New York —bien Lu, te vería —, tendríamos que hablar con la hermana para ver la compatibilidad y organizar todo.
— Siempre y cuando salgan mal los próximos estudios.
— Anna, la realidad es que las cosas han empeorado en dos meses, las probabilidades —dejo la frase inconclusa —. Mira, es importante que se cuiden las dos y lleven una dieta balanceada en este tiempo.
Bien, esto iba a pasar, solo necesitaba una pregunta más.
— De esa forma nos aseguramos que todo esté en condiciones y que nada malo pase —siguió —, también es importante que empieces a tomar los remedios para asegurarnos que el procedimiento sea exitoso —más remedios ¡yupi! —, acá depende mucho de tu estado mental, someterse a esto puede traer complicaciones, pero si estás preparada y haces el tratamiento psicológico adecuado podemos obtener buenos resultados y con eso asegurarnos de que el progreso de todo esto sea favorable.
El optimismo en su voz me enervó. Ahora lamentaba no tener un arma para darle un disparo en la cabeza.
— De esta manera tu salud se mantiene y puedes tener una vida como cualquier otra persona.
¿Una vida como cualquier otra persona? Yo no sabía lo que era eso, hace mucho que no tenía idea de lo que era eso, porque no recordaba cuándo fue la última vez que viví una vida como cualquier otra persona.
Lo único que tuve siempre fueron inyecciones, medicamentos internacionales y tratamientos, millones de tratamientos para poder dar con algún buen resultado. Incluso me sometí a esos estudios experimentales para mejorar todo de una sola vez.
Hice todo lo que mis padres querían y me pidieron, incluso lo que Ludmila solicitó, porque dentro de todo este fracaso que era mi vida, quería esto, quería vivir, quería ser normal como cualquier otra persona.
Aunque eso ahora parecía ser algo imposible.
— ¿Posibilidades de morir?
El médico hizo una mueca y mis padres también, pero necesitaba la verdad.