Zafiro sintió la fuerza del agarre, los ojos severos de su hijo la hicieron sentir pequeña.
—Hijo, tranquilízate, nadie muere de amor.
Egan la soltó.
—Es mejor que te vayas, madre, solo me has puesto de muy mal humor.
—Hijo…
—Vete.
Zafiro respiró profundo, se marchó.
Una semana después.
Grecia visitó a Jacques, era la primera vez que lo hacía, la enfermera le dejó pasar, él ya no estaba en reposo absoluto, estaba sentado en un escritorio, pintaba.
—¿Parece que dibujar se te da bien? —exclamó al verlo pintar un paisaje de un bosque y una cabaña.
—¿Te gusta?
Ella asintió.
—Sí.
—Es un lugar que existe, era de mi madre, cuando ella estaba bien de salud, tenía un buen trabajo, era corredora en la bolsa, tenía dinero y compró una cabaña en el bosque de Òrrius en Barza, solía llevarm
