Capítulo 1: La esposa despreciada
Las campanas de la iglesia resonaban como el día en que Grecia Palmeri perdió a sus padres, era solo una niña de cinco años, y tras esa tragedia, su medio hermano mayor Román, que en aquel entonces era mayor de edad, juró que se haría cargo de ella.
Sin embargo, su promesa se la llevó el viento, aunque nunca la desamparó, en cuanto a un techo y comida, no dudó en abandonarla en el rancho de Catalia propiedad de la familia, con una institutriz que se hizo cargo de la niña.
Grecia ahora tenía diecinueve años, llevaba el vestido de novia blanco, que alguna vez su madre usó, iba a casarse, aunque no era lo que quería, pero su hermano no le dio más alternativas.
Cuando el recuerdo vino a ella, sintió un escalofrió.
«Hace una semana, con exactitud, su hermano la visitó en Catalia, ella estaba feliz de verlo de nuevo en casa, pensó que quizás, ahora que la madre de Román murió, él quería estrechar lazos, pues siendo sinceros, era Grecia su único pariente en el mundo con vida.
Sin embargo, las palabras que escuchó del hombre le hicieron sentir rabia.
—Vas a casarte con Egan Montenegro, es de una familia rica y respetable, además es atractivo, aunque tengo miedo por ti, Grecia, no sé si a él le gustes, en realidad, eres fea.
Grecia hundió la mirada, nadie nunca la llamó fea en el pasado, que se lo dijera su hermano, era más doloroso.
Sintió rabia, porque no acostumbraba a temer o a quedarse callada.
—¡¿Y entonces?! Si soy tan fea, ¿Por qué vas a casarme? —exclamó con ojos furiosos
—No serás mi obligación, ha sido suficiente para mí, te casarás porque una mujer debe encontrar a un hombre que se haga cargo de ella, ya encontré quien se hará cargo de ti.
Esas palabras eran insultantes, Grecia sintió más coraje.
—No necesito que nadie cuide de mí, lo puedo hacer sola.
—¡Este rancho es mío! Mi prometida quiere usarlo para sus fiestas cuando nos casemos, no serás un estorbo para mí, Grecia —espetó con rabia, golpeando la mesa de madera.
Grecia tragó saliva, asintió.
—¿Y si me niego?
Pudo ver en los ojos de su hermano una rabia centellante.
—Si te niegas, entonces, voy a enviarte directo a un manicomio.
Grecia se quedó perpleja.
—¡¿Qué?! No lo harías —dijo insegura, él se levantó.
—Lo haré, mírate, ¿en quién creerá la gente? En un CEO millonario, dueño de casinos en Mónaco, o en ti, una pobre fea, que solo sabe cabalgar caballos, ni pinta de dama tienes.
Grecia bajó la mirada.
—Eres detestable, ¡Te odio! —exclamó.
Grecia estuvo tentada a negarse, la situación empeoró cuando su hermano pidió que echaran del rancho a la nana Pía, sabía que era su debilidad. Grecia adoraba a su nana, como a una segunda madre, y verla tan desesperada por no poder enviar dinero a sus parientes la hizo sentir fatal, tuvo que ceder, pues no dejaría que una mujer de sesenta años fuera echada a la calle, sin nada»
Las puertas de la iglesia se abrieron, Grecia tenía la pregunta aún en su mente, ¿era fea? ¿Su esposo la encontraría despreciable?
Estaba a punto de saberlo, cuando caminó para llegar al altar.
Escuchó murmuraciones, personas que reían, la miraban con reproche o burla, eso solo hizo que se sintiera asustada.
Hasta que llegó al pie del altar, tropezó por accidente, pero cuando creyó encontrar el suelo, él la sostuvo en sus brazos; la imagen de ese hombre la sobresaltó, su futuro esposo era el hombre más atractivo que vio, de cabellos oscuros, ojos azules como un cielo despejado en primavera, era como una estatua tallada por dioses griegos, sus labios carnosos, una barbilla cuadrada, y ese gesto salvaje que estaba agitando su corazón.
—¿Qué haces, tonta? Estás dejándonos en ridículo.
Ella volvió a la realidad al instante, la voz áspera de ese hombre fue suficiente para hacerla reaccionar, una mujer elegante se le acercó, y le tendió el ramo, que se había caído, en sus manos, tenía un gesto de mala gana, la miró severa.
Y la sujetó del brazo con tal fuerza, que la hizo quejarse.
—¿Qué intentas hacer, niña? Será mejor que digas sí a todo, y acabes con esta basura.
Los ojos de Grecia miraron a la mujer.
—¿Quién es usted?
—¡Tu maldita suegra! —exclamó en voz baja, que apenas pudo escucharla.
Grecia la miró con rabia, sus mejillas estaban enrojecidas, se sintió fatal, la joven tomó lugar al lado del novio, y el sacerdote apareció.
Pronto, comenzó la misa, Grecia no estaba escuchando, todo lo que quería era escapar de ahí, miró de reojo al novio, que tenía ese gesto tan gélido, ni siquiera parpadeaba, pero algo en él, le decía que no estaba satisfecho.
«Soy tan fea para gustarle, pues a mí no me importa, él tampoco me gusta», pensó Grecia, quiso convencerse con la barbilla altiva.
La voz del sacerdote la sacó de sus pensamientos.
—Señorita Grecia Catalina Palmeri, ¿Acepta por esposo a Egan Montenegro para amarlo, respetarlo y serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y enfermedad por el resto de su vida?
Grecia se quedó muda, sin saber que decir, quería negarse, salir corriendo, pero la idea de que Román se desquitara con su nana, o que la enviara a un manicomio la asustaba, ya no reconocía a su hermano.
—Sí, acepto —dijo con voz apagada.
El hombre a su lado la observó de reojo, había un gesto de aversión, que a Grecia no le pasó desapercibido.
—Señor Egan Montenegro, ¿Acepta por esposa a Grecia Catalina Palmeri para amarla, respetarla y serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y enfermedad por el resto de su vida?
Grecia sintió que su pecho se encogió, anhelaba que él dijera que no, rogaba por ello, temblorosa.
«¡Qué diga que no! Por favor, así podré escapar de aquí»
Egan Montenegro se tomó un momento, tenía demasiadas cosas en su mente, la voz de su madre venía una y otra vez para atormentarlo.
«¡Debes casarte con Grecia Catalina Palmeri! ¿O quieres que tu padre muera de un infarto al saberse en la ruina?»
Egan sintió un pesar en su corazón, amaba a su padre, más que a nada en la vida, lo idealizaba, anhelaba algún día ser la mitad del hombre que él era.
Si esa chica le gustaba o no, no parecía importarle, porque el deber ya estaba por encima de todo para él.
—Sí, acepto.
Grecia hundió la mirada con decepción.
—Por el poder que Dios me ha dado, los declaro marido y mujer, el novio puede besar a la novia.
Los pensamientos de Grecia se quedaron congelados, se pusieron de pie, uno frente al otro, tuvieron que mirarse a los ojos.
Egan miró alrededor, sabía que todos esperaban un beso.
Ninguno de los dos quería un beso, pero tuvo que ceder, ella sintió su cálido aliento, cuando se acercó, ella intentó retroceder, él tomó sus hombros, porque ella se estaba alejando.
Grecia cerró los ojos y él la besó.
Solo era un ligero roce, cuando abrieron los ojos, escucharon los aplausos.
Se miraron fijamente, Grecia no pudo leer la mirada de ese hombre, era una mirada oscura, pero tuvo un presentimiento en su corazón de que no le esperaba nada bueno, ahora era una esposa, sí, pero una esposa despreciada.