–¿Ya sabes dónde quieres ir a comer? – le pregunto a Susan mientras salimos del estacionamiento.
Ella está solicitando un servicio de cambio de neumático que llegará mañana en la mañana, por lo que evidentemente el plan de llevarla a su casa aún continúa.
–Aguarda un segundo, déjame terminar esta solicitud y te cuento – la escucho teclear en su celular.
En realidad, quisiera irme a casa. Hoy ha sido un largo día, cargado de muchas emociones y no sé cómo terminé dejándome arrastrar a esta salida, porque una cosa es ser un caballero y no dejarla sola a mitad de la noche en un estacionamiento oscuro y con un neumático desinflado y otra muy diferente es haber aceptado a salir con ella. Quizás todo se resume a que no quiero volver a un apartamento vacío, donde la soledad me espera, para arroparme una vez más.
– ¿Me escuchaste? – Susan parece que me ha dicho algo, pero estaba demasiado absorto en mis pensamientos y no le presté atención.
–Disculpa; me he distraído manejando – miento porque no le confesaré mis problemas a ella – ¿Qué me decías? – pregunto para ser educado.
-Te he dicho que tomes la siguiente salida, el restaurante está del lado derecho – asiento y obedezco su orden, hasta que el lugar aparece frente a nosotros.
Qué tonto he sido, es el mismo restaurante que visité con Ámbar la primera vez que la hice mía en la biblioteca. ¿Ahora voy a cenar con la que fue mi ex en el mismo lugar, mientras ella está secuestrada? Suelto una risita incrédula y quito la intermitente para indicar que iba a entrar al estacionamiento del lugar.
–¡Derek! Te has pasado el lugar, regresa – ella se ríe pensando que me he confundido.
–Lo siento, no puedo hacer esto – me disculpo con ella llevándola hasta su casa.
–¿Pero por qué no puedes cenar conmigo, no ves que es una simple cena entre compañeros de trabajo? ¿O es que acaso mi compañía te resulta tan desagradable? – aparto la mirada del camino un momento y la veo molesta, es más, se ve que está dolida.
Cruza los brazos frente a su pecho y hace un mohín, debo decir que es muy atractiva, durante un tiempo fue la responsable de acelerarme el pulso y descontrolarme la respiración, pero lo nuestro solo fue físico. Hoy, no siento absolutamente nada por ella y por esa razón es que prefiero evitarme una cena a su lado, para no darle falsas esperanzas.
–Lo siento, Susan, en verdad lamento no poder corresponderte en la cena. No se trata de ti, se trata de mí – me disculpo con ella y es la verdad.
–¡Por favor! ¿Es que acaso esa estúpida nerd de las letras no te deja ni siquiera salir con una amiga? – ella me recrimina con una tecla muy sensible, demasiado sensible, por lo que freno bruscamente y de no ser por el cinturón de seguridad, hubiera salido disparada hacia delante.
–Escúchame bien, Susan, no te atrevas a hablar de Ámbar – la miro amenazantemente – ella no tiene nada que ver con que lo nuestro no haya funcionado y no hay necesidad de resucitar nada de eso – ella me mira dolida, porque le he dado donde le hiere y por lo visto, no ha superado aún nuestra ruptura.
–¿Dónde está, por cierto? – ella ignora mi solicitud y sigue metiéndose con ella – Porque me han dicho en recursos humanos que estaría ausente hasta nuevo aviso, pero no me han dado detalles – una sonrisa malvada se asoma en sus labios.
–Eso no es asunto tuyo, mantente fuera de mi vida persona y de la suya. Eso no es algo que te compete – le digo con gesto agrio.
–¿Y qué si lo hago? Te recuerdo que tú y yo tenemos mucho más tiempo conociéndonos. ¿Es que ya no cuenta? – se defiende como quien necesita ganar a como dé lugar.
–¡Tú y yo nos acostábamos, Susan! ¡No hemos sido amigos, duramos un mes envueltos en una relación solo física, pero no somos nada! – le grito, porque de verdad que no la soporto más, quisiera darle una bofetada, pero me controlo porque iría a la cárcel por ello y no necesito más sospechas, ahora que Ámbar ha desaparecido.
Retomo la marcha, y en menos de diez minutos aparco frente a su casa, el resto del camino transcurre en silencio, para mi suerte. Ella abre la puerta y se baja del auto, sin decir nada más, pero se gira para mirarme una última vez.
–Entiendo que tú y yo ya no tenemos nada en común – dice al borde de las lágrimas – pero que no seas capaz de cenar conmigo, es demasiado hiriente – cierra da un portazo y se lanza hacia la entrada de su edificio. La veo irse a paso doble, a la vez que su vestido n***o bambolea con el viento.
Yo suspiro amargamente, porque este tipo de drama es algo que no necesito ahora mismo. Por el contrario, yo ya tengo demasiado con mi vida actual, como para abrir la puerta del pasado y, sobre todo, la razón por la que lo nuestro no funcionó, ella es demasiado intensa, demasiado caprichosa como para entender a los demás, especialmente a mí.
Me dirijo a mi casa con el ánimo abatido. Esta situación me tiene fuera de mis cabales, tanto así que difícilmente me reconozco. La pregunta de Susan me ha tomado desprevenido, porque, aunque les he contado a los de recursos humanos la situación de Ámbar con la intención de que se mantenga confidencial, estoy seguro de que algo se habrá escapado.
En el camino contemplo por la ventana la fría noche que hace afuera. Ya estamos a mediados de noviembre, el otoño en su pleno apogeo y las hojas de los árboles han caído casi todas. Decido poner algo de música y no sé si es la mala suerte, el destino y simplemente una casualidad, pero la canción I’m Yours inunda los altavoces de mi auto.
Me detengo frente a la luz roja y cierro los ojos, recordando los momentos más hermosos de mi vida con esa canción. Puedo ver la sonrisa de Ámbar radiante mientras patinábamos aquella noche y sin darme cuenta, lágrimas corren mi rostro por la tristeza de la soledad. La incertidumbre de no saber dónde está me carcome el alma.
El sonido de un claxon me saca de la ensoñación y al abrir los ojos veo que la luz ha cambiado a verde. Acelero y me seco las lágrimas cuando ya la canción va llegando a su final.
–¿Dónde estás, Abby? – pienso en voz alta, con el alma rota, a la vez que me detengo en un establecimiento de comida rápida para ordenar algo de comer. Pido una hamburguesa doble de queso y carne por el autocaja, y me dirijo a casa, finalmente.
Siento el zumbido de mi celular en el bolsillo de mi pantalón y un número que no conozco aparece en la pantalla.
–¿Sí? – pregunto dándole el primer bocado a mi cena.
–Señor Williams, es la detective Diamonds – la voz femenina llena el audifono.
–Dígame, detective – Trago el bocado sin masticar, para responderle.
–Tenemos una pista sobre el paradero de Ámbar.