Salgo de la comisaría luego de un largo interrogatorio con la detective Diamonds y me siento exhausto física y emocionalmente, la ansiedad que me da no saber dónde puede estar Ámbar mi tiene con la mente fuera de este mundo. Si la policía hubiese aceptado mi denuncia desde el segundo día de su desaparición, estoy seguro que ya la habrían hallado, pero ellos sólo saben llegar a última hora y para mi desgracia, son mi único aliado en este momento.
Veo el reloj mientras bajo los escalones sin prisa, de todos modos, si ella no está en mi vida, nada de lo que pueda hacer tendrá mucho sentido. Son las doce y cuarto, por lo que pienso si volver a la oficina o irme a almorzar, a pesar de no tener mucho apetito. Siento que mi hombro choca con el de alguien más.
–Idiota, fíjate por donde vas – una voz masculina me recrimina mi despiste.
–Disculpe, no fue mi intención – digo con la vista todavía puesta en mi reloj.
Levanto la mirada y para mi sorpresa, se trata del padre y la hermana de Ámbar.
–Señor Shein, Megan – los saludo a ambos sin encontrar qué decir –¿Qué les trae por aquí? – la pregunta me ha salido sin pensar.
–¿Tú qué crees, Derek? – el señor Shein me mira con gesto airado. Sé que está muy molesto conmigo y en parte me responsabiliza de que Ámbar esté desaparecida – Hemos venido aquí, a pasar una mañana amena, ya sabes…
Su sarcasmo es doloroso, por lo que yo trago en seco y Megan interviene con educación.
–Papá, cálmate por favor, esa no es la manera de comportarse – dice ella conciliadora y yo le agradezco con la mirada.
–¿Que me calme? ¿Cómo podría estar calmado, Meg, si hace dos semanas mi pequeña está desaparecida, y la última vez que la vi, fue porque este señor se la llevó de mi casa, alegando cuidarla? No, Megan – dice con pesar viéndola a los ojos – comportándome estoy yo, porque lo que deseo hacerle a este señor es todo menos civilizado.
Estamos fuera de la comisaría y es una escena por todo lo alto. La vergüenza que siento no es ni siquiera porque la gente nos mira y comenta, si no, porque todo lo que el señor Shein me diga es bien merecido: soy un canalla.
–Papá, Derek no es culpable de que ella esté desaparecida – Megan sigue defendiéndome con ferocidad, deseosa de acabar con el escándalo.
–No, Meg, tu padre tiene razón, si no me hubiera ido, ella estaría aquí todavía. Señor Shein… – digo atreviéndome a verle a los ojos por primera vez – tenga seguro que estoy haciendo todo lo que está a mi alcance para encontrar a Ámbar.
–Más te vale, porque de no terminar bien todo esto, las pagarás muy caro, Williams – su cara es hecha una furia.
Se marcha hacia el interior de las oficinas y Megan se queda junto a mí, con cara de pena.
–Megan… – empiezo a hablar, pero ella me interrumpe.
–No, Derek. El hecho de que reconozca que tú no has secuestrado a mi hermana es una cosa, pero eso no quita que pueda aceptar que la dejaras sabiendo que estaba embarazada. Lo primero es encontrarla y que estén bien ella y el bebé. Cuando eso ocurra, si ella decide perdonarte, entonces yo también – hace ademán para marcharse, pero yo tomo su mano y la aprieto.
–Gracias, Meg – digo con sinceridad. Ella asiente y se marcha, dejándome una vez más con esta sensación de culpa que me embarga por completo.
Resignado, bajo los escalones en dirección a mi auto, con una nueva meta pautada: encontrar el paradero de Ámbar y hacer pagar a quién sea que haya hecho esto.
Tras comer rápidamente en un restaurante cercano del campus, decido regresar a la oficina, necesito distraer mi mente en algo y qué mejor que trabajar.
–Hasta que finalmente apareció, señor Williams – Helen parece molesta y no la culpo, estos días he estado fuera de mí. Tiene confianza conmigo de decirme que lo he hecho mal y me disculpo.
–Lo siento, Helen, me pondré al día de inmediato a hacer todos mis pendientes – le sonrío y me acerco hasta su escritorio – Esto es para agradecerte toda tu paciencia.
Coloco frente a ella una porción empacada un postre de tres leches que he comprado en el restaurante. Me quedo aguardando su reacción y ella sin quitar los ojos del ordenador, finalmente me responde:
–Te costará mucho más que un pastelillo para contentarme – me mira a los ojos y me sonríe – ¿Dónde está la cuchara? – se la entrego y me echo a reír como hacía mucho no lo hacía.
–¿Ves que no eres tan dura como dices? – corro a la oficina para no escuchar su respuesta, que seguro no será buena y una vez dentro, me acomodo en mi silla, reclinándome un poco, mirando al techo, antes de finalmente ponerme a trabajar.
Habiendo roto el hielo de la procrastinación, me sumerjo en la pila de trabajo que me espera. Tengo muchos documentos que ver y corregir, para luego pasarle a los maestros que están por debajo de mí. Cualquiera pensaría que ser decano es algo fácil, pero en realidad es más complejo de lo que parece, ya que las exigencias en la educación superior son mayores y yo soy el encargado de que se enseñe en las aulas lo que exige el Estado.
Entre programas de clases, contenidos y demás, la tarde se me pasa volando, tanto así que no me doy cuenta de que ya es de noche y que Helen se ha ido, excepto cuando el sonido de unos nudillos en la puerta me saca de concentración.
–Adelante, Helen – no levanto la mirada, sigo leyendo para no perder el hilo de donde estoy.
–Eh, sé que no estoy en mis veintes, pero compararme con Robinson es demasiado hasta para ti – mis ojos abandonan el texto inmediatamente, en busca de la autora de semejante chiste tan malo.
Se trata de Susan, quien ha asomado su cabeza en el interior de mi despacho.
–Susan, disculpa, no sabía que eras tú, creí que era Helen con algunos documentos – me froto los ojos dándome cuenta de lo cansado que estoy.
–¿Sabes qué hora es? Conociendo a Robinson debe estar alistándose para dormir – ella vuelve a intentar hacerme reír y esta vez lo logra.
En el reloj veo que son casi las nueve de la noche.
–Perdí la noción del tiempo y tenía muchos pendientes – me reclino en el sillón descansando mi cuello –¿Qué haces aquí a estas horas? – si bien es cierto que yo no tengo vida, porque mi vida ha desaparecido desde hace dos semanas, sé que no todos son así.
–Pues también me quedé hasta tarde. Me iba a casa y al ver la luz de tu oficina encendida, pasé a confirmar que no era un descuido – se encoje de hombros.
–¡Vaya, toda una ecologista, cuidando el planeta! – me burlo de ella, porque cuando estuvimos juntos nunca fue nada ahorrativa.
–Las personas cambian – se ríe sin ganas.
Mi estómago gruñe de manera muy sonora y ella abre mucho los ojos.
–Lo siento, es que no he comido nada desde la una – me levanto de la silla porque ya es tiempo de volver a casa.
–Eso es demasiado, anda, te invito a cenar – dice instándome con la mano.
–En verdad lo aprecio, pero no, gracias – rechazo su oferta educadamente y tomo mi maletín en dirección hacia afuera.
Susan y yo tenemos un pasado que quisiera cambiar. Ella es mi jefa directa y la persona con la que terminé hace más de un año porque queríamos cosas diferentes. A mis ojos el pasado ya pasó, por lo que ahora nos comportamos como colegas, más que como amigos. Sin embargo, no me siento de ánimos de estar con nadie. Solo quiero ir a casa y estar solo, pensando en Ámbar.
–¡Anda! Vamos, no seas aguafiestas. Estás muriendo de hambre y te estoy invitando a cenar, es una oferta que no debes aprovechar, te compraré lo más caro que tenga el menú – dice rogándome con los ojos.
–Lo siento, pero quisiera ir a casa – salgo de la oficina y ella se aparta para que cierre la puerta.
–Wow… Nunca me habían rechazado una invitación como esa, pero te respeto – dice levantando las manos rendida.
Caminamos en silencio hasta el estacionamiento y cuando ella llega a su auto, la llanta del frente está totalmente vacía.
–¡No puede ser! – se agacha para verla mejor, a pesar de que está totalmente oscuro.
–¿Tienes repuesta? – pregunto para ayudarla.
–No, es una llanta nueva, no creí necesitar una… Puedo llamar a una grúa – dice buscando su celular.
–No, no, no hace falta, yo te llevaré a casa – resignado mis modales pueden más que mis ganas de no socializar.
–¿Estás seguro? – ella finge que no quiere, pero esperar una grúa le tomaría horas y un taxi otro largo rato.
–Sí, adelante. Vamos a mi auto – caminamos hacia mi BMW.
–En ese caso, ahora sí tendrás que aceptar mi invitación a cenar – ella dice emocionada y yo me encojo de hombros, con un desanimo que no logro disimular, ya que mi mente, mi corazón y mi alegría, se los llevó Ámbar el día que desapareció.