–Un Mississippi, dos Mississippi, tres Mississippi…
Cuento las veces que el ventilador de techo gira encima de mi cabeza intentando distraerme de mi desesperante realidad. Me encuentro acostada boca arriba, contemplando el techo de la habitación.
Tengo alrededor de dos semanas encerrada aquí, y a pesar de que quisiera decir que estoy tranquila, que este encierro me ha servido para analizar mi vida y lo que voy a hacer con este bebé, pero no. Me siento como un animal en el zoológico, frustrada de vivir en esta jaula, cada día más rabioso por escapar.
Una lágrima cae por mi mejilla sin poderlo evitar. ¿Qué pude haber hecho yo para merecer este encierro? Tengo claro que Susan es una persona inestable mentalmente. Estoy al tanto de que ella y Derek no terminaron en donde ella quizás pensó que lo harían, pero nada de eso es mi culpa, sin embargo, Susan parece estar detrás de algo mucho mayor a vengarse de Derek. De acuerdo a los fragmentos de información que ella ha dejado escapar en sus explosiones de ira, tiene que ver algo con dinero, y estoy segura que no es de mi parte, sino de Derek.
Pienso en él y doy un suspiro… Ay, señor D. Estos días lejos de él, lo pienso más que nunca, porque la soledad hace que uno eche en falta las cosas que tuvo alguna vez. Recuerdo sus besos, su sonrisa, su rostro calmado al dormir. Mi memoria está plagada con las cosas vividas con él, porque pareciera que los dos meses que estuvimos juntos, fueran tan largos como dos años. No obstante, a pesar de que construimos memorias mágicas juntos, la tristeza llena mi corazón. Primero, porque por culpa suya es que estoy en este infierno. Si él no me hubiese abandonado en el hospital, si, en lugar de huir como lo hizo ese cobarde, se hubiera quedado conmigo y hubiésemos regresado a la casa de mis padres, no habría tenido que volver a casa sola y enfrentar a esta maldita mujer sola, y mucho menos habría terminado aquí.
Por otro lado, siento que mi corazón se me estruja al pensar que él no quiere este bebé. Sé que era mi responsabilidad protegerme, pero tampoco es que lo hice premeditadamente, como recibir el ultraje cruel que me brindó. Dada su actitud en la sala de emergencias, no creo que desee formar parte de esta familia y eso es algo que todavía no supero. Este nudo de emociones crece dentro de mí, sumado al batallón de hormonas que están alborotadas por el embarazo, dejándome varada entre el llanto y el enojo, la tristeza y la melancolía.
Mientras estudio todas estas cosas, la puerta se abre sigilosamente. Me incorporo a toda velocidad en la cama, lista para salir huyendo ante la menor oportunidad.
–Zorrita, ¿estás despierta? – la voz de Susan llena la habitación con una falsa alegría que me revuelve el estómago. Quisiera hacerle tragar sus palabras, pero me contengo.
Cierra la puerta tras ella y enciende el interruptor. La luz me ciega por un momento. Ya no sé si es de día o de noche afuera. No tengo reloj para llevar el control del tiempo, así que duermo cuando puedo, a pesar de que no descanso nunca.
–¿Por qué no respondes, perra? – su estado de ánimo de un giro brusco, como he podido notar en cada uno de nuestros encuentros.
–No tengo nada que decirte, psicópata – le digo de mala gana, porque precisamente ahora, estoy como un león furioso, ansiosa por sacar las garras.
Ella se ella a reír con una risa sonora, evidenciando su demencia.
–Me han llamado de muchas maneras, debo admitir, pero psicópata no es una de ellas, así que te concederé ese honor – me responde con una sonrisa falsa. – Mira lo que te he traído – me tiende una bolsa con lo que parece comida y yo la acepto de buena gana.
Para eso no tengo orgullo, puesto que necesito alimentarme por mi bien y por el de mi pequeño frijolito. Ella solo trae comida una o dos veces al día y no seré tan idiota como para desperdiciarla, sin importar los insultos que puedan salir de su boca. Abro la bolsa y saco el contenido: una hamburguesa de queso y pollo, junto a una orden de papas. Está exquisito y yo lo devoro con rapidez.
Ella me mira, inclinada contra la pared, con el arma a la vista, sostenida entre su pantalón. Tiene unos jeans y una camiseta blanca, su pelo rizado afro suelto alrededor de su rostro. A simple vista, es una mujer hermosa, podría considerarse hasta modelo, lástima que está loca.
–No puedo distinguir qué fue lo que él te vio – niega con la cabeza, cuando yo termino de comer.
Me imagino el aspecto que debo tener: no me he bañado en varios días. Traigo el mismo vestido que usé el día que me sacó de mi casa. Mi pelo rubio, sucio y opaco por la grasa de no haberlo lavado en tantos días y a pesar de que no hay un espejo aquí, estoy segura de que mi rostro debe estar demacrado por la falta del sol y de descanso. Si me comparan con ella, por supuesto que ella gana.
–Estoy segura de que vio algo que no tuviste tú – le suelto, dando un sorbo de agua de la botella que me ha traído.
Sé que estoy jugando con fuego, porque ella es demasiado volátil, pero en verdad estoy harta de esta situación y de escuchar toda su mierda. He dado en el clavo, porque su risita de superioridad se esfuma rápidamente y se acerca al colchón, despacio.
–Cuidado, Ámbar… No tienes ni idea de lo que puedo hacerte – me amenaza agarrando su arma, todavía dentro de sus pantalones.
–Adelante, haz lo que quieras conmigo, de todos modos, eso no hará que Derek te quiera – mis palabras la hieren mucho. Su cara lo confiesa y es tanto su dolor, que termina por darme una bofetada fuerte. Sin embargo, yo no me quedo con las ganas. Así que se la devuelvo y la sensación de desahogo es indescriptible, aunque me traerá consecuencias negativas.
Saca su arma y quita el seguro, para colocarla junto a mi frente.
–¿No eres tan valiente ahora, verdad? – dice riendo, como quien ha vencido la batalla.
–Haz lo que quieras, Susan. Acaba con mi vida de una vez por todas – y lo digo en serio. Estoy harta de esta situación y quiero una salida cuanto antes.
Ella veo mi actitud decidida y se retracta, guardando la pistola.
–Todavía no, Abby, todavía no…
Y se marcha, dejándome sola y con la promesa de acabar conmigo, aunque sea en otro momento.