La oscuridad de la noche arropa todo el panorama de afuera. Está oscuro y en el reloj del auto de Susan pone que son las nueve y seis de la noche. Estoy muy nerviosa, me tiemblan las manos y los pies, porque la adrenalina comienza a abandonar mi cuerpo, ahora que estoy a salvo. No conozco la zona donde estoy, y afuera no percibo nada más que penumbras. Sin embargo, a algún sitio sé que llegaré, lejos de esos dos bastardos. Este auto tiene demasiados artilugios que no sé cómo usar, no porque no maneje la tecnología, sino porque es nuevo para mí. Me considero una millenial, tengo casi treinta años y, contrariamente a mi elección de mantener mi vida privada y no publicar en las redes todo cuanto me acontece, soy perfectamente capaz de manejar cualquier dispositivo electrónico siempre