Nunca me he considerado ser una persona social, al menos, no por elección. Prefiero estar en casa, leyendo o viendo algún partido, a estar en un antro bebiendo y bailando como la mayoría de las personas de mi edad. No tengo la energía ni el ánimo de uno de veinte, pero quizás debería ser más abierto. Por el contrario, me gusta el silencio, la tranquilidad, la soledad. Toda mi vida he elegido ser asocial, y tener muy pocos amigos. Sin embargo, desde que mi mamá murió, me volví en un ermitaño más arisco de lo usual, propio del dolor y el rencor. Por eso, no tengo ni idea de cómo terminé en un pub de la ciudad, un sábado por la noche. Mi vida parece una ruleta rusa de emociones como si fuera una película. Ver a mi padre, al magnate Williams, fue como abrir la puerta del pasado y desenter