Capítulo 3: Se quién se convertirá en mi próxima víctima.
“Hola, extraño” dijo ella con una sonrisa.
“Hola, Chloe. ¿Comerás?”, le pregunté viendo el desagradable menú del comedor. Nada se me antojaba, así que solo pedí una manzana roja.
“No, traje mi almuerzo. Por lo general, cuando estoy fuera de casa, me duele el estómago. ¿Quieres un poco?” Ella caminaba hacia una de las mesas mientras yo la miraba descaradamente el trasero. Me gustaría morderlo. Es una de las ventajas de una gorda, que sus caderas son anchas y con ello tiene mucho de donde alimentarme.
Pero los idiotas de mis compañeros no comprenderán eso. Después de seguirla sin despegar mis ojos de esa majestuosidad, ella tomó asiento.
“¿Te gusta la vista?”, preguntó, y yo tomé asiento a un lado de ella.
“¿Qué vista?”, pregunté.
“La de mi trasero. Sé que me mirabas”, dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja. Demonios, mi pantalón se siente apretado en este momento.
“Tienes un buen trasero” dije, y ella se puso de múltiples colores.
“¿Te gustaría saltarnos el almuerzo?” Solo asentí. Claro que me saltaría lo que sea con tal de ver ese delicioso culo entre mis manos.
“Vamos”, ella se puso en pie y yo la seguí. Para ser nueva en la universidad, conoce muy bien los salones y a dónde precisamente ir.
Caminamos al lugar a donde nadie va, a donde dicen que se aparecen cosas, y está lleno de polvo, pero para mi suerte estaba impecable.
“Limpié hace unos días” dijo ella mientras entrábamos al salón.
Después de que la puerta se cerró, ella comenzó a quitarse su blusa, dejando a mi vista esos deliciosos melones que sobresalen, y me perdí viendo los erectos y rosados que eran sus pezones. Quiero comérmelos. Pero me quedé inmóvil esperando que hará. Entonces ella se quitó el pantalón y lo dejó caer a un lado, revelando esas carnosas y apetecibles piernas. Sus bragas cayeron momentos después. Mi maldito m*****o estaba vibrante y muy excitado.
“¿Te gusta?” preguntó ella mientras se acercaba a mí lentamente.
“Me encanta”, dije cortando la distancia.
Entonces la besé, mordiendo con ferocidad su labio inferior. De él salían algunas lágrimas de sangre, las cuales succioné con cada beso. Con fuerza toqué sus pechos, acariciándolos profundamente y lleno de necesidad.
Dejé de besarla en la boca y comencé a dejar algunas mordidas en su cuello, sus pechos y terminando en esos deliciosos pezones que no pude resistir como si fuera un bebé hambriento. Mientras tanto, mi mano acariciaba su otro pecho, alternando de uno al otro.
Estaba desesperado, y más al escucharla gemir de esa manera tan alocada como lo hacía.
Mi mano fue descendiendo lentamente, fundiéndose en sus labios inferiores. Sus pliegues me estaban enloqueciendo y al ver lo mojada que estaba, mi pene se estaba volviendo loco. Ella gimoteaba sin parar mientras mi mano se sumergía en su interior.
Al principio solo fueron dos dedos, pero fue escalando a 3 y después se volvieron 4. Me encantaba sentir cómo los tragaba sin compasión y cómo se retorcía del placer que mi mano le daba. Llegó al orgasmo en mi mano. Saqué mi mano de su interior, había un poco de sangre y fluidos en ella, pero no me importó para lamerla con gusto. Si cree que he terminado, está muy equivocada. La arrojé al suelo, le di la espalda. Ella se puso en cuatro, mostrando ese lindo trasero suyo. Me liberé al instante de las cadenas de mi pantalón, liberando a la bestia
“Tócate” le dije.
Llevó su mano a su trasero, abriéndolo más para mí y metiendo un dedo por su ano. Comencé a tocarme mientras la miraba, cómo se daba placer ella sola. No despegué mis ojos de ella, mientras mi mano iba en un vaivén sobre mi pene.
Terminé salpicando toda la espalda y parte de su trasero.
“Annabel” pronuncié mientras me sumergía en ese orificio que me lo pedía a gritos.
“¡Oh, Damián!”, gritó sin parar mientras me adentraba más y más en ella. No paré de acariciarla mientras la embestía sin compasión.
Me liberé dentro de ella muchas veces más.
Terminamos los dos recostados en el suelo tratando de recuperar el aliento.
“Damián” pronunció mientras se giraba para verme.
“Annabel…”
“¿Cómo está mamá?”, preguntó.
“Creo que cada vez pierde más la cabeza”, dije y sonrió. “¿Cuándo volverás?”
“Ya que está loca” dijo ella con una radiante sonrisa.
“Estos kilos de más se te ven muy bien” mientras apretaba con fuerza su trasero.
“Me gusta que te guste, por cierto, lo único que me molestan son los pupilentes y que tuve que broncearme… No me reconociste al principio”.
“Estaba distraído, supuse que alguien me seguía”.
“Ja”, ella se acurrucó aún más entre mis brazos.
“Adiós mi amada Annabel…”, dije mientras presionaba con fuerza el cuello de Chloe.
“¿Qué estás haciendo? ¡Basta!”, ella comenzó a luchar entre mis brazos mientras la asfixiaba sin parar.
“Tú no eres Annabel”. No, Annabel murió hace algún tiempo, pero siempre que me acuesto con alguien no puedo evitar pensar que es ella, mi dulce Annabel.
Perdía lentamente todas las fuerzas, su respiración se había vuelto pesada, y yo solo me preguntaba cómo la sacaría de este lugar, así que fui por algunas bolsas gruesas y un hacha que encontré en el taller de carpintería, comencé a cortarla en pedazos y a guardar sus restos en esas bolsas.
Casi todos me vieron sacando las bolsas de la universidad, pero no era de extrañarse que siempre ayudaba a los de limpieza a sacar la basura.
Tampoco era algo extraño que usará el auto del entrenador, ya que siempre me lo prestaba.
Y así saqué tres cuerpos de la universidad sin levantar sospechas. El primero estaba desde ayer, el otro era el entrenador y ahora la suculenta Chloe.
No acostumbro tener sexo con mis víctimas, pero nunca nadie había jugado con mi mente como lo hizo ella, y realmente me molestó.
Conduje a casa y encontré a mi madre viendo por la ventana.
“Annabel volverá pronto”, pronunció.
“Annabel no volverá, madre. Ya te la comiste, y he traído más alimento que nos durará por semanas”, sonreí al recordar las proporciones de Chloe.
Sin duda, durará un mes, pero soy muy glotón y la acabaré en una semana.
“Damián, estoy hambrienta” dijo mi madre.
“¿Quieres muslo o pierna, madre?” la interrogó.
“Ambos”. Comencé a partir en pedazos pequeños a Cloe. Sus piernas son las primeras que comeré.
Al día siguiente, dejé el auto del profesor en la universidad y me fui a su casa. Era fin de semana, así que comencé a plantar evidencias que lo incriminan del asesinato de Jacobo y la desaparición de dos estudiantes. Dos semanas pasaron y la policía llegó a la universidad. Investigaban la desaparición de los estudiantes y del entrenador. Una cosa llevó a la otra y en dos meses cerraron el caso. Salió en las noticias que el entrenador escapó y se llevó a sus víctimas.
Todo marchaba bien. Me volví capitán del equipo de fútbol, lo que jamás llegué a pensar. Mi madre salió de casa y habló con unos oficiales de policía, los cuales sacaban los restos de mi alimento. Olvidé enterrar los huesos en el jardín.
“Hijo, encontraron a Annabel” dijo mi madre muy emocionada, mientras yo dejé caer mi mochila al suelo y los oficiales se acercaban a mí. Podía correr, sí, podía hacerlo, pero no lo hice. Dejé que ellos me colocaran las esposas y me subieran a una patrulla, mientras un auto blanco se llevaba a mi madre, agarrándola de ambas manos con una camisa de fuerza.
“Y así acabé aquí” dije con una sonrisa a mi doctora psiquiátrica.
“¿Estás consciente de que mataste y te comiste a mucha gente?” preguntó.
“También estoy consciente porque sé quién será mi próxima víctima… Doctora”.