Siempre tengo frío
No sé en qué momento mi vida se convirtió en un maldito infierno.
Aún recuerdo el color de sus ojos; eran de un azul tan hermoso, como si estuvieran hechos del mismo cielo en una tarde despejada. ¡Wow, sí, azules! Brillaban con una intensidad que parecía iluminar incluso la habitación más oscura.
Siempre he tenido esa debilidad por los hombres de ojos azules, especialmente cuando son tan hermosos y profundos como los suyos. Me perdía en ellos, como si fueran pozos infinitos de tranquilidad y misterio.
Recuerdo su sonrisa perfecta, que iluminaba su rostro de una manera que hacía que todo a su alrededor pareciera más brillante. Sus dientes, de un blanco profundo y reluciente, contrastaban con el tono cálido de su piel.
¿Me pregunto si existirá alguna otra persona con los dientes de ese color tan lindo? Me quedaba hipnotizada cada vez que sonreía, deseando poder capturar ese destello de perfección para siempre.
Por más que lavaba los míos, no lograba darles esa profundidad de blancura. Mis propios dientes parecían opacos en comparación con los suyos, como si estuvieran destinados a vivir en la sombra de su resplandor.
Su cabello era oscuro y un poco despeinado, pero le daba un aire de rebeldía que lo hacía aún más atractivo. Estaba en el equipo de fútbol americano, así que tenía un cuerpo increíble, musculoso y definido, que llamaba la atención de todas las chicas a su paso.
Todas baboseaban por él, incluyéndome. Pero, ¿a quién engaño? Así como mis amigas lo llaman, yo también lo llamaba «El inalcanzable». Era como una estrella inalcanzable en el firmamento, brillando con una luz propia que parecía estar fuera de mi alcance.
Dicen que ha tenido varias novias antes de que yo llegara a la universidad, pero si me preguntan, nunca he conocido a ninguna. Su historial amoroso es un misterio envuelto en rumores y especulaciones, y aunque me gustaría saber más, tengo miedo de lo que podría descubrir.
No sé por qué razón, pero mis amigos dicen que cuando él rompe con ellas, ellas simplemente prefieren cambiar de escuela o desaparecer. Es como si estuvieran huyendo de algo o alguien, pero no sé qué podría ser tan aterrador como para hacerlas tomar esa decisión.
El caso es que desaparecen, aunque no sé mucho al respecto. También cuentan mis amigas que a él le gustan más las chicas como mi estilo, que vienen de una e***a pobre y que apenas han llegado a la ciudad. E incluso dicen que puedo llegar a tener una oportunidad con él. Jaja, como si fuera real.
Soy chaparra y gorda.
¿Quién se fijaría en mí?
...
«Mi cabeza me duele. Volteo a todos lados y aún las cosas marchan como siempre.
Todo a mi alrededor es muy oscuro. Me encuentro sumergido entre tinieblas e incluso a este punto de mi vida, si hubiera luz, le temería, le temería a mi propia sombra. Ya perdí la cuenta de cuántos días llevo encerrada en este lugar.
Al principio, gritaba para que me dejaran ir, pero ni siquiera la puerta que me tiene encerrada en este lugar se abrió y nadie entraba para decirme que me callara. Me dolía la garganta de tanto que grité, así que con el tiempo dejé de hacerlo. Solamente esperaba el momento en que la luz del pasillo se encendiera de nuevo. Eso significaba que la comida estaba por llegar. Con exactitud, no sé si es de día o de noche, ya que cuando llegué a este lugar, ya estaba sumido en la oscuridad.»
....
Me duele la cabeza. De nuevo, debo levantarme temprano como todos los días. Ser jugador de fútbol americano es realmente cansado. Siempre trato de ser el mejor, aunque nací siendo el mejor.
Me puse mi chándal gris y un chaquetón grueso. Hoy hace mucho frío, no como ayer que el sol deslumbraba por doquier. Bueno, el clima es horrible hoy en la ciudad.
—Madre, buenos días —saludé a mi madre como siempre, con una agradable sonrisa y un beso en la mejilla.
—¿Qué tal la universidad? —preguntó ella sin dejar de mirar por la ventana.
—Muy bien, madre —respondí tratando de observar lo que ella miraba, pero su vista no apuntaba a un lugar fijo.
Simplemente estaba ahí sentada sin ninguna expresión, hasta que después de unos segundos, el silencio se rompió.
—Creo que será un día soleado hoy —dijo ella poniéndose en pie y caminando escaleras arriba.
Desde la muerte de Anabel, ella ha cambiado demasiado. Parece estar en otro mundo donde solo existe ella.
Anabel era mi hermana gemela. Compartíamos una apariencia muy similar, con la única diferencia de que sus ojos eran verdes y los míos azules, como dos esmeraldas y dos zafiros en medio del rostro. A veces, me veo reflejado en el espejo, pero con esos brillantes ojos verdes que contrastan con los míos.
Me imagino que para mi madre debe ser bastante incómodo tener que verme todos los días, pero se las arregla bien. A menudo la moraba mirándonos con una mezcla de nostalgia y asombro, como si aún no pudiera creer que sus dos hijos hayan sido tan similares y, al mismo tiempo, tan diferentes.
Decidí caminar hasta la universidad. Caminar bajo la lluvia no le hace daño a nadie, pero esa sensación de ser observado nuevamente me estaba volviendo loco. Cada gota que golpeaba mi piel me recordaba la incesante mirada invisible que sentía sobre mí, como si alguien estuviera escudriñando cada uno de mis movimientos.
Aunque era de día, caminaba lentamente por las calles. No había muchas personas deambulando por los alrededores debido a la fuerte lluvia. El sonido de mis pasos resonaba en el vacío de las calles mojadas, mientras las sombras de los edificios se alargaban con la luz difusa que se filtraba entre las nubes.
Pero eso no me preocupaba. De nuevo esa sensación, ese ardor en mi cuerpo, esa dificultad para respirar. Cada paso era como un esfuerzo sobrehumano, como si estuviera arrastrando una pesada carga invisible que se aferraba a mí con garras feroces.
Sentía que alguien caminaba demasiado lento detrás de mí, pero no lograba identificar quién era, ya que al voltear hacia atrás, no había nadie cerca de mí. La sensación de ser seguido se intensificaba con cada paso, como si una sombra invisible estuviera al acecho, esperando el momento adecuado para revelarse.
Después de unos minutos, estaba a punto de llegar a la universidad, así que decidí apresurar el paso. Pero cuanto más rápido caminaba, más rápido sentía que esa persona que me seguía iba también. Cada vez que echaba un vistazo furtivo hacia atrás, la sensación de inquietud crecía en mí, como si estuviera siendo perseguido por algo que no podía ver ni comprender.
Me giré deteniéndome al instante para enfrentarlo. Así los cogería infraganti, pero cuando me giré solo vi a tres personas corriendo con sus mochilas en la cabeza. Sus risas resonaban en el aire húmedo, mezclándose con el eco de la lluvia que caía implacablemente sobre nosotros.
—Date prisa, nos mojaremos —dijo uno de ellos con voz entrecortada por el esfuerzo. —Sí, vamos —añadió el otro, con una sonrisa traviesa en el rostro.
Ambos pasaron corriendo a mi lado, pero esa sensación no desapareció. Era como si el fantasma de la persecución aún se aferrara a mi espalda, acechándome en la penumbra de la tarde lluviosa.
Me quedé mirando cómo desaparecían dentro de la universidad y luego me giré para ver de dónde venían. La calle estaba desierta, salvo por los charcos que se formaban en los bordes de la acera y los faroles que parpadeaban débilmente bajo el peso de la lluvia.
—Hola, ¿te encuentras bien? —me preguntó una chica que no había visto antes.
Su voz era como una nota de melodía en medio del silencio que me rodeaba.
—Sí, ¿te conozco? —pregunté, tratando de enfocar mi mente en el presente y dejar atrás la sensación de inquietud que me había perseguido hasta ese momento.
—No, soy nueva aquí, me llamo Cleo —respondió, con una sonrisa tímida en los labios.
Sus ojos brillaban con una chispa de curiosidad mientras me miraba.
—Soy Damián —me presenté, devolviéndole la sonrisa con gesto amable.
Era reconfortante hablar con alguien nuevo, alguien que no estaba cargado con el peso de las expectativas y las suposiciones.
Es linda, aunque conociendo a mis amigos, dirán que necesito anteojos.
Mis gustos por las mujeres son algo peculiares. Su cabello n***o caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando su rostro de facciones suaves y expresivas. Una luz cálida iluminaba su piel morena, resaltando sus ojos marrones como dos joyas preciosas en medio de un mar de serenidad.
Es morena, de baja estatura, apenas me llega al hombro, yo diría que mide 1.50.
Su cabello es n***o profundo y tiene una figura regordeta. Al parecer, se alimenta bien y sus ojos son marrones. Cada gesto y cada mirada, irradiaba una energía tranquila y reconfortante, como si estuviera rodeada por una aura de paz y serenidad.
No me gustan las típicas modelos que salen en televisión o en las revistas de moda que leía mi hermana, donde las modelos miden 1.60 y son tan delgadas como un alfiler, y sus cabellos tan rubios que parecen falsos. Prefiero la belleza natural, la autenticidad que se refleja en los pequeños detalles, en las imperfecciones que hacen a cada persona única y especial.
—No hace mucho que llegué a la ciudad, aún no me acostumbro a estos cambios de clima —comentó mientras caminábamos hacia dentro de la universidad.
Su voz era suave y melodiosa, como una caricia en medio del tumulto de pensamientos que me abrumaban.
—En esta región de la ciudad tendrás todos los climas en un solo día: lluvia por las mañanas, sol en las tardes y frío por las noches —dije con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente tenso que se había instalado entre nosotros.
—Sí, ya me di cuenta. Aún no puedo creer que anoche hacía mucho calor y hoy amaneció lloviendo —mencionó ella mientras caminábamos hacia los vestuarios.
La lluvia seguía cayendo con fuerza, pero dentro de los pasillos de la universidad, estábamos resguardados de su influencia.
El sonido de nuestros pasos resonaba en el aire mientras nos adentrábamos en el laberinto de aulas y pasillos.
—¿Anoche hizo calor? —pregunté, tratando de desviar mi atención de la persistente sensación de malestar que me había acompañado durante toda la caminata.
—Sí, ¿no lo sentiste? —respondió Cleo, deteniéndose frente a su casillero para sacar una toalla y comenzar a secarse el cabello.
Su tono de voz era amable, pero había una nota de curiosidad en su mirada que me hizo sentir incómodo.
—Siempre tengo frío. Déjame ayudarte —dije, acercándome para tomar la toalla y comenzar a secar su cabello con movimientos suaves y cuidadosos.
Poseía una belleza asombrosa que quería devorar.