Es demasiado extraño llegar al consultorio sin Deysi a mi lado. Ya me había acostumbrado a que siempre caminara a mi lado. Todos se quedaron viendo desde que llegué, y eso incluye al idiota que acomoda el carro, que por cierto trae un chupetón en el cuello del tamaño de una cucaracha. Por cierto, no fue su esposa, ya que la pobre y santa mujer está en un retiro espiritual con su amante. Lo sé porque soy su terapeuta.
Decidí entrar pese a las miradas de todos. Pero me abordó Julián, otro terapeuta con alas y cuernos en la cabeza.
“Damián, al fin llegas. Me comentó Rogelio que atiendes a la loca de Rachel Santillán”. No sé por qué maldita razón me imaginé ahorcando a este idiota.
“¿Y qué con eso?”, dije con indiferencia mientras entrábamos por recepción. Yo jugaba con mi manzana en las ma
