Miren, ¿quién ha llegado?

1147 Words
?Rachel "¿No le habrás contado nada a ese doctorcito tuyo, verdad?" me preguntó mi padre. Aunque no tenía ganas de emitir ninguna palabra, muy pocos conocen cómo es mi padre y yo sé muy bien cómo es él. Las ventajas de ser ciega es que se reconoce una buena o mala persona. Creo que mi adorado padre está entremedio de ambas. "No he dicho nada, papi", él sonrió. Sé que lo hace, sé que después de esa sonrisa me acaricia la mejilla y tratará de decirme que soy una buena niña. "Eres una muy buena niña, Rachel", creo que fallé un poco ya que primero lo dijo y después me acarició la mejilla. "Te llevaré al instituto, después pediré que alguien pase por ti, ¿entendido?" No quiero responder, odio la escuela, pero sé que si me niego él se molestará y aun así me llevará. Creo que soy muy inteligente para acabar en una escuela. "Está bien, padre", dije y él comenzó a conducir. No toda mi vida fui ciega. En ocasiones extraño poder ver más allá del horizonte, pero creo que eso no pasará más. Agaché la cabeza y mi padre puso música de Mozart para que supuestamente me relajara y relajará el ambiente, aunque no me interesa estar relajada, solo quiero alejarme de él. Cuando al fin sentí que mi padre se detuvo, respiró. Sabía que ya habíamos llegado al instituto y que quizá pasaría una desagradable tarde. Mis compañeros siempre se burlan de mí por ser ciega, pero no me quita el sueño eso. "Hemos llegado, Rachel", él puso en mis manos mi bastón de invidente. Solo lo tomé y traté de bajar del auto. "¿Y mi beso de despedida?" preguntó él. "Lo siento, papi, no volverá a ocurrir". Nomás sentí su agradable respiración muy cerca de mi rostro. Sé que lo hará de nuevo, sé que sus desagradables labios estaban sobre los míos una vez más. Y no me equivoqué, él hizo presión sus labios a los míos. Mi respiración se alteró. No me gusta que lo haga, no me gusta lo que él me hace. Moví mi rostro y él presionó mis heridas muy fuerte. Mis muñecas dolieron y no solo eso, sentí que comenzaron a humedecerse ya que las heridas aún están abiertas. Hace dos días "intenté quitarme la vida" y él pidió que me dieran de alta antes. Estoy harta de esta mierda. "Rachel, no te he enseñado suficientes veces cómo debes besar a tu papi", dijo él cargándome y sentándome en su regazo. "Lo siento, papi. No volverá a pasar", dije mientras él comenzaba a pasar su lengua por mi mejilla. "Por favor, detente", dije moviendo mi rostro hacia un lado, pero él presionó mis mejillas con fuerza y volteó mi rostro hacia él, supongo. "Papi, no de nuevo", le dije, pero eso no le importó. Sentí sus manos en mis piernas, me alzó un poco y desabrochó su pantalón. Lo sé por el sonido que hizo el cierre de su pantalón, que tanto odio. "No, por favor. Me portaré bien, no volveré a no corresponderte, pero por favor, ya no lo hagas", dije con mi voz en un hilo, pero él nunca me escucha. Él nunca escucha lo que yo quiero decir. Sé que debería decirle a los terapeutas que me han visto, pero ya una vez lo dije cuando vivía con mi madre. Ella dijo que yo inventaba cosas y no creyó en mí, sino que se divorció de mi padre. El infierno comenzó, ya que mi padre se quedó con mi custodia porque ella era una amante del trabajo. "Tranquila, mi dulce palomita", dijo él mientras me cortaba las alas, haciendo a un lado mis bragas y dejándome caer con rudeza sobre su m*****o duro. Ya no tenía más fuerzas para llorar. Ya las había perdido años atrás. Ya no quería este infierno. Cerré los ojos y recordé lo último que vi antes de que mi vista desapareciera. Era un hermoso globo rojo que salía volando hacia el cielo. El día era soleado y muy bonito, pero ese día la luz se fue de mis ojos y solo gobernó la oscuridad. Irónico, lo que más le temía era la oscuridad y desde ese día eso se volvió mi pan. Ese recuerdo ya no era suficiente para no sentirme asqueada y utilizada por el hombre que se supone que debería cuidar de mí, por el hombre que debería amarme sobre todas las cosas. Dudo que vuelva a amar a alguien algún día. Dudo que mi corazón vuelva a latir de nuevo. Dudo que alguien sea capaz de hacerme sentir amada o protegida. Y entonces vino a mi mente Damian, el hombre que se comió a mi madre, el hombre que no me quiso matar, el hombre que más odio por no darme mi libertad. Esa libertad que tanto deseo pero soy incapaz de conseguir por cobarde. "Te someteré a una operación", dijo él mientras se liberaba dentro de mí. "¿Una operación?", pregunté mientras tragaba todo el dolor. Si tan solo pudiera escapar de este lugar, de las garras de mi padre, si tan solo pudiera verlo morir. Es irónico, ni siquiera puedo ver, sería mucho pedir. Estoy destinada a estar al lado de este monstruo hasta que me muera, y eso es realmente doloroso. "Tus pechos son muy pequeños, así no me sirves como mujer. Mandaré a que te operen los pechos, con el dinero que te darán por la muerte de tu madre lo pagarás", dijo él. "Padre, pero con eso pensaba pagar mis gastos universitarios", dije mientras él me bajaba de su regazo y me sentaba en el otro asiento. Claro, escuché cómo se subía el cierre, desearía que se lo agarrara mientras se lo sube. "¿Aún sigues con lo mismo, Rachel? Eres una inútil, no te das cuenta de que estás ciega, no sirves para nada. Ahora lárgate que llegaré tarde a la oficina". Es la última vez que me trago las lágrimas y el dolor. Yo no soy una inútil y eso se lo demostraré a todos los que me menosprecian. Juntaré cada mísero centavo para operarme los ojos y poder ver de nuevo, y cuando lo haga, quiero de rodillas a todos aquellos que me han lastimado. Quiero que todos sepan que no podrán conmigo. Apreté con fuerza el bastón mientras me dirigía a la entrada del instituto. A veces creo que mi padre lo hace adrede, eso de meterme en una escuela donde no sirve para personas especiales como yo, por eso todos me maltratan. "Miren, ¿quién ha llegado? La cegatona". Sin duda ella es Norma, la más creída y antipática que siempre me da el recibimiento con jarabe de durazno y hormigas que muerden. Aún no comprendo de dónde sacan las hormigas, pero como siempre, el ritual es el mismo.
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