Capítulo 6: ¿Puedo tocar tu cara?
“Vamos, Rachel, comienza con tu terapia”, dijo ese hombre, pero ella no levantó la cabeza en absoluto, parecía que también era muda.
“Que hables, Rachel” exigió el hombre, tomándola con fuerza de la mano. Lo único que vi en ella fue una expresión de dolor.
“¿Usted es?” Escuché hace un momento que era su padre, pero quiero que lo diga de nuevo.
“Soy su padre” mencionó viendo a Rachel con una expresión muy molesta.
“¿Por qué está aquí? Se supone que su hija es la de la terapia, no usted, ¿señor?”
“Gregorio Santillán”, él me vio con indiferencia y después volvió a hablar. “Me dijeron que cambiaran de terapeuta a mi hija, porque ninguno ha logrado que ella se abra con nadie, nadie logra sacarle nada y dudo que usted sea la excepción. Rachel es una…” Antes de que terminara de hablar, lo interrumpí.
“Si su padre piensa de esa manera de su propia hija, creo que la mierda es usted” respondí y comencé a jugar Minecraft en mi tableta. No estoy de humor para escuchar estupideces.
“Usted no comprende, ya he hecho de todo para que ella entienda, pero su cabeza no reacciona. Ya me cansé de todo esto”, dijo el padre poniéndose en pie, tomando con fuerza el brazo de su hija, haciéndola que se pare. El bastón de apoyo para su ceguera cayó al suelo, rebotando como tres veces.
“Largo de mi consultorio” exigí poniéndome también en pie.
“Sí, no se preocupe, ya nos vamos”, dijo ese idiota.
“No, usted, señor Santillán”.
“No logrará nada, ella no le dirá nada” mencionó él tratando de jalar a la joven a la salida, pero ella no se movía, parecía que se había pegado al suelo.
“Grrrrrr” Daisy salió del baño gruñendo al señor Santillán.
“¿Qué demonios hace un pitbull en un consultorio?” El señor se asustó y se puso detrás de Rachel. Ella no se movió, pero Daisy continuó avanzando hasta quedar frente a la joven Rachel.
Ella estiró su mano y le acarició la cabeza a mi perra.
Daisy comenzó a restregar la cabeza en las escuálidas piernas de Rachel.
“Daisy” le hablé y la perra volteó a verme y miró a Rachel como si le pidiera permiso para ir a mi lado. “Nena, ven” le pedí y Daisy salió corriendo poniéndose a mi lado.
“Señor Santillán, si no quiere servirle de alimento a mi perra, más le vale que se vaya y me deje a solas con su hija” el señor Santillán avanzó hacia la salida, pero volteaba paulatinamente a ver a mi perra.
Caminé hasta estar frente a Rachel, después me agaché para recoger el bastón.
Se lo puse en su mano y ella lo tomó, por cómo sus mangas se alzaron lentamente pude ver que tenía marcas en sus muñecas, las cuales parecían recientes.
“Toma asiento” le pedí y ella con el bastón palpó el sofá que estaba aún lado de ella, luego se sentó.
“¿Cuál es su nombre?” Me preguntó.
“Damián” respondí. Miré a Daisy, quien entraba de nuevo al baño. Realmente me sorprendió que haya salido de ese lugar, solo sale cuando algún paciente se pone nervioso conmigo y actúa de esa manera protectora, pero ha defendido a esta joven como si fuera su ama.
“¿Por qué estás aquí?” Le pregunté y no abrió la boca para decir nada más. “No creo que seas muda, ya que acabas de preguntar por mi nombre”.
“…” Ella continuó sin emitir ni una palabra más.
“¿Por qué no empezamos hablando sobre lo que te pasó en las muñecas?” sugerí y ella frotó sus muñecas y después habló.
“Su voz aún se escucha con dolor”. Se puso en pie y comenzó a caminar hasta estar frente a mí.
“¿Ella me recuerda? Ya han pasado años”, pensé.
“No estamos aquí para hablar de mi, señorita Santillán” puso su mano en mi hombro.
“Usted es la persona que más odio”. Después sonrió.
“¿Por qué?” Dije tratando de quitar sus manos de mí. Odio que me toquen si no toco primero. Pero ella se aferró a mis manos.
“Usted se comió a mi madre…” Hizo una pausa como si esperara que yo hablará, pero no lo hice. Quiero escuchar más. “¿No me preguntará cómo lo sé?”
“No, los ciegos intensifican sus demás sentidos al perder la vista. ¿Me odias porque me comí a tu madre? No tenía un buen sabor, me temo que estaba rancia. Estuve con dolor de estómago casi por un mes” ella se quedó sería.
“No lo odio por eso. Eso ella se lo merecía. Merecía morir. Lo odio porque no me mató a mí, también” agachó la cabeza.
“Rachel” ¿será que ella es una suicida?
“Sí, si no iba a comerme, solo me hubiera matado, y así hubiera terminado con todo”. Ella se giró, caminando con ayuda del bastón, después se sentó de nuevo en el sofá.
“¿Por qué quieres morir?” Pregunté.
“¿Por qué no se escucha feliz, doctor?” Me preguntó ella.
“Aquí quien hace las preguntas soy yo” dije tomando asiento a un lado de ella.
“¿Le hicieron algo de chiquito para que se convirtiera en un caníbal?”, volvió a preguntar.
“¿Qué te hicieron?”, le pregunté.
“¿Su madre fue mala con usted?”, preguntó. Ella se giró hacia donde yo estaba, pero su vista estaba hacia otro lado, así que tomó mi mano. No la moví, así podré checar su pulso y saber si me miente.
“¿Tu madre te hizo daño?”, le pregunté.
“¿Quizá fue su padre? ¿Tiene marcas en el corazón, Dr. Damián?”
“No estamos hablando de mi padre. Ellos fueron buenos conmigo, pero ¿los tuyos lo fueron?”
“Unm”, creo que he dado en el clavo.
“¿Quién te marcó el cuerpo?” Aún recuerdo sus marcas.
Ella se puso en pie y comenzó a dejar caer su vestido al suelo. Su piel aún tenía marcas, no tan recientes como antes, pero aún estaban por doquier.
“¿Aún se ven?”, preguntó.
“Vístete, Rachel”, le pedí y ella se inclinó a buscar su vestido.
“Damián, ¿por qué no me mataste?” Dijo mientras trataba de subir el cierre de su vestido. Me puse detrás de ella y la ayudé a subirla.
“Porque no pude hacerlo”, hablé con sinceridad.
“¿No soy tu tipo?”
“No, no lo eres”
“¿Por qué?”
“Porque eres flaca”, ella sonrió.
“¿Puedo tocar tu cara?”
“¿Por qué?”
“Porque nosotros, los ciegos, creamos imágenes de todo lo que tocamos. Quiero saber cómo es el hombre que es un asesino y no fue capaz de asesinarme”, sonreí.
Me negué. No dejaré que alguien que sabe mi secreto sepa cómo soy. Tengo que encargarme de ella antes de que le diga a alguien quién soy en realidad.