April
Ya había estado en una situación igual a esta. Todavía me acuerdo cuando salí aquella noche, habían pasado tantas cosas en ese tiempo, tantas situaciones como esta, pero recordaba más la de aquella noche.
Luego de que cerrara la puerta, escuche como decía que no era nadie importante.
Tomé mi teléfono, lo miré por un largo rato antes de marcar la llamada.
— Hija —mis ojos se llenaron de lágrimas mientras tomaba aire.
— No voy a volver a Seattle papá —la línea se quedó en silencio.
— ¿Vas a pasar tiempo con tu…? —las palabras les costaba, yo lo sabía.
— Mamá está contigo ¿Cómo puedo pasar tiempo con ella si está allá? —Un suspiro salió de sus labios.
— Lo siento mi nena —mamá hablo y mordí mi labio.
— Solo necesito un poco de aire, estaré por aquí, luego iré a casa, los llamare todos los días —necesitaba cortar la llamada —Los amo.
No espere que respondiera, también sabía que era una maldad lo que había hecho, pero necesitaba pensar un poco, tener al menos un momento lejos de todos, no porque ellos lo ameriten, sino porque no merecían mi parte mala.
Caminé hasta el primer bar que encontré, mis pies se movieron tranquilos mientras iba por las calles, no me daba miedo estar sola, jamás me dio miedo, ahora no iba a ser diferente. Tomé mi bolso y lo colgué sobre mi hombro mientras seguía caminando hasta llegar a aquel lugar.
Era un bar de mala muerte, todo acá era de procedencia dudosa, algunos intercambiaban drogas en una esquina, otros portaban armas, seguramente era uno de esos lugares donde una mujer como yo no entra, pero…
— Una cerveza —me acomode en la banqueta.
El chico de la barra me sonrió y ladeó su rostro mientras me miraba, sus ojos se entrecierran antes de llenar el vaso que estaba limpiando y dejarlo frente a mí, saqué un billete del bolsillo de mi chaqueta y se lo dejé en la barra.
— Qué sigan llegando —miro la plata.
— Mira, no lo tomes a mal, pero —se inclinó hacia delante —Este no es un lugar para personas como tú —arquee una ceja.
— ¿Te refieres a mujeres o personas bañadas? —sus labios se curvaron en una sonrisa y el hombre a mi lado se rio.
— Bañadas —hablo divertido —En serio cariño, aunque disfrute de la vista, las mujeres que entran aquí siempre terminan mal y lamentaría que eso te pase —sus ojos fueron a una esquina.
— Así que además de maleantes, hay gusanos rastreros. —tomé un trago —Te agradezco la preocupación… —lo mire.
— Donatello —estiró la mano —Petrucci.
— April —sonreí.
— ¿No hay apellido? —mis labios se curvaron.
Al final la mujer me serviría de algo, al menos ella, no creía que hubiera un problema con decir el apellido de su pareja.
— Davis —el hombre de al lado me observó.
— Bueno April, creo que deberías salir antes de que llames mucho la atención, algo que haces.
Volví a beber y sus ojos fueron hacia atrás, se tensó un poco, su cuerpo se irguió y una mano golpeó mi trasero, me tensé y bajé el vaso para dejarlo en la barra. Un hombre barbudo, alto y robusto se colocó a mi lado, tenía una barriga prominente, era como un enorme tanque de combustible.
— ¿Qué hace una muñeca como tú aquí? —sus asquerosos dedos fueron a mi rostro y me corrí.
— Cortarte los dedos —lo mire —como me vuelvas a decir muñeca —sus labios se curvaron.
— Me gustan las difíciles —abrió la boca y el olor a alcohol llegó.
— A mí limpios —volví a beber —será mejor que te vayas o te matare —Donatello me observó.
— ¿Tú a mí? —sonreí.
— ¿Quieres intentarlo?
Su mano fue a mi trasero de nuevo, pero no llegó, la tomó con mi mano izquierda justo en su muñeca y gire su brazo mientras salía de mi asiento, se quejó del dolor, apoyó la mano izquierda en la barra y mi mano libre tomó el cuchillo de mi cintura. Lo lleve directo a la barra y lo clave atravesando su mano.
Su grito llenó el ambiente, solté su mano cuando sentí a alguien a mi espalda, me moví esquivando su el golpe, el cuerpo del hombre golpeó contra la escoria que ahora trataba de sacar el cuchillo.
Tome el vaso que tenía un hombre en su mano y lo estrelle contra la cabeza del segundo, alguien me agarró por el cuello y rodé los ojos, mi cuerpo se inclinó hacia atrás y me levanté para patear en la cara a la escoria y el segundo sujeto.
Su espalda dio contra la barra y mi codo se impactó en la boca del estómago del que me sostenía, su agarre se aflojó y gire para ponerme detrás de él y tomar su cabeza quebrando su cuello.
— Uno —sonreí —Vamos grandote, te voy a explicar lo que pasa cuando tocas a una chica sin su consentimiento.
Mis ojos fueron al hombre en la barra que ahora me observaba entretenido. Volví mis ojos a los dos que estaban frente a mí.
— ¿Quién muere primero?
— April —la voz ronca me volvió a la realidad.
No sabía qué era exactamente lo que me pasaba, desde que había llegado acá no paraba de recordar todo lo que había pasado, aquel bar, ese donde maté a tres hombres. Porque lo hice, los mate, me encargué de cortarle la mano al que me tocó el trasero, pero también de abrirlo al medio delante de todos los demás.
— Pareces perdida —su voz sonó más baja —No te han dicho que, si vas a disparar, tienes que hacerlo en el momento —Lorenzo sonrió de lado. —Gatita.
Sus labios se curvaron y le puse los ojos en blancos mientras que lo miraba, no me pasaba nada si apretaba el gatillo y le disparó, al contrario, quizás me ayudaría a sacar un poco el enojo que todavía se encontraba en mi pecho.
Aunque sabía que mi problema no era con él sino con la mujer que se acaba de ir de la casa de mi cuñado.
No tenía nada que ver con el sexy guardaespaldas.
Quisiera decir que me molestaba su presencia, pero no era así, el sujeto estaba como quería, cuerpo trabajado, hombros anchos, la mirada ardiente y una sonrisa que te dejaba suspirando más tiempo del que era conveniente.
Una jodida tentación.
— Me parece que estás en el lugar equivocado galán —sonreí —y yo que tú, no me vuelvo a decir gatita, digo, al menos que quieras seguir conservando todas tus partes —mis ojos pasaron por su cuerpo.
Y seguía el espectáculo, su cuerpo parecía proporcional en todos lados, incluso con el bulto que marcaba el pantalón, quizás era algo que hacía siempre este tipo de tela.
— Parece que te dan curiosidad mis partes.
Sonrió y dio otro paso, el desgraciado sabía que era lindo y yo ahora agradezco que ninguna de mis hermanas hubiera decidido fijarse en este sujeto, porque esto definitivamente iba a ser un problema.
El hombre frente a mí parecía un problema, el tono de su voz, aquel acento italiano que conservaba.
— Creo que hablas mucho, quizás eso compensa otras cosas
Sonreí y se movió, su mano tomó la mía y me giro para dejar mi espalda en su pecho y el arma en su mano. Mi culo dio contra su cuerpo y sus labios fueron directo a mi oreja.
— Te parece que tengo algo que compensar —su bulto dio directo en mi trasero provocando que mordiera mi labio en respuesta —Ahora no te ves tan mala —su aliento tocó mi cuello.
— Me han prohibido matar a la gente de esta casa —su risa ronca lleno el ambiente y me soltó mientras da un paso hacia atrás.
Giré para ver por qué se alejaba y su postura cambió automáticamente, sus brazos se encontraban flexionados, el rostro serio, la mirada fija en nada, era como ver un robot, o quizás uno de los hombres en casa.
— El señor Leonardo nos ha pedido que, por favor, se mantengan dentro de los perímetros para asegurarnos de que nada le pase a ninguna de las mujeres en la casa —subí mis cejas por su cambio de postura.
— ¿Qué?
Mire hacia un costado para ver a mi hermana caminando hacia mí.
— Acá estás —Ludmila suspiró y miró a Lorenzo —¿Todo está bien? —afirmé despacio.
— Sí, el gorila aquí presente me está dando… —me quedé callada unos segundos —indicaciones para mantenerme dentro de su rango de visión —miré a Lu —Órdenes de tu marido.