En el claro azul

1805 Words
Ya no estaba nuestro hermoso reino detrás de mí y debajo de mis pies no había más césped. Estábamos sobre el agua en un encantador lago y una gigantesca luna brillaba frente a mí. Mis pies no se hundían, sin embargo, podía sentir lo fresca que estaba el agua. —Alcánzalo—susurró en mi oído. Al voltearme ella ya no estaba. La busqué con la mirada en todas direcciones, pero al mirar debajo de mis pies en el agua, un gigantesco ojo como el de un reptil se abrió. Antes de poder si quiera gritar, desperté aterrorizada con la respiración agitada y los latidos del corazón acelerados. ¿Qué había sido eso? Ahora definitivamente quería alejarme del agua. No me había percatado de la presencia de alguien más hasta que miré hacia la puerta de la cabina. Estaba el hombre que había visto anteriormente y que había herido a Dewey. Me miraba con extrañeza. Nos quedamos algunos segundos viéndonos mutuamente con desconfianza hasta que él se rindió y suspiró. —Levántate y sígueme— dijo mientras se alejaba de la habitación con pasos agigantados. Me puse de pie y me apresuré a seguirlo por los pasillos de las cabinas. Debía admitir que aquellos galeones eran sumamente lujosos. ¿Serían realmente piratas como todo el mundo solía decir? No era solo una creencia arraigada de mi reino, era una creencia generalizada en muchos otros. Dimos un par de pasos más y entramos a otra cabina mucho más amplia que albergaba una cómoda sala. Me pidió que tomara asiento mientras servía té en dos tasas. Dispuso una para mí en la mesita que tenía enfrente y luego se sentó frente a mí. Nos quedamos en silencio por unos segundos nuevamente hasta que él decidió romperlo. Se estaba convirtiendo en una curiosa costumbre. —Generalmente no hacemos favores, mucho menos a reinos mundanos, pero tengo un genuino interés en tu procedencia, así que habla— dijo rascando su cabeza con pereza. —Dije la verdad, tú mismo puedes comprobarlo con cualquier reino vecino de Arkania. Ellos me conocen, no estoy mintiendo. —Si fuera así, ¿por qué estaría una princesa vagando en un galeón de ridículos comerciantes de esclavos con un lobo? Desvié la vista y pensé unos segundos antes de hablar. —Destruyeron mi hogar— dije con voz apenas audible, pero él pareció escuchar perfectamente. —Así que un reino débil, ¿eh?—dijo con ironía en su tono de voz. —¡No éramos débiles! Solo…—intentaba recordar cómo había sucedido todo, el porqué mi padre había permitido que ellos entraran y perturbaran nuestra tranquilidad. ¿Lo habían amenazado? ¿Por qué aquel hombre que asesinó a Emmu parecía buscarme solamente a mí? Dijo tantas cosas, incluso de mi madre, pero todo es tan difuso en este punto. —No sé qué sucedió… Él se veía aparentemente desinteresado, pero había algo más que no podía descifrar en la forma en la que me observaba, quizás… desilusión. —Veo que aún no puedes responder mi pregunta, ni siquiera tú misma lo sabes— se bufó con altanería. —No me interesan tus títulos ni dónde viviste, a nadie de mi gente le interesa eso, pero es indudable que hay algo muy bien escondido en ti, puedo olerlo y estoy seguro de que tu perro guardián también lo huele. Puede ser que por eso no te ha abandonado, porque si me permites opinar, una pareja no podrían ser— dijo levantándose. Agitó el contenido de su taza perdiendo su vista ahí junto con sus pensamientos. Suspiró y dirigió su vista hacia mí por última vez antes de abandonar la cabina. —A donde vamos no es un lugar común, seguramente nunca has visto algo como lo que verás, pero hay un par de cosas que debes saber muy bien— sentenció levantando su dedo índice de su mano libre. —¿A dónde vamos?— me adelanté a preguntar ahora intrigada por mi próximo destino y por la oportunidad de tocar tierra nuevamente. —No me interrumpas, princesita Nyra—me regañó haciendo una mueca de molestia. —Iremos al imperio más poderoso que existe, mi hogar. Pero habrá que dejar un par de cosas claras como dije antes — me observó como si juzgara mi apariencia y luego prosiguió. Hasta la fecha no había conocido ningún imperio, aquello era sorprendente. —Primero; serás una prisionera oficialmente junto con tu mascota, aunque lograré que ambos consigan su libertad condicional a expensas de servir por un tiempo en alguna actividad productiva al imperio, ¿entiendes? —¿Seremos esclavos?—pregunté aterrorizada por la idea. El negó con impaciencia. —Solo trabajarás temporalmente ahí hasta que termine tu plazo—puntualizó sin ahondar mucho en el tema. —Segundo. Así como conoces a los hombres lobo…—interrumpí. —Me acabo de enterar de su existencia hace poco— añadí. Él me observó con sorpresa por algunos segundos. —Sí bueno, no me importa. Existen una gran variedad de seres mágicos, enormes, poderosos, diminutos y vas a presenciar mucho de eso allí—señaló. —¿Eres algo de eso?—inquirí. —Eso no te incumbe a ti— regañó nuevamente. —Y tercero. No se te ocurra acercarte al Emperador, bajo ningún estúpido motivo intentes imponer tu autoridad como princesa, allá no serás nada y no recibirás ningún trato especial, ¿entendiste?—asentí en cuanto terminó. —Tampoco intentes seducir a alguien de alto rango o yo mismo me encargaré de traerte de vuelta a tu reino y entregarte a quienes atacaron tu castillo— amenazó clavando una punzante espina en la herida abierta de mi corazón. Observé mis manos. Lo último me hizo sentir tan ansiosa que raspé la piel alrededor de mis pulgares. Si cometía cualquier error, ¿harían eso? Me arrepentía tanto de haberle dicho la verdad. —Oh, lo olvidaba– dijo antes de marcharse. —Yo soy Aerodan, el Consejero Drakor del Emperador Dominic Nereus. No consultes a nadie más que a mí— finalizó, y sin despedirse salió dejándome revuelta. Habían muchas cosas que necesitaban atarse en mi cabeza y si quería empezar a entender al menos el entorno que me rodeó por mucho tiempo, debía empezar con Dewey. Regresé a la cabina que me asignaron, sabía que ahora era otro día. La luz del día se filtraba por algunas ventanas. Mi ciclo de sueño estaba bastante descompuesto, pero me alegraba haber dormido un poco. Vi que ahora había un vestido largo bastante lindo doblado en la cabina. Era de un color verdoso muy tenue, de mangas largas y con un escote de triángulo invertido que no acostumbraba utilizar. Estaba adornado con una hermosa pedrería adicional. Suponía que en esta ocasión debía verme presentable en mi llegada aunque yo no significara nada para este imperio. Me aseé por mi cuenta esta vez y vestí aquél precioso vestido. Después, lo único que pude pensar era en buscar a Dewey, así que paseé un buen rato deslizándome por los pasillos esperando saber algo de él y nadie parecía dispuesto a querer decirme. Me evitaban. Toqué algunas puertas, pero no recibía respuesta alguna de vuelta hasta que escuché su voz llamándome como siempre solía hacerlo a través de la siguiente cabina. —¿Dewey? ¿Estás aquí?— pregunté pegando mi oído a la puerta. —Sí, Pequeña Luna. Puedes pasar— atendí a su llamado sin dudarlo. Al entrar en la cabina pude ver que era un tanto similar a la mía, pero él estaba encerrado en la jaula y habían cadenas en sus muñecas. Ya no era un lobo. No pude evitar preocuparme, pero vi que su estado estaba mucho mejor. Lucía limpio al igual que yo, pero sobre todo revitalizado y curado. Me sonreía tiernamente. —Te ves mejor—sonreí de vuelta. —Lo mismo puedo decir de ti. Te ves hermosa— añadió. Incluso había recuperado su sentido del humor y había comenzado a alagarme como era costumbre. Solté una risita nerviosa acomodando un mechón de cabello detrás de mi oreja. —Parece que a ti te dejaron ser libre aquí. Si supieran que eres más feroz que yo— rio juguetón. Entablamos charlas bastante amenas que no habíamos tenido el tiempo ni el lugar para empezarlas y entonces pude aprovechar para saber la verdad. —Dewey— llamé su atención y volteó a verme atento. —Por favor, dime la verdad, ¿por qué todos me llamaban “luna”? —solté sin apartar la vista de él. El bajó su vista y dudó. —Por favor, necesito saberlo— pedí tocando sus manos suavemente a través de los barrotes. El frunció el entrecejo y levantó su vista con remordimiento hacia mí. Separó sus labios apunto de decir algo, pero justo antes de que alguna palabra saliera de su boca, el galeón se sacudió bruscamente como si atravesara un fuerte oleaje. Me aferré a la jaula de Dewey antes de que pudiese ladearme y tropezar con algo. El galeón volvió a su lugar tras unos minutos y de pronto todo era demasiado pacífico. Una mujer de aquellas que me atendieron la primera vez entró a la habitación. Tomó a Dewey de las muñecas y lo esposó a uno de los tubos de la jaula. Antes de que yo pudiera protestar por tales acciones, hizo lo mismo conmigo desde afuera de la jaula. —Agárrate bien— dijo ella antes de salir por la puerta sin escuchar nada de lo que tenía por decir. —¡Pero...! No hemos hecho nada malo y, ¿por qué debería agarrarme si ya estoy esposa…?—mis reproches fueron silenciados tan pronto como sentí que el barco empezaba a inclinarse hacia el frente peligrosamente como si estuviese apunto de caer por una cascada o algo parecido, pero resultaba ilógico que algo como eso estuviese en medio del océano. Me aferré con fuerza a la jaula con mis piernas y Dewey incluso me sostuvo pues mis piernas podrían estar colgando con la inclinación del barco actualmente. No entendía a qué se debía esto. Afuera no habían indicios de tormentas, ciclones o tornados que pudiesen haber inclinado el barco de tal forma y podía saberlo por la pequeña ventanita circular instalada en la cabina. Lo más curioso es que todos los muebles en la habitación no se movían ni un centímetro de sus posiciones, parecían estar anclados a la madera perfectamente lustrada del suelo del barco. —¿Qué carajos está pasan…?— preguntó Dewey desconcertado antes de ser interrumpido por la sensación de una caída libre con el navío completamente inclinado hacia el frente. Grité junto con Dewey que no tardó en unirse a mi situación de pánico. ¿En qué clase de océano estábamos navegando?
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