Elyndrakar

1852 Words
Cerré los ojos esperando que un devastador impacto acabara con nuestras vidas, pero fuera de sentirse eso, el barco parecía haberse suspendido en el aire durante la caída, y no solo eso, comenzó a retomar su posición original rebotando en el agua, ahora estaba acomodado correctamente, ya no tenía que aferrarme, pero aun así seguía haciéndolo. —¿Qué fue eso?— pregunté. Dewey giró la cabeza de lado a lado levantando ligeramente sus hombros. —No me estás ocultando nada, ¿verdad?—fruncí el ceño apuntando a sus ojos igual de asustados que los míos. —Juro por la Diosa de la Luna que jamás había sentido o presenciado algo como esto, Pequeña Luna. Ni siquiera había navegado por tanto tiempo en un galeón— se defendió viéndome con una pizca de confusión y temor. Respiré hondo tratando de calmar mis nervios e intenté ver por la ventanita. Se veía como si hubiera una cascada a un lado del barco. ¿Ya estábamos cerca del imperio que Aerodan mencionó? ¿Tan pronto? Nuevamente, la puerta de la cabina volvió a abrirse, pero esta vez, era Aerodan quien venía con un juego de llaves en sus manos. Se acercó a mí y liberó mis manos de la jaula. Luego se alejó dejando a Dewey aún atrapado. Me hizo señas para que lo siguiera. Voltee a ver a Dewey y él movió su cabeza como si me indicara que lo siguiera y que no protestara. Apreté mis puños y me resigné a seguirlo dejando a Dewey en la cabina. Me di cuenta de que estaba empapado. Seguramente se habría caído con todo el ajetreo que hubo. —¿Qué fue todo eso?— tomé la delantera para investigarlo apresurándome por seguirle el paso. Era altísimo y por ende caminaba mucho más rápido que yo aunque ni siquiera parecía ir con prisa. Él volteó a verme de reojo e ignoró mi pregunta. Siguió caminando y abrió una puerta que iluminó el interior del galeón un poco más. Me quedé helada en mi lugar cuando puse un pie fuera de las cabinas. Ahora estábamos en la superficie del galeón. Alrededor había una enorme cascada rodeando por completo en un círculo perfecto al galeón y arriba podía ver perfectamente el cielo. ¿Habíamos caído desde allá arriba? No podía respirar con naturalidad de tan solo pensarlo, era una caída abrumadora, ¿cómo pudimos caer sin ningún daño? Pero sobre todo, ¿por qué el agua debajo del barco se veía perfectamente tranquila sin perturbación alguna. Había oído historias de navegantes que fueron tragados por agujeros como estos y el mar había hecho pedazos sus embarcaciones arrojándolas hasta las profundidades. Generalmente se trataban de tornados marinos. Aerodan me observó con una sonrisa socarrona en su rostro. ¿Por qué se veía tan imperturbable y orgulloso? Estábamos atrapados en un agujero que podría cerrarse en cualquier momento porque el océano actúa de formas muy extrañas y quedaríamos hundidos, ahogados. ¿Acaso nadie aquí lo pensaba? ¿Por qué estaban tan tranquilos? En la corteza del barco habían más miembros de su tripulación trabajando como si ese paisaje fuera algo completamente normal. Cargaban pesadas cajas y un montón de cosas más como si estuvieran listos para desembarcar. El galeón no dejaba de avanzar y se acercaba al margen de la enorme cascada. Retrocedí instintivamente queriendo cubrirme con algo, aterrada de lo que estaba a punto de suceder, no obstante, Aerodan me jaló del brazo y me tendió una sombrilla. Lo miré con incredulidad, estupefacta de su aparente confianza y a mi juicio, idiotez. —Tienes que estar bromeando— dije. —Tranquila, Princesa Nyra. Casi puedo escuchar los latidos de tu corazón a punto de sufrir un infarto—se burló. —¿Acaso no estás viendo? ¿Nadie aquí está viendo?—chillé con horror observando como el barco cruzaba la cascada y el agua de desparramaba en la superficie. Me subí en una caja de madera evitando empaparme por el agua que venía hacia mis pies. —Te recomendaría abrir esa sombrilla cuanto antes y… bienvenida al Imperio Elyndrakar—sonrió con orgullo. Abrió sus brazos esperando que la cascada lo empapara por completo. No podía regresar a las cabinas, ahora solo podía estar aquí. Sintiéndome ridícula abrí la sombrilla sobre mi cabeza antes de que la enorme cascada se cerniera sobre mí. Cerré los ojos, me aferré fuerte al bastón de la sombrilla y sentí el agua cayendo tan pesada sobre ella hasta que se detuvo sorprendentemente rápido. Levanté la sombrilla ligeramente y abrí los ojos con una creciente incertidumbre. Ahora frente a mí había un paraíso. Estaba el cielo azul con hermosas nubes adornándolo. Un cálido clima me rodeaba y la brisa de un suave viento ondeaba mi vestido. Respiré hondo y solo podía olfatear tantísima tranquilidad y pureza. Voltee hacia atrás y la poderosa cascada que cruzamos seguía ahí. No había un aterrador océano que pudiese devorarnos, solo habían aguas tranquilas y cristalinas meciéndose suavemente. De pronto a lo lejos podía ver grandísimas estructuras. —Ese es el imperio— dijo Aerodan. Estaba compartiendo mi campo de visión. —Es grandísimo— dije con asombro. —Pero, ¿cómo es posible?— murmuré para mí misma. —Todo esto que hay aquí pertenece al imperio y nuestro imperio funciona con magia— agregó señalando la inmensidad del océano que había aquí. Voltee a ver la cascada nuevamente. —El mundo de allá arriba es diminuto comparado a este, pero no deja de ser importante— dijo Aerodan con un semblante ligeramente melancólico. Estuve contemplativa de todo ese lugar por un buen tiempo. Era tan pacífico que me hacía olvidar mis preocupaciones y todo el dolor que había estado almacenando, como si fuera un escape. Conforme nos acercábamos al impero, en su entrada habían enormes cuevas decoradas con hermosas esculturas. En sus puertas habían específicamente dos esculturas enormes, como titanes, eran dragones que parecían custodiar al imperio. No pude evitar recordar mi más reciente sueño y el parecido con los ojos perfectamente tallados de uno de los dragones. Los nervios me acecharon nuevamente junto con la idea de encontrarme con un dragón así. Quería salir del agua cuanto antes. El navío continuó avanzando hasta poder ver claramente la estructura del imperio, era fantástico. Tenía montones de canales de agua conectados, algunas cascadas. Parecía una total fantasía en armonía con la naturaleza de la que gozaba. Tenían un grandioso puerto al que habíamos arribado. Sus costas tenían arena blanquecina brillante y bastantes piedras preciosas en toda su extensión. Me alegré bastante en cuanto me permitieron tocar tierra firme por fin. No pude evitar reírme mientras tocaba la arena y jugueteaba con el agua como si fuese una niña pequeña que por primera vez se acerca a las costas. La primera vez que estuve en una costa fue con mi padre, era muy pequeña y recuerdo que él estaba sentado en la orilla conmigo a su lado, sosteniéndome para que las olas no me arrastraran junto a la arena que se deslizaba debajo de nosotros. Él me observaba con ternura y se reía cada vez que el agua me revolcaba. Como hubiera deseado que Emmu y mi padre estuviesen conmigo. Entonces recordé que Dewey aún estaba adentro y que él también debía ver todo esto. No me percaté de cuánto tiempo pasé en mi repentina ensoñación hasta que sentí varios pares de ojos clavados en mí, juzgándome con extrañeza. Me levanté de la arena y sacudí el vestido. Sin embargo, Aerodan me continuaba observando con una mirada indescifrable. La tripulación desembarcaba aún las pesadas cajas así que fui con Aerodan quien les estaba dando instrucciones anteriormente. —¿Podría ir por Dewey?— pregunté con una amplia sonrisa. —Tu perro bajará al final— respondió tajante apartando su vista de mí. Suspiré resignada. —Además, sube a ese carruaje y deja de jugar, eres una prisionera, ¿no lo recuerdas?—. Cada vez estaba más convencida de que aquél hombre disfrutaba fastidiarme con sus regaños. Conocía perfectamente mi lugar aquí y no pretendía escapar, mucho menos sin Dewey. Resoplé esperando que no me escuchara y abordé el carruaje que me señaló. Pasó un tiempo hasta que finalmente vi al cochero del carruaje subirse para empezar el recorrido hacia la capital del imperio donde estaba su recinto principal, o eso me explicó Aerodan minutos antes de que llegara el cochero mientras me ataba las manos cual prisionera. Me preguntaba en qué carruaje llevaban a Dewey. No lo había visto ni escuchado recientemente. Durante el recorrido, permanecí cerca de la ventana observando todo, había gente como yo, pero nuevamente todos tenían dimensiones muy distintas en sus cuerpos. Eran muy altos. ¿Creerían que yo sería un enano o algo así si me vieran? No tenía mucho sentido pensándolo bien, pero seguramente me verían como un bicho raro. Tenían viviendas hermosas y los canales de agua llegaban perfectamente hasta acá abasteciéndolos. El recorrido continuó hasta llegar directamente al palacio imperial que lucía imponente. Me quedé embelesada viéndolo, mi castillo no era nada comparado con este. Lucía una extrema abundancia y elegancia. Ahora me sentía avergonzada por haberme vestido con un sencillo vestido verdoso, pero no podía esperar más, después de todo, aquí yo no era una princesa, mi reino había caído, ahora estaba a manos de alguien más y actualmente no había nada mejor para mí que ser una prisionera. Me bajaron del carruaje y me condujeron a unos pasillos separados del palacio donde habían bastantes habitaciones que por cierto se veían en muy buen estado. ¿Así trataban a sus prisioneros? Podría vivir por un tiempo aquí en lo que organizaba mis ideas para seguir adelante y no me quejaría en absoluto. Podría afirmar que estas eran las habitaciones de quienes servían al palacio. —Vaya, pero qué belleza—. Escuché un silbido y la voz de un extraño me sacó de mis pensamientos. Era un hombre con una complexión similar a la de Dewey y no tan alto como el resto de las personas aquí. Su piel lucía apiñonada y su cabello era rubio. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. —Una dama tan hermosa no debería estar en un lugar como este— añadió levantando las cejas con diversión. Lo miré intentando descifrar cuál sería su cargo en este lugar. —¿Quién eres?— pregunté mientras una mujer completamente distinta a las que vi en el galeón desataba mis manos. Su vestimenta era mucho más sencilla y parecía encargarse de la limpieza aquí. —¿Estás interesada en mí? Tienes un muy buen ojo— dio unos pasos hacia mí y estando delante, con tantísimo orgullo dijo: —Soy el estratega del Emperador y uno de sus guerreros más valiosos—. No pude evitar mirarlo con incredulidad, era la única persona más pequeña por sus dimensiones corporales que había visto aquí. Aunque claro, definitivamente era más alto y grande que yo, pero definitivamente no superaría a Dewey. —¿Por qué me miras así?—preguntó disminuyendo ligeramente su sonrisa.
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