Un extraño aliado

1853 Words
Olfateó el aire de forma muy evidente un par de veces y se quedó muy quieto desvaneciendo su sonrisa. —¿A quién estás ocultando?—preguntó el hombre a Dewey. Pude ver que su posición estaba dispuesta a atacar al extraño, pero no iba a dejar que se dañase aún más, así que abracé su torso suavemente sin apretar su herida. Ya había dejado de sangrar y eso era bastante bueno, pero seguía sin recibir un tratamiento adecuado y probablemente su herida estaría infectada. Lo tranquilicé y me puse de pie empatando mi vista con la del hombre. Hice mi mayor esfuerzo con tal de demostrar firmeza, aunque claramente era una locura, nadie con suficiente consideración por sí mismo, se atrevería a desafiar a la persona que yo tenía por delante, encima de la cabina observándonos con aires de suficiencia y arrogancia. Dudé unos segundos lo que estaba a punto de decir, pero no tenía una mejor opción. No podíamos combatirlo y seguramente dentro de aquél enorme navío tendría más refuerzos como él. —Soy la princesa Nyra del reino Arkania— me presenté observando cautelosamente sus gestos. —No sé cuáles serían sus asuntos con esta embarcación, nosotros no estamos involucrados con ellos, éramos sus prisioneros— dije observando con una emoción vibrante en mi pecho al joven delante de mí. No podíamos quedarnos varados en el océano en un galeón que se hundía con cada minuto, así que haría lo que fuese suficiente para salvarnos. —Si pudieran ayudarnos, les recompensaría generosamente—pedí. Dewey gruñó como si quisiera regañarme por pedirle algo a un completo desconocido. Sabía de dónde surgía su desconfianza pues yo también me sentía así. Unos extraños me lo arrebataron todo la noche anterior, luego otros nos capturaron para vendernos. Las cosas podrían empeorar o mejorar, no podía perder la oportunidad de intentarlo. El hombre lucía muy confundido, tenía los ojos muy abiertos y no dejaba de olfatear en mi dirección incrédulo. De repente se acercó sin vacilar un minuto más. Temblé en mi posición ante su acercamiento. Quizás había hablado con demasiado atrevimiento. —¿Quién eres?—repitió estando de pie suficientemente cerca de mí. Parecía haber ignorado todo lo que dije anteriormente o tal vez no era suficiente para él. Titubé ante la diferencia de tamaños y su escalofriante porte de guerrero cuando su rostro se endureció escudriñando con incesante intriga mi aspecto. Respiré hondo con una irracional determinación para hablar nuevamente, aún insegura de si repetir mis anteriores palabras fuesen a solucionar o mejorar algo. —Soy Nyra, prince…—me interrumpió. —¡Al demonio con eso!— rugió. La escaza confianza que albergaba mi cuerpo me había abandonado por completo. Encogí mis hombros ligeramente de forma inconsciente y baje la vista hacia mis propios pies. —Dime la verdad—agarró la tela de la parte superior de mi vestido apretando su puño y casi alzándome con su exorbitante fuerza. Apenas alcanzaba a tocar el suelo con las puntas de los pies. Dewey se abalanzó sobre él casi instantáneamente, no obstante, él lo golpeó de vuelta tan fuerte que se estrelló con algunos barriles desparramando su contenido. Había sido un movimiento tan rápido que apenas logré visualizarlo. —¡Dewey!— grité al verlo haciendo su mejor esfuerzo por reincorporarse entre suaves quejidos. —¡Oye! ¡Bájame de una vez!—ordené golpeando sus brazos e intentando arañar su rostro. Aquello había terminado muy mal y aunque por dentro estaba muerta de miedo, había una creciente llama que me incitaba a luchar, aún sabiendo que las probabilidades de ganar serían nulas. Del enorme galeón comenzaron a venir refuerzos que probablemente harían pedazos a Dewey. Patalee y golpee como pude, pero el hombre no se inmutaba, estaba perdido en sus pensamientos hasta que giró su cabeza hacia Dewey. —Elmet. Acaba a ese maldito licántropo, me clavó sus asquerosos colmillos— escupió con desprecio. —De inmediato, Lord Aerodan—uno de sus hombres sostuvo en sus manos otra lanza a punto de clavarla en el pelaje de Dewey quien estaba siendo sometido por más de ellos. —¡No, basta! ¡Te diré quién soy realmente! ¡Todo lo que quieras saber! —chillé acumulando la desesperación como en un frenesí dispuesta a mentir si era necesario. Siempre tenía que ser él quien se ponía en riesgo por mí, todo estaba siendo mi culpa hasta ahora y seguramente el desastre del reino también lo había sido, estaba siendo tan inútil, estaba siendo una estúpida princesa que no pudo salvar a nadie. Las lágrimas empañaban mis ojos cuanto más cerca veía la brillante punta de la lanza reflejarse en los temerosos y vidriosos ojos de Dewey, cuanto más cerca estaba de perderlo. —Elmet, alto— resopló el hombre soltándome a su vez. Su subordinado se detuvo y yo caí en las húmedas vigas de madera del galeón, pero rápidamente corrí hacia ellos para que dejaran en paz a mi leal protector. Lo cubrí entre mis brazos y sollocé en su pelaje con una amarga mezcla de miedo y alivio. Pude oír como el hombre chasqueaba la lengua y ordenaba a sus hombres que nos subieran a su gigantesco galeón. No tenía idea de lo que pasaría, estaba asustada, confundida, cansada y me estaba comenzando a desbordar. Hasta ahora no había podido asimilar nada de lo que estaba pasando solo por tratar de sobrevivir y cada vez se volvía más difícil. Pretender ser suficientemente fuerte no estaba siendo útil y era evidente el porqué. Un par de hombres se encargaron de recoger al malherido Dewey, mientras yo los seguía muy de cerca abordando un galeón que ni en nuestras más oscuras pesadillas habríamos decidido abordar, pero no teníamos opción para nuestra suerte. Dewey fue llevado en otra dirección donde sorpresivamente lo curarían. Al oír eso me voltee inmediatamente hacia el hombre que había dado la orden. ¿A qué estaba jugando? ¿Lo curaría y luego lo golpearía? ¿De dónde provenía esa repentina benevolencia? Él aún me veía con arrogancia. Ladeo la cabeza hacia un puñado de mujeres que habían salido de algún lado silenciosamente, como si me indicara ir con ellas. No me detuve a protestar y comencé a seguirlas. Eran tres mujeres realmente altas y también parecían ser guerreras, pero con una vestimenta distinta. Estaban cubiertas por largas túnicas que solo descubrían sus ojos, pero estaban adornadas por una gran cantidad de joyas en sus manos, cuello y frente. Portaban lanzas en sus espaldas y látigos en sus caderas. Ellas me guiaron a un espacio en el cual podría ducharme. Limpié la sangre seca de mi cabeza y todas aquellas desagradables cosas que se habían impregnado y adherido a mi cuerpo ensuciándolo. El agua estaba calientita y se sentía como un cálido abrazo que en ese momento había servido de consuelo. Al salir de la tina, una de ellas envolvió mi cuerpo en una tela absorbente. Me sentaron y curaron los rasguños y heridas menores que me había hecho poco a poco hasta ahora. Una vez que terminaron, trajeron un cambio de vestimenta que me ayudaron a colocar y finalmente, me otorgaron una bandeja de comida. Observé los platos y era comida bastante decente, diría que incluso era demasiada consideración con una prisionera. Dirigí mi vista de nuevo hacia ellas, no hablaban conmigo solo actuaban. Parecía que algo de mí les molestaba, seguramente no creían que fuese una princesa y odiaban encargarse de una prisionera con tal grado de consideración cuando ellas podrían estar haciendo algo mejor. No lo pensé demasiado y acepté la comida que en un par de minutos desapareció. Estaba hambrienta y no lo sabía hasta que probé el primer bocado. No tardaron en llevarme a una cabina que más bien parecía una jaula, pues la mitad de la cabina estaba separada por unos barrotes. A diferencia de la jaula y del navío de nuestros captores anteriores, esta estaba seca, iluminada, limpia y cómoda. La otra mitad del lugar tenía una amplia cama y algunos acogedores muebles. Era lo mejor que había recibido hasta ahora, aunque sabía que me encerrarían directamente en la jaula, así que caminé directamente hacia ella hasta que la voz de una de esas mujeres me interrumpió. —La jaula no es para personas como tú, tú eres inofensiva. Puedes usar esta cabina como te plazca, pero no te atrevas a escapar—dijo una de ellas con un tono amenazante y una mirada bastante dura que me provocó escalofríos. Me limité a asentir y se retiraron cerrando la puerta. Me acerqué a la cama y me senté. Era blandita y agradable. No pude evitar que mis ojos se aguaran y que todas las emociones que había coleccionado y almacenado tomaran lugar. Así que me deshice llanto abrazándome a mí misma, acostada y enterrada entre las suaves cobijas. El sueño no tardó en pesar en mis ya hinchados ojos y ahora estaba en una hermosa y floreada pradera con la brisa del viento acariciando mi piel. Estaba cerca del reino y era tan solo una niña jugueteando con las flores. —¿Por qué la muerte te asusta?—inquirió una suave voz. Me giré con rapidez y de pie, detrás de mí había una hermosa mujer. Me miraba con ternura, pero también con preocupación. Tenía un hermoso y voluminoso cabello azabache que se removía con el viento. Sus ambarinos orbes podían reflejarme a mí misma, no como una niña, sino como la joven princesa que ya era, vistiendo esos hermosos vestidos que mi padre adoraba comprar para mí. —¿La muerte…?— fueron las únicas palabras que salieron de mis labios. —Escucho los saltos de tu corazón a través de los océanos— ella acercó una de sus manos a mis mejillas y limpió las florecientes lágrimas de mis ojos que ni yo misma era consciente de haber derramado. De pronto ya no era una niña, era una perspectiva distinta. —¿Quién eres?—pregunté sin perder un solo detalle de ella. —Tú ya me conoces— afirmó con una suave sonrisa que brillaba al igual que su blanquecina vestimenta adornada con perlas y plata. Fruncí el entrecejo haciendo mi mejor esfuerzo por recordarla, pero no había nada. Negué con la cabeza aún observándola. —Nuestras almas se hablaron hace mucho tiempo en un idioma que nadie podría entender. La observé como si fuera capaz de recordar o tan solo de entender, hasta que encontré algo. —La voz cuando atrapé la vela…eras tú—. Era tan similar, pero aún así era extraño relacionarla de ese modo. Había una sensación en mi pecho que me hacía sentir cercanía a ella. —Y aquí estás, en el océano—extendió sus manos hacia mí. —Estás muy cerca—. —¿De qué?—tan pronto como hice esa pregunta, ella señaló detrás de mí y un jadeo abandonó mis labios al ver el nuevo paisaje que se había pintado a mi alrededor. Había una abundante calma, pero también una inminente sensación de misterio.
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