—Contacto físico— respondió mostrándose determinado aunque temeroso de mi reacción. —Me detendré cuando tú me lo pidas—aseguró. Parecía que esto lo estaba matando y a mí cada vez me quemaba más.
Pensé un momento. La idea de tener un analgésico a través del contacto físico me estremecía. Anhelaba su toque como si fuese lo único que hubiese estado esperando desde el día en que nací. Era insensato permitirlo, pero todo en mí parecía exclamar que era lo correcto, que debía hacerlo.
—De acuerdo— dije dudosa del permiso que acababa de concederle. Su mirada reflejó un abismo de gratitud y pasión.
Se acercó a mí por segunda ocasión.
—Cuando quieras que me detenga dame un apretón en las manos—aclaró. Yo asentí observándolo atentamente.
Se acercó a mi cuello moviendo mi cabello junto con el velo y me colocó de espaldas a él. Solamente sentir su aliento caliente cerca de mí estaba haciendo que me derritiera ahí mismo.
La humedad de su lengua cubrió la marca apaciguando el malestar parcialmente. Sus manos se posicionaron en mi cintura masajeando el contorno. Los jadeos comenzaron a abandonar mis labios involuntariamente mientras sentía miles de corrientes placenteras recorrerme. No tenía idea de que esas sensaciones existían.
Decidí que aún no era suficiente y sabía que él no intentaría más que eso a menos que yo lo permitiera, así que me voltee de frente a él. Parecía un tanto sorprendido.
Antes de que pudiese decir algo, intenté alcanzar su cuello con mis manos estiradas, él lo comprendió y se agachó hacia mí para unir nuestros labios desesperadamente.
El tiempo transcurría y, aunque el dolor se había extinguido en mi cuello, me rehusaba a detenerlo.
Ahora estaba sentada en el escritorio con él entre mis piernas besando la piel descubierta de mis hombros y besando mis labios ocasionalmente. De su boca se podían entrever unos colmillos no tan grandes como en otras situaciones, pero suficiente para causarme sensaciones únicas cuando se rozaban en mi piel.
Él necesitaba más al igual que yo, así que el minucioso trabajo que las criadas habían puesto en mi vestimenta, ahora estaba desparramado en el suelo, y por suerte, los tejidos estaban intactos, pero solo porque yo le había pedido ser más cuidadoso.
Las prendas superiores de su torso estaban junto a las mías, así que yo tenía una perfecta vista de su escultural cuerpo que parecía haber sido pulido con tantísimo trabajo.
La cálida, seductora e inmersiva experiencia en su estudio estaba acalorando cada vez más el ambiente. Solo había una fina y transparente tela cubriendo mis partes mientras él tenía sus manos apretando mi busto.
De un momento a otro, él estaba a punto de liberar aquello que había estado ocultando debajo de sus pantalones hasta que una voz muy conocida me obligó a salir del trance en el que estaba plenamente sumergida.
Dominic no parecía detenerse aunque hubiera alguien llamando por mí ahí fuera. Tuve que tomar una de sus manos y darle un lastimoso apretón, no muy convencida de haberlo hecho.
Él se quedó quieto mientras yo volvía a ponerme con rapidez el hermoso vestido carmesí junto con el tocado. Arreglé mi cabello rápidamente hasta conseguir una apariencia decente y antes de salir voltee a verlo. Ahora estaba sentado mirando al suelo con una mano cubriendo su boca, podía observar que a pesar de su piel tan morena, tenía un sobresaliente sonrojo asomándose y un gran bulto entre sus piernas.
Mis propias piernas temblaron y me fallaron por unos instantes ante esa vista. Era tan perfecto por dondequiera que lo viera y realmente deseaba corresponder su inentendible amor por mí.
Me sentía tan culpable dejándolo así después de haber encendido la situación hasta ese punto, así que respiré hondo absorbiendo su delicioso aroma tan varonil y me acerqué a él levantando su sorprendido rostro para estampar un beso en sus labios entreabiertos.
Casi inmediatamente me separé de él, pero me detuvo jalando de mi brazo hacia él.
—Maldita sea, Nyra— gruñó causando que un escalofrío recorriera mi cuerpo. —¿A qué estás jugando?
—Yo…—no tenía idea de qué decir. Estaba tan consumida en lo guapo que se veía observándome de esa manera, en su tono de voz tan ardiente y en las ganas que tenía de perderme con él hasta que recordé lo que había sucedido en su habitación y del hecho de que él era un hombre comprometido. Me aparté de un tirón. Él reaccionó confundido por el cambio tan repentino de actitud y se levantó ahora con visible preocupación.
—¡Necesito pensar!— exclamé saliendo inmediatamente por la puerta, viendo a Dewey que me observaba confundido. Cerré la puerta detrás de mí rápidamente y le hablé a Dewey para que me siguiera a un lugar con más ventilación para despejarme.
—¿Estás bien, Pequeña Luna?—preguntó Dewey preocupado analizándome completamente una vez estando las jardineras de palacio.
—No sé qué me está sucediendo— dije agarrándome el cabello con frustración.
—¿A qué te refieres, Luna?—detuvo los tirones de mis manos sujetándolas.
—Es solo que… él, habían tantas cosas más que decir y yo solo… perdí el control— dije intentando ahogar el lastimero tono de mi voz. Él me abrazó de forma reconfortante.
—Respira, Luna…
—Todo es tan confuso, tan repentino. Me cuesta tanto entenderlo o siquiera creerlo. ¿Por qué todos aquí me tratan con tanto respeto desde que tengo esto?— me quejé acariciando la marca en mi cuello.
—¿Qué es eso?— dijo Dewey con repentina tensión. Antes de que pudiese responder, él hizo mi cabello a un lado y la vio.
Al verla se levantó casi de inmediato y mantuvo su distancia de mí.
—¿Qué estás haciendo?— pregunté desconcertada.
—Es por eso que olías tan... distinto— dijo casi como si pensara en voz alta. —Luna, ¿él te dijo lo que eso significaba?
—Algo así, dijo que era un vínculo—respondí.
—¿Y lo aceptaste?— cuestionó casi con furia en su voz. —Lo siento. Quiero decir, ¿dejaste que sucediera?— esta vez suavizó su voz.
—Fue…algo repentino. Él solo llegó y me marcó sin decir más, pero aún no he aceptado nada— respondí recordando con vergüenza lo que acababa de suceder en el estudio.
—¡¿Te obligó?!— exclamó casi gruñendo. Sus músculos se veían tensos y sus puños estaban cerrados con bastante fuerza.
Sus colmillos se asomaban peligrosamente de su boca. No pude evitar compararlos con los de Dominic y fantasear nuevamente con sus caninos rosando mi piel suavemente.
—Dewey…—llamé su atención alejando aquello que había surcado mi mente de forma tan lasciva. —Ya estamos arreglando eso. Se disculpó y me dio la opción de rechazarlo—aclaré, pero eso no parecía haber aliviado su molestia.
—Luna, no creo que es…
—¿Recuerdas que había una conversación pendiente entre nosotros?— interrumpí. —Quiero la verdad—lo miré sin vacilación.
Nuestro intercambio de miradas se vio interrumpido segundos después por una mujer que llevaba consigo algunas charolas de plata con deliciosos platillos en ellas.
—Su Alteza, Su Majestad nos ordenó entregarle este pequeño banquete. Insiste en coma adecuadamente— anunciaron depositando los platillos en una hermosa mesa de jardín con una amplia sombrilla y un grandísimo roble proporcionando una refrescante sombra.
Asentí agradeciendo su gentileza y me dirigí a aquella mesa con Dewey. Nos quedamos en silencio hasta que el personal se fue.
—Come— pedí. Él negó con la cabeza.
—Este banquete está dispuesto para ti, luna.
—Sabes que es demasiado— él se resignó y aceptó un plato. —Entonces…
Dewey me envió una mirada dubitativa y continuó.
—Nosotros nunca fuimos un reino como tal, pequeña luna. Nos esforzamos mucho en hacerlo ver de esa forma para ti, por órdenes de tu padre. Nos prohibieron desvelar el secreto detrás de todo eso…— desvió su vista hacia el césped, nervioso. —Nosotros somos una manada de lobos, o… eso solíamos ser.
Mis ojos se abrieron más de lo común ante la sorpresa. Es cierto que tenía mis propias teorías y esperaba o imaginaba muchísimas cosas, pero jamás imaginé algo como eso.
—¿Papá era un lobo igual que tú?— pregunté aterrada ante la idea.
Dewey se mantuvo en silencio un par de segundos. Me miró indeciso y finalmente respiró hondo.
—Sí. El más fuerte por mucho— admitió.
Respiré entrecortadamente ante su respuesta. ¿Cómo era posible que me ocultaran algo de tal magnitud y de una forma tan minuciosa? Siempre supe que algo estaba mal en casa, papá ocultaba tantísimas cosas empezando por mi madre. Era prohibitivo, pero también muy protector.
—Luna…él no lo hacía con malas intenciones…
—Pues habría que tener una muy buena razón para ocultar tantas cosas— respondí casi con indignación en mi tono de voz.
—Créeme que hay una. Tampoco lo conocí, pero era una historia muy bien sabida por todos en la manada. El Alfa, tu padre, y la Luna, tu madre, tuvieron un hijo antes de tu propio nacimiento. La noticia se extendió por toda la manada e incluso a manadas vecinas. Había nacido un alfa poderoso, aunque apenas era un cachorro, todos podían saberlo, el poder emanaba de él—suspiró. Mientras yo no podía caber en mi asombro. —Es algo bastante complicado, pero tu madre…bueno, a raíz del nacimiento, supieron que tu madre era una luna auténtica y ellas son demasiado valiosas y escasas— explicó. Removía la comida en su plato con una sensación de amargura. —Teníamos una luna impresionante—.
—¿Tengo un hermano? ¿Luna auténtica?— inquirí recordando al hombre que me arrebató mi hogar, sus frías palabras, su escalofriante sonrisa. No pude evitar que una sensación de temor y acecho se cerniera sobre mí cuando él habló de lo mismo.
—Es complicado explicarlo, pero las lunas auténticas son gobernantes natas, atraen una infinita abundancia aunque a menudo son objeto de disputas y guerras creadas por la ambición y la codicia. Son muy fértiles y sus crías son especiales como ellas, como…tú, como tu hermano— me miró con duda.
—Él dijo que el vientre de una luna auténtica era lo que más las hacía valiosas— murmuré, pero Dewey alcanzó a escuchar.
—En parte sí, pero no es solo eso, las lunas auténticas pueden interactuar con flujos de magia yacidos en la energía de la naturaleza, son muy poderosas cuando son entrenadas.
—¿Qué pasó con mi madre?.— La intriga por saberlo era algo que me carcomía desde mi infancia.
—Luna…—llamó Dewey con suavidad intentando disuadirme.
—Solo dímelo—pedí apretando los labios, evitando derramar lágrimas. No podía mirarlo directamente, si lo hiciera, sus cálidos ojos me cubrirían en un abrazo y yo no podría evitar desmoronarme.
—Ella falleció cuando tu nacías, durante el parto— soltó.
—¿Y mi… hermano?
—Cuando se supo de su nacimiento, no pasó mucho tiempo hasta que la manada fue atacada por otras. Un alfa como él en el futuro habría sido capaz de aplastar a otras, querían acabar con él mientras fuese débil e indefenso. En medio de la crisis, simplemente desapareció, no había rastro de él. Tu madre hizo cuanto pudo para defenderlo, pero lo dejó en manos de su dama de compañía más cercana cuando ella se involucró en la lucha, escondidos y a salvo. Al regresar al escondite habiendo combatido a los invasores, la mujer estaba muerta, tenía marcas de colmillos y la piel rasgada de su cuello. En sus brazos ya no estaba el cachorro— explicó. Dejó de lado sus cubiertos, parecía haber perdido el apetito. —A donde quiero llegar es que, tu padre decidió ocultar tu nacimiento, desolado por la pérdida de su cría y de su luna, la única razón por la que el alfa no se suicidó o lo abandonó todo, fue por ti. Él estaba dispuesto a hacer todo lo que fuese necesario para ocultar tu existencia, incluso si eso suponía mentirte—.
Mis labios se curvaban ligeramente en una mueca de tristeza, sentía los ojos vidriosos y las lágrimas acumuladas no me dejaban ver con claridad. No fui consciente cuando comencé a sollozar. Dewey no dudó ningún minuto en acercarse a mí y envolverme en un cálido abrazo. Las lágrimas humedecían la tela que cubría su torso con pequeñas gotitas.
—Shh, tranquila— decía con un tono bajo acariciando mi espalda y dando ocasionales palmaditas.
Pasaron las horas y el día pronto se alejó dejando ver una hermosa y grandiosa luna en la que no pude evitar sentirme sumergida.
Ahora estaba en la sofisticada alcoba que Dominic me ofreció. Parecía tener muy en cuenta mis anhelos y había entendido perfectamente lo que significaba el espacio, pero también se veía como algo tortuoso para él, se veía afligido y yo no podía evitar decir lo mismo. La marca en mi cuello dolía. Cuando intentaba conciliar el sueño no hacía más que incomodarme.
Le echaba la culpa de esto mentalmente, pero también me compadecía de él. No pude evitar pensar en lo magnífico que había sido estar presa en sus brazos, ni en lo mucho que añoraba el roce de sus manos sobre mi piel.
Aquella noche había sido tan difícil dormir, pero finalmente tras mi desdicha, pude caer completamente rendida en el sueño.