Capítulo XVIII. El prisionero.

1063 Words
“Clemencia para los vencidos, curad a los heridos, respetar a los prisioneros”. –José Gervasio Artigas Nize, Alan, Verz y Zela avanzaron por la estrecha cueva, algunos pasos más adelante encontraron un hueco en el cual las bisagras oxidadas implicaban que alguna vez en ese lugar existió una puerta. Se trataba pues de un comedor comunitario, pudieron notarlo por la presencia de las mesas de piedra y uno que otro pedazo de madera enmohecida, que eran los restos de lo que alguna vez fueron bancos de madera. Contaba pues también con una pequeña chimenea, al menos lo suficientemente pequeña como para que ninguna persona pudiera introducirse en ella, entraron pues y se dispusieron a inspeccionar cada uno de los rincones de este comedor. ¡Miren, aquí hay algo! –dijo Verz. En una de las esquinas ya hacían los restos de algún animal que había sido devorado recientemente, el hecho de que estuviera cocinado no dejaba lugar a dudas de que había sido alguna persona, pero entonces si la puerta de la entrada no tenía rastro alguno de que alguien hubiera pasado por ahí, no al menos en los últimos cien años, entonces eso significaba que existía otra entrada. Por lo demás, no había nada de valor ni ninguna otra cosa que pudiera ser útil en ese lugar, sólo los típicos restos de cadenas y metales oxidados que se hallaban regados por todos lados. Verz comenzaba a sentir como la movilidad empezaba a regresar a su brazo izquierdo, aparentemente la magia del bardo seguía haciendo efecto, aún no lograba reponerse de la impresión que le había causado aquel ser no muerto, nunca antes había visto reflejos tan rápidos en ninguna de las personas que había enfrentado y, a decir verdad, eran bastantes. Salieron pues del comedor adentrándose un poco más dentro de la caverna, y digo caverna, porque ya para ese momento no había paredes que hubieran sido construidas de manera artificial, lo que se veía era un largo túnel de construcción rocosa natural que descendía mientras se iba curvando hacia la izquierda. Caminaron por algunos minutos, hasta que del lado derecho encontraron otra puerta de metal, Esta puerta a diferencia de las anteriores, se encontraba completamente cerrada a cal y canto, Al menos eso pudo comprobar Verz, al intentar empujarla. Verz Pasó la antorcha a Zela. –Alan ayúdame, a la de tres, –dijo Verz. Alan comprendió lo que Verz quería hacer, al mismo tiempo ambos patearon aquella puerta con todas sus fuerzas, claro, está no cedería a la primera, Alan no era un sujeto tan fuerte como Verz o como Arigoth. –De nuevo, –insistió Verz En un segundo intento se empezó a desquebrajar la pared del sitio donde estaban ancladas las bisagras. Ya casi, de nuevo, –dijo Verz. Tercer intento, Verz golpeó con tanta fuerza, que sufrió un calambre en una pierna, hubo que esperar un poco para volver al ataque. Una vez que se hubo repuesto, y decididos a intentarlo nuevamente, esta vez pusieron alma vida y corazón, y la pesada puerta se desanclo de uno de los lados, pero aún no estaba abierta. Permitidme –dijo Nize. Todos se hicieron a un lado, Nize proyectó una llamarada hacia la bisagra que aún estaba anclada, la calentó durante algunos minutos. –Adelante caballeros, –dijo. Verz y Alan nuevamente patearon la puerta al mismo tiempo y ésta cayó pesadamente hacia el interior. Se trataba de una habitación de piedra vacía, seguramente había servido como celda antaño, sin embargo, al fondo de la habitación entre la oscuridad algo gimoteaba, Verz tomó nuevamente la antorcha y se acercó con cautela. Primero fue capaz de divisar un pequeño bulto que se agitaba, después descubrió que se trataba de una persona, por el uniforme pudo intuir que se trataba de uno de los miembros de la Guardia real, estaba completamente atado, sus manos estaban atadas en la espalda y sus pies estaban atados a esta de tal manera que estaría inicialmente arrodillado, pero con el cansancio había caído del lado. Su cabeza estaba cubierta por un saco de tela, que estaba amarrado al cuello, Verz sacó su navaja y procedió a cortar las cuerdas que sujetaban el saco, lo cual reveló una mirada de gran terror y en su boca una mordaza. Aquel hombre parecía no sentirse a salvo, se sacudía violentamente mientras Verz se acercaba a quitarle la mordaza. –Tranquilo, estás a salvo, –le dijo. Pero daba la impresión de no entender lo que Verz decía, se seguía retorciendo y seguía gimoteando. Cuando Verz pudo quitarle la mordaza finalmente pudo decir algo. –¡Dejar con vida! prometo que no les haré daño, les diré lo que quieran, les diré dónde hay oro mucho oro, pero por favor dejarme con vida. Su salud mental parecía haberse deteriorado, parecía no razonar lo que estaba diciendo, la pregunta que quedaba por resolver es ¿qué hace él aquí? Zela se acercó al sujeto, Pero éste parecía tenerle más miedo a ella. Alan entonó una pequeña melodía en su guitarra, pero aquel sujeto no parecía calmarse. Volvió nuevamente a intentarlo esta vez tocando algo diferente, pero parecía no surtir efecto su magia en aquel personaje. –Tranquilo, nadie va a matarte, –dijo Zela. –Ellas ya vienen, ellas ya vienen, Gimoteó aquel hombre –¿Quiénes son ellas?, –preguntó Zela. –Brujas, –dijo el hombre–, me mataran, los mataran a ustedes, nos matarán a todos. –Haber –dijo Zela con un tono más severo, como si le estuviera hablando a un hijo–, necesito que te calmes y nos cuentes qué fue lo que te pasó para poder ayudarte. Entre temblores, gimoteos y miedo aquel hombre hizo un esfuerzo por hacerse entender. –Ellas, sospechoso, entrar aquí, yo seguirlas, ellas revivir muertos, tres en total, descubrirme y amarrarme aquí, mucho poder, ellas todavía están aquí, lo sé. –De acuerdo, –dijo Zela–, no te soltaré para que no te hagas daño, Espera aquí, regresaremos por ti. Lo que ese hombre había dicho al grupo era algo bastante valioso, quienes quiera que fueran esas tres, eran lo suficientemente poderosas como para haber sometido a un soldado de la Guardia, tendrían que ser bastante cautelosos, porque podría haber más muertos vivientes y podrían toparse con ellas en cualquier momento.
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