“Los sabios son los que buscan la sabiduría; los necios piensan ya haberla encontrado” –Napoleón Bonaparte
Zela insistió en revisar la herida de Verz y aunque en principio puso resistencia, la chica tampoco cedria en su intento asi que levanto la camisola, y vio que había la herida típica de un corte, aunque no era profunda, sangraba bastante, Yuria no estaba asi que tendría que apañárselas, compro una pañoleta en un puesto cercano y la enredo alrededor del abdomen de Verz.
–Ya está, –dijo Zela–, esto detendrá el sangrado; me debes una Verz.
Verz sonrió, los tres retomaron el camino hacia el burgo de los sabios.
El burgo de los hombres sabios era una zona de Odrick habitada por distintos gremios, todos ellos dedicados a las artes ocultas que competían entre sí. Aquí acudían personas de todas partes del reino a distintas cosas.
A menudo los servicios más solicitados consistían en adivinación y predicciones, en este lugar estaban los mejores adivinos, audaces en la hechicería mundana, podían predecir el futuro basándose en la magia.
Claro esta estos magos tenían pleito casado con un grupo particular de clérigos que se hacían llamar “profetas” y que residían en un lugar llamado “la casa del oráculo”, estos podían predecir todo tipo de hechos futuros, pero para ello no utilizaban magia, ni la hechicería, sino la fe.
Y de ahi la pugna pues aquí convivían grandes magos con grandes clérigos, y no se toleraban entre sí, pues cada uno afirmaba que su arte era más poderosa.
Aquí se vendían también toda especie de productos desde los fabulosos polvos cam, hasta ingredientes exóticos, la cabeza de un auténtico dragón rojo ya hacia colgada en la puesta de algún establecimiento.
Sin embargo, aunque eran los más vistosos y también los más solicitados la adivinación y el comercio no era los únicos servicios, de vez en cuando había quien venia buscando servicios especiales como maleficios, venenos o pociones para todo tipo de cosas, desde curar enfermedades hasta poder volar, claro esta estos servicios eran muy costosos.
Lo primero que quiso hacer Zela fue acudir al puesto de un clérigo, esta vendía amuletos de protección y distintas cosas que parecían extrañas a primera vista.
–Hola, –dijo Zela–, ¿podría ayudarnos?
Aquel hombre no contesto solo se levanto y coloco su mano sobre la herida de Verz.
–Ya puedes quitarte ese trapo, –son 3 piezas de cobre.
–si, –dijo Verz, y saco una pieza de oro.
El hombre le devolvió una pieza de plata y dos de cobre.
–chicos creo que necesitaran comprar bendiciones, –dijo Zela.
–¿Bendiciones? –Pregunto Verz
Arigoth miro con curiosidad mientras Zela saco una pequeña botella de su bolsillo, para mostrárselas, si miren son como esta, si estas malherido o a punto de morir solo tienes que tomarla y si tienes la fe suficiente tus heridas sanaran milagrosamente.
–Ósea es como una “poción de curación”–dijo Arigoth.
El clérigo frunció el ceño.
–No tonto, –dijo Zela–, las bendiciones no son pociones, sino son eso bendiciones, la gracia del favor divino entregado a los clérigos por los dioses.
Arigoth parecía no entender, Verz tampoco
–mientras que las “pociones” son brebajes mágicos que se preparan con ingredientes terrenales y cuyos resultados son variables, las bendiciones son elixires divinos, creados por la gracia de los dioses y el resultado depende de la fe que ponga el portador en el Casi siempre curan las heridas completamente, –dijo el clérigo.
–Asi es, –dijo Zela–, y si vamos a arriesgar nuestras vidas será mejor que cada uno lleven al menos una.
–Bien, –Dijo Verz–, cual es el costo
–Una pieza de oro, –dijo el clérigo.
–¿una pieza de oro? –dijo Verz mirando la pequeña botella–, no te parece que es mucho dinero
–Vamos Verz, –dijo Zela–, te aseguro que valdrá la pena
–Bueno –dijo Verz–, quiero una y le entrego la pieza de oro al clérigo
–Yo también –dijo Arigoth– haciendo lo mismo.
Aquel clérigo tomo dos pequeños viales, puso sus manos en señal de ofrecimiento y estas se iluminaron; los viales se llenaron al instante con un liquido transparente, similar al agua.
–Aquí esta –dijo el clérigo–, desean algo más.
–Si eh, –dijo Zela–, estamos buscando la biblioteca.
–Y ¿para qué quieren ir allí? –dijo el clérigo.
–Buscamos al señor Fried Sigman, –dijo Verz.
–Ah, el viejo señor Sigman, –dijo el clérigo–, Verán la biblioteca esta el final de esta calle, el edificio es inconfundible, pero ya les advierto que el señor Sigman es un gran hechicero, de hecho, es el único hechicero que es hechicero y clérigo al mismo tiempo, el problema con el es que no le gustan las visitas que no tengan algo que aportar, no hablamos de bienes materiales o dinero, verán hay una barrera que bloquea el paso, si su sabiduría y su fe no es la suficiente, no les permitirá pasar, pues el conocimiento está reservado solo para los pocos que puedan entenderlo.
–¿Reservado? –dijo Verz–, eso es egoísta.
–Vera mi señor, –dijo el clérigo–, el conocimiento es una forma de poder y el poder no se comparte con cualquiera, créame cuando le digo que muchos han perdido la razón al obsesionarse con él, pues al no saber manejarlo sucumben fácilmente ante la locura; ahora, si me disculpa.
–Vaya quien lo diría, –dijo Verz–, creen que podamos pasar.
–No lo sé –dijo Arigoth–, pero quiero suponer que no lo sabremos hasta que lo intentemos, asi que en marcha.
Los tres caminaron internándose en la calle, esta parecía más larga y cansada que cualquier otra de las que habían recorrido, incluso les daba la impresión de que no avanzaban, no era una calle recta, tenía una serie de curvas y desvíos, era casi laberíntica.
Por fin llegaron a la biblioteca, era un edificio imponente que contrastaba con el entorno, tanto en tamaño como en arquitectura, pues parecía pertenecer a otra época.
La reja del jardín no tenía puerta, solo un arco marcaba la entrada, en este se podían observar desde afuera arboles recortados con curiosas formas de humanoides, era un edificio vertical y la cúspide terminaba en una gran punta que apuntaba al cielo, aquello tenía una explicación, el edificio en si mismo representaba la ascensión y la superioridad que solo proporciona el conocimiento.
Pero, además, se percibía un color ocre bastante luminoso, cosa que era llamativa por que todas las casas y comercios de la ciudad eran de colores opacos y oscuros, estaba adornado por varias gárgolas.
Zela, Arigoth y Verz; se miraron mutuamente y avanzaron juntos hacia la puerta.