Observando el panorama, estaba entre desconocidos, abandonada en la nada y con pocas, muy pocas posibilidades de salir de aquí. No tenían rostros tenebrosos, pero parecían personas que pasaban todo el tiempo en esta finca, auténtica gente de campo.
¿Por qué decía aquello? El mandil de la señora todo sucio con algo que parecía carbón, algunas ramas en el cabello de las mujeres con aspectos muy poco femeninos y observando a los hombres, tenían brazos muy fuertes, lucían sudorosos y llevaban sombreros, pero más que eso, todos me miraban como si fuera alguna especie extraña.
Supongo que yo tenía la misma expresión hacia ellos.
—Soy Adriana Martínez.—me presenté, pero aquellas personas ni se inmutaron, el único movimiento fue el de uno de sus perros que se acercó a olfatearme. Haría un segundo intento.—¡Soy la señora López! Esposa de Matías Lopez.
Por un segundo aquellos rostros se movieron solo para mirarse unos a otros y cuando regresaron sus ojos hacia mí, cada uno de ellos reía a carcajadas, haciendo que sus fuertes risas retumbaran en mis oídos, se dieron la vuelta y hasta los perros se marchaban.
—Como si el jefe fuera capaz de casarse otra vez. Aún espera a la señora Michelle.
¿Michelle? ¿Entonces ellos conocían a Michelle? ¿Cómo que aún la esperaba? ¿No se supone que había fallecido? Es lo que el mismo Matías dijo hace horas.
—¡Soy su esposa!—grité enojada, tomé mi maleta y los alcancé a todos, colocándome delante de ellos.—Me acabo de casar con Matías López y lo que es más claro, ¡soy la señora de esta casa!—ni yo me lo creía pero ellos no sabían eso y era cierto, si él era el señor jefe o como quisieran llamarle y yo era su esposa, ¿qué título me daba eso a mí?
Yo era la señora también.
Levanté mi dedo con el anillo.
Ellos pasaron a mi lado como si nada, aquello no importaba por el simple hecho de que no me creían.
¡Desgraciados!
De todos modos Matías me rechazaba, así que yo era casi igual que ellos o estaba en una escala más baja que los perros dentro de esta finca.
Cada quien se dividió por la casa y yo entré, siguiendo a la última mujer que vi irse.
Había un lindo salón y seguido de ella estaba otra enorme sala, solo que vacía, la puerta estaba abierta y yo solo miré mientras caminaba, seguí encontrándome con puertas cerradas y luego una pequeña habitación con un lindo y hermoso piano blanco, con una enorme ventana que daba al exterior y desde ella se veía una de las farolas encendidas en el patio, alumbrando también parte de aquella habitación con la luz que entraba por la ventana.
Siempre quise aprender a tocarlo, tomé clases cuando las condiciones de mi familia no eran tan malas, antes de que mamá enfermara, pero las cosas cambiaron tan rápido, que no había tenido tiempo ni de que la ilusión se esfumara.
Me detuve frente aquella habitación y observé el piano con anhelo. Dejé la maleta en la puerta, caminé hacia aquel reluciente piano.
Tomé asiento y levanté la tapa que cubría las teclas.
Todo estaba tan reluciente, sin ninguna capa de polvo por más fina que fuera, parecía como si lo hubieran usado hace poco o como si le dieran un mantenimiento riguroso, como si lo trataran con mucho cariño.
Deslicé mis dedos por las teclas del piano sin atreverme todavía a presionarlas. Dejé mis manos sobre la tabla superior y vi mi imagen reflejada en ella.
¿Será que aún recordaba cómo hacerlo? ¿Podía intentarlo?
Era como si mis dedos quisieran tocar.
Cerré mis ojos y presioné la primera tecla y luego una y otra, seguía con aquello hasta que mis oídos escuchaban una hermosa pero sencilla melodía.
—¡NO LO TOQUES!—aquella voz se alzó por encima del sonido del piano y en pocos segundos todos esos rostros me miraban, parecía como si llegaron corriendo a ver qué pasaba, a ver quién tocaba el piano.
Estaban enojados.
Vi como la señora secó sus lágrimas y luego se marchó con enojo y frustración, los hombres me observaban como si quisieran matarme y aquellas mujeres parecían capaz de hacerlo.
Una de ellas entró a la habitación y tomó mis manos, apartándola de las teclas y atreviéndose a apretarme los dedos, la miré con igual enojo y me puse de pie.
—No me contuve, solo vi el piano, me acerqué y mis dedos comenzaron a tocarlo.—era cierto.—Lo siento.
—La señora Michelle fue la última en tocar ese piano, era de ella. Ahora tú dañaste el recuerdo que teníamos de ella tocando su última pieza, con esa horrenda y grotesca música que tocaste.
—¿Horrenda? ¿Grotesca?—¡pero si llevaba años sin tocar! Ante mis oídos aquello fue una maravilla.—¿Perdona?
—¡Perdona nada! Apenas llegas y ya eres una molestia.
—¿Cuál será tu función aquí?—Se le unió la otra mujer.—No puedes solo ver algo en una habitación y tocarlo sin el consentimiento de otra persona, acabas de llegar a una casa que no conoces. ¿Es lo primero que se te ocurre hacer?
—Es un piano, no es como que entrara y comenzara a revisar los cajones y no se me ha dicho ni dónde estar. Ya me disculpé.
—Esta mujer no me agrada.—me ignoró por completo y se colocó frente a la otra mujer. Una era de pelo castaño y la otra un poco más rubia.
—A mí tampoco, no sé porqué la dejaron aquí.—hablaban de mí como si yo no estuviera presente.—A nadie le agrada ni le va agradar. Espero que se la lleven.
—Muéstrale dónde quedarse y aconséjale que no salga de allí. Solo será un estorbo. ¿Ya viste sus dientes tan blancos? Seguro que ni toma café, ¿quién puede confiar en alguien que no toma café?—aquella mujer se marchó y me dejó con la otra.
Lo iba a decir por última vez, para ver si con esta vez alguno de ellos razonaba.
—Soy la esposa de Matías. Creo que no pasa nada si toco el piano, de cierto modo también esta es mi casa, por eso me trajo aquí.—¿no? Le dije que no tenía dónde quedarme y él me trajo aquí, ¿no se supone que me dejaba aquí por eso? Quería buscar una manera buena de verlo, pensar en algo positivo, aferrarme a lo que fuera.
—Ya basta con eso, no sé de dónde lo inventaste o si crees que ganarás algo. El señor Matías no se volvería a casar.
—Es viudo, ¿por qué no se volvería a casar? Estamos casados, no invento nada.
—Te mostraré una habitación donde puedes quedarte.
—¡Soy su esposa! ¡¿Es que no me escuchas?! ¡¿Por qué les parece que no es así?!
Me dio la espalda para salir de la habitación y yo la tomé del brazo, cuando aquella endemoniada mujer se giró, me dejó una fuerte cachetada en la cara.
—No me toques.—exigió luego de golpearme.
La miré anonadada y cuando quise darle una, su mano me lo impidió. Se acercó con su otra mano en alto y me miró a los ojos.
—¡Me pegaste!
—Si eres otra de las que cree que va a atrapar al señor López, pierdes el tiempo. A lo mejor te dio un espacio en su cama y ahora te crees la señora, aquí solo hay una señora y su nombre es Michelle López, la señora de la casa, la esposa del señor López. Deja de decir estupideces y calla esa boca. No tenemos porqué tenerte paciencia, ni siquiera sabemos porqué estás aquí, pero estoy segura que será por muy poco, realmente muy poco tiempo. Su corazón es de una sola mujer y esa no eres tú.—tiró de mi mano y me sacó de la habitación, me llevó casi a rastras por el pasillo y luego abrió una de las puertas, allí me empujó, volvió con mi maleta y la arrojó dentro de la habitación.
—Cuando Matías regrese—comencé a decir con los dientes apretados del enojo y esta impotencia que me recorría—le diré lo que sucedió, ¡haré que te despidan!
—¡Mira que miedo tengo!¡estoy temblando! Solo con que yo le cuente lo que le hiciste al piano, será suficiente para que te quiera borrar de la faz de la tierra. A ver a quién echan de aquí.—se dio la vuelta con una sonrisa.
Me dieron ganas de tirarla de los pelos, pero ¿para qué provocar una pelea en un lugar desconocido, con personas desconocidas que claramente estaban dispuestos a rechazarme y odiarme sin conocerme?
Aquello solo podría traerme problemas graves. Y esa mujer tenía una enorme fuerza, mi rostro ardía ante su golpe.
Le puse el seguro a la puerta y luego me senté en la cama.
¿Qué les pasaba a todos con esa tal Michelle?
Si ya había fallecido, ¿por qué decían que Matías la esperaba?
Ahora yo era su esposa, a pesar de que ni a mí me agradaba la idea, esa era la realidad.