Llegué a la esquina de Korte Niezel y me acomodé el abrigo y la bufanda al sentir un escalofrío, las gélidas brisas de invierno se hacían cada vez más inclementes y no eran ni siquiera las cinco de la tarde, todo apuntaba a que sería una noche fría, debía darme prisa en llegar. Contemplé el panorama frente a mí dando un largo suspiro mientras esperaba que un par de ciclistas se alejaran para poder cruzar la calle; detestaba aquel barrio, no es que fuese un puritano no mucho menos, pero consideraba que aquella zona era para los niñatos hormonales o los hombres desesperados. «O para ancianos cascarrabias», me dije con cierto humor al llegar a la otra acera. Seguí mi camino sin poder evitar lanzar una mirada sobre mi hombro para contemplar la fachada del Moulin Rouge, a esas horas del día