•Prefacio•
Palacio Real de Ámsterdam
Países Bajos.
~* Vísperas de año nuevo *~
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G e n e v i e v e
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Entré a mi habitación a toda velocidad, cerré la puerta a mi espalda y con una premura poco propia de la realeza me dispuse a buscar entre los cajones de aquel bonito escritorio que adornaba la esquina más iluminada del lugar, ese donde hasta hace un día me gustaba sentarme por horas a leer o simplemente contemplar el paisaje de invierno, que era la única época del año en la que solía usar esa habitación.
Miré por la ventana y vislumbré el hermoso espectáculo que representaba la Plaza Dam en las noches decembrinas. Ahí no había pesadas rejas ornamentales como en los otros palacios, tampoco había densos bosques protegiéndonos del tránsito; y justo por eso la seguridad era tres veces más estricta; y aunque sabía que era imposible, juraría que podía oír las pisadas de los francot!radores ubicados en las habitaciones superiores, todos de pie frente a las ventanas, con los ojos puestos en los transeúntes de la plaza, atentos a cualquier movimiento sospechoso… Listos para disparar ante cualquier amenaza.
Miré aquella amplia superficie pavimentada, esa que nos separaba a los que habitábamos ahí del resto del mundo y más allá de eso… Nos separaba de la vida. Una vida mundana, llena de gente común y corriente que tenían trabajos sencillos… Existencias sencillas; personas que tal vez no tenían los recursos económicos para pasar sus días sin preocupaciones, pero que tenían algo que las personas como yo jamás tendríamos… Libertad.
Sacudí la cabeza para ahuyentar esos pensamientos, no era momento para melancolías, no tenía ni un solo segundo que perder, si alguien se daba cuenta de lo que estaba haciendo ahí todo estaría perdido. Abrí los cajones y casi con desesperación busqué una pluma entre todas las cosas que antes habían estado perfectamente ordenadas y cuando por fin la tuve entre mis manos tomé una hoja del dispensador a mi derecha y me dispuse a escribir, pero de pronto quedé congelada.
«¿Cómo puedo hacerle esto?», pensé afligida.
Unos minutos antes mi determinación había sido absoluta, ahora en cambio podía sentir cómo mi mano temblaba negándose a responder a las órdenes de mi cerebro.
Escribir esa carta representaría el final de mi vida como la conocía, significaría renunciar a todo lo que nací para ser, huirle a mi destino, deshonrar a mi familia, pero por encima de todo eso… simbolizaba una sentencia para quien fue mi confidente y mi amigo… La única persona que realmente me había amado a lo largo de aquellos tormentosos años.
Sabía que le rompería el corazón con aquellas palabras, estaba rompiendo mi promesa y desgraciándole la vida, lo sabía y eso me partía el alma en dos; pero también sabía que no podía ser de otra forma, las estrellas habían trazado otro rumbo para mí y era imperativo que siguiera su luz.
—No tengo más opciones —susurré llevándome la mano al vientre.
Aquella criatura que crecía en mi interior era más importante que cualquier promesa, más valiosa que cualquier corona… Haría lo que tuviera que hacer para protegerle, incluso si eso representaba perder a quién más amaba.
Ignorando mi mano temblorosa me dispuse a escribir, procurando que mis palabras transmitieran la pena que representaba para mí estar diciéndole aquello, rogando por su perdón párrafo a párrafo, y esperando que algún día pudiera dejar los rencores y entender por qué tuve que hacerlo.
Unas cuantas lágrimas cayeron sobre la hoja mientras redactaba esa carta, la más dolorosa que había tenido que entregar jamás. Terminé de escribir, sintiendo que pese a todas mis palabras bonitas y caligrafía de princesa, aquello no era mejor que una nota de rescate, a fin de cuentas representaba lo mismo… Le estaba arrebatando lo que más quería.
Doblé el papel y lo introduje en uno de los sobres con el escudo de la familia… Una familia que nunca fue más que un nombre y una bonita corona, una familia que con mi huida se sacudiría violentamente ante los ojos del mundo, pero eso me importaba poco.
Cerré el sobre y sellé su contenido con lacre, grabando mi escudo personal… La última vez que lo usaría, no quería que cayera en manos equivocadas y que se revelara la noticia antes de que yo me encontrara a millas de distancia… A salvo de las nefastas manos de mi padre.
Tomé la pluma una vez más y lentamente escribí su nombre como destinatario: Rembrandt.
Contemplé el papel unos cuantos minutos, quizás demasiados para la prisa que tenía en esos instantes, pero no podía evitarlo. Diferentes sentimientos se arremolinaban en mi interior, por un lado la dicha y la expectativa ante el camino de posibilidades que se abrían ante mí con mi partida, pero al mismo tiempo no podía sacarme a mi amado Rembrandt de la mente. Me odiaría, y aunque no sabía cómo, era consciente de que tendría que aprender a vivir con ello, a vivir sin él, era el precio que debía pagar por mi libertad.
Dejé el sobre en el escritorio y me apresuré a activar el pulsor que movía el pesado cuadro que escondía la caja fuerte de mi habitación. La impaciencia me estaba matando, jamás había notado que aquel sistema fuese tan lento, pero agradecí que la pequeña bóveda abriera por lector dactilar, porque no estaba segura que los nervios me ayudaran si tenía que ingresar una clave.
Cuando la compuerta se abrió, ante mí apareció mi colección de joyas, prendas que antes solo adornaban mi belleza hoy representaban mi boleto a la libertad, la promesa de una vida mejor… La garantía de mi supervivencia.
Miles de millones de euros en oro, diamantes, rubíes, zafiros y esmeraldas; no sabía cómo iba a vender esas cosas sin que me localizaran de inmediato, pero ya pensaría en eso luego.
Las tomé todas y las metí en mi bolso sin ningún cuidado, junto con los fajos de efectivo que había reunido en las últimas semanas con ayuda de Chlöe, hasta que no quedó nada en el interior de la caja.
Cuando estaba cerrando mi bolso y colocándomelo al hombro escuché voces a las afuera de mi habitación; alguien se acercaba por el pasillo y en cuestión de segundos estaría ahí… Encontrándome a mitad de escape.
Mis manos empezaron a temblar mientras cerraba la caja fuerte con desesperación, cuando oí el llamado a la puerta reprimí un grito de nervios, y miré de un lado a otro, deteniéndome en la ventana, meditando y desechando casi al mismo tiempo la idea de huir por ahí, entendiendo, llena de desesperanza, que pretender vivir una vida de mortal, como decía Jensen, no me convertía mágicamente en una… Jamás podría hacer una hazaña como esa, mucho menos en mi estado.
El picaporte de la puerta empezó a girar y entonces se me vino el alma a los pies cuando ví aparecer al agente Kok ante mí. Ya no tenía escapatoria… Había sido descubierta.