El resto del día transcurrió entre actividades sorpresivamente insulsas; resultó ser un día lluvioso y si la Princesa tenía planes de salir del palacio… no los manifestó, por lo cual no requirió mi presencia continua a su lado, sin embargo decidí mantenerme cerca y alerta, el palacio era un lugar seguro pero por alguna razón me incomodaba dejarla sola, era como si protegerla se hubiese convertido en mi estigma.
Esas horas prácticamente en solitario y en silencio me sirvieron para conocerla un poco mejor, a la distancia al menos, su comportamiento más específicamente, y resultó que observarla era fascinante.
Pude notar que la actitud despectiva y altanera de la princesa no era exclusivamente conmigo, en realidad la mantenía con todo escolta o m!embro Guardia Real que se topara en su camino, pero en especial con nosotros; y aunque podía comprender que le disgustara tener a alguien vigilando sus movimientos todo el día, intuía que su animosidad para con los guardias se debía a otra razón, y eso cada vez me intriga a más.
Ocurría lo mismo con la servidumbre, era considerablemente menos mordaz con ellos, pero incluso así se notaba su sentir, parecía no estar satisfecha con ninguno de los trabajadores del lugar.
Cualquiera hubiese podido decir que era una mujer arrogante, yo mismo lo hubiese hecho de no haber notado que su trato era muy diferente con Peeters y Chlöe, la joven que nos había interrumpido en la mañana durante su arranque viperino; y noté también que está chica parecía ser su asistente personal más que solo su sirvienta.
Con ellos era amable y sonriente en todo momento... Parecía otra persona, y al mismo tiempo, ellos eran los únicos que parecían no huirle o esquivaban su mirada cuando entraba a algún salón del palacio.
Me pareció curioso cómo parecía estar obsesionándome con entender el comportamiento de la mujer cuando debería simplemente limitarme a hacer mi trabajo... Evitar que la mataran, que a fin de cuenta era para lo que me habían llevado justo a mí, pero por buena… o quizás mala suerte, la respuesta a mi inquietud llegó esa misma noche, ayudándome así a ver las cosas con claridad.
Un par de horas más tarde, me encontraba afuera de su habitación, junto a su puerta, luego de que ella anunciara que se iría a la cama. A mi turno aún le quedaban un par de horas, así que decidí mantenerme ahí junto a mis compañeros de jornada, todo transcurría en santa paz, pero de pronto tres figuras aparecieron al final del corredor y me puse alerta de inmediato porque nadie me había notificado de ninguna visita a esas horas de la noche.
En cuestión de segundos me ubiqué obstaculizando por completo la entrada a la habitación y me llevé la mano al armamento, quitándole el seguro al instante... Ante un ataque, tenía permiso para disparar si lo creía necesario.
—Es el Rey —indicó Kok en un murmullo mientras él y Bakker se ponían firmes e inmóviles, de espalda a la pared.
Fue entonces que reconocí a Olaf Vermeulen, el escolta principal del Rey… que era quien venía junto a él y al otro escolta. Enderecé mi espalda y me mantuve igual de firme que mis compañeros hasta que el Rey estuvo frente a nosotros finalmente.
—Su majestad —coreamos los tres al inclinarnos con ceremonia.
—Buenas noches, caballeros —saludó este con su característica voz arenosa, y me pareció curioso cómo la suya seguía oyéndose igual que en las transmisiones radiales y televisadas, mientras que la de su hija me había resultado tan diferente en persona.
—Él es el Agente Jensen Dekkers, su alteza —dijo Olaf señalándome—, el nuevo escolta de la Princesa.
—¡Oh, claro! El que salvó al Ministro Veenstra en el atentado en Bruselas… Qué gran hazaña fue esa, jovencito, todo un héroe nacional.
Sonreí en respuesta a su gesto alegre, aunque por dentro me estaba mordiendo la lengua. Solo el Rey osaría llamarme jovencito, cuando desde hacía casi una década yo me había ganado el respeto de la mayoría en el ámbito de seguridad nacional; hacía mucho que nadie me minimizaba a tan poco con tan solo una palabra, pero supuse que ese era el poder de una corona.
—Un honor conocerle en persona, su alteza —dije con una inclinación, en contradicción a lo que pensaba.
Gerolt de Moguer-Avesnes era un hombre alto y en extremo delgado, siempre se rumoraba sobre su salud, nombrando cantidad de enfermedades estomacales que le impedían captar los nutrientes de los alimentos. Eso era lo que la oficina de prensa del palacio repetía una y otra vez, pero yo reconocía a un fumador compulsivo cuando lo tenía en frente, y fue una gran decepción confirmar que un hombre tan importante parecía estar siendo consumido por el vicio al cigarrillo.
—Lo mismo digo, agente; dormiré más tranquilo sabiendo que mi hija está en buenas manos cuando está fuera del palacio, ahora… Debo atender unos asuntos con ella antes de irme a la cama. —Recibí tan solo un asentimiento de cabeza de su parte antes que se dispusiera a entrar a la habitación sin decir nada más
Al instante fuí reemplazado por Olaf en la entrada, evidenciando que su trabajo en ese lugar pasaba a ser más importante que el mío. No me era ajeno el protocolo, cuando dos personas importantes estaban en un mismo recinto, la seguridad principal recae en el equipo de quién tenga más peso político o económico, en este caso... Él, no ella. Así que, aunque iba en contra de mi instinto… di un paso al costado y mantuve mi posición a menos de un pie de él.
—Entonces... ¿Te está gustando trabajar en el palacio, Dekkers? —preguntó Olaf sonriendo, dejando por un segundo su expresión sería y mostrando la cara que yo recordaba más.
Él y yo habíamos compartido un par de cursos especiales de capacitación del Servicio de Inteligencia al terminar la academia; nunca fuimos grandes amigos… Una rivalidad por mujeres, pero sí nos respetábamos mutuamente. Trabajar con él no me suponía ningún problema de momento.
—Hasta ahora todo es bastante más lento de lo que estoy acostumbrado —dije y me encogí de hombros—, pero la comida aquí es de primera, eso no te lo voy a negar.
—Deja que pruebes los poffertjes que hace la cocinera. —Hizo una pausa para besarse la punta de los dedos—. Comida de reyes.
—Comida de reyes —repetí con humor—, nunca has dejado de ser un payaso. —Sacudí la cabeza mientras sonreía, pero de pronto un ruido nos llegó desde el interior de la habitación, haciendo que las risas murieran de inmediato.
El Rey estaba alzando la voz, y a juzgar por las respuestas airadas de la Princesa era obvio que estaban teniendo una discusión... Una muy acalorada.
Fruncí el ceño mirando hacia la puerta y luego a Olaf, que mantenía una expresión similar, aunque sí detecté que él no parecía sorprendido… Ninguno lo estaba realmente.
—¿Vieron el amistoso de ayer? Creo que con este nuevo Técnico… El próximo mundial es nuestro, señores —comentó Olaf y Bakker asintió sonriendo.
Estupefacto ví que los cinco hombres frente a mí empezaron a conversar sobre futbol y la clasificación al próximo Mundial como si del otro lado de la puerta a sus espaldas no se estuviesen caldeando las cosas segundo a segundo.
Logré captar frases sueltas como “Mantener la boca cerrada” y “Esta maldita vida”, pero aquellas paredes parecían a prueba de ruido, sin embargo sí pude escuchar dos cosas; la primera fue un “Debiste morir tú y no ella” exclamado a todo pulmón y lo siguiente fue un fuerte golpe, seguido por un estruendo.
No necesité estar ahí dentro para comprenderlo, sentir cómo se me helaba la sangre mientras mi cerebro trataba de entender lo que era obvio... Él la golpeó y ella estaría ya en el suelo a esas alturas, y sin detenerme a pensarlo dos veces me acerqué a la puerta con toda intención de abrirla y detener lo que ocurría ahí, pero un brazo me obstaculizó el paso.
Miré consternado a Olaf, que a su vez me devolvió la mirada con aire desafiante y de advertencia al mismo tiempo… Me estaba ordenando retroceder.
—Él la está lastimando —gruñí consternado, señalando la puerta.
—Él es tu rey —respondió Olaf lentamente.
Miré a Bakker, a Kok y al otro agente del que aún no sabía nada, y vi perturbado que los tres se mantenían firmes y mirando al suelo, solo Bakker me miró apenado pero no hizo ni amago de moverse.
A regañadientes di un paso atrás y solo entonces Olaf retiró su mano de la puerta para retomar su posición igual a los otros.
Como un tsunami de entendimiento llegando a mí, rememoré las palabras de Elliot Van der Velden el día anterior, “nunca debes intervenir entre ellos” había dicho… Se me hizo obvio que aquello pasaba con frecuencia en el palacio, pero lo peor de todo fue reconocer que la Princesa tenía razón.
No llevaba ni un día a su servicio y ya le había fallado; mientras ella era golpeada por su padre en su habitación, yo me encontraba a tan solo unos pies de distancia, junto a los demás, que tampoco hacían nada para ayudarle.
Éramos, tal y como ella había asegurado, ovejas del rebaño del Rey.