•03• Deslumbrado y Consternado

1558 Words
Palacio Huis ten Bosch La Haya, Países Bajos. ~* La mañana siguiente *~ ~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~* Me sacudí la solapa del traje una última vez y me apreté un poco más el nudo de la corbata mientras verificaba, por tercera vez en los últimos veinte minutos, que mi auricular estuviese funcionando correctamente, y claro... no dejaba de maldecir que indiscutiblemente, contra todo pronóstico… me encontraba un tanto nervioso. No sabía si se debía a estar dentro de las instalaciones del palacio por primera vez… Tanta majestuosidad me resultaba incómoda, sentía que ensuciaba las reliquias con tan solo mirarlas; no podía saber a ciencia cierta si el hecho de estar a punto de conocer a la realeza me estaba afectando los nervios, o si por el contrario era el estar vistiendo aquel condenado traje. Comprendía la importancia de la etiqueta para la realeza de cara al pueblo, pero no veía nada más restrictivo para mi trabajo que un mugroso saco limitando mis movimientos. Todas esas eran las razones que yo había buscado en ese rato que llevaba esperando, pero nada de eso lograba callar la incesante voz de alarma que sonaba en mi cabeza, porque lo cierto era que las palabras de Van der Velden el día anterior cuando me presenté en su oficina al llegar al palacio no salían de mi memoria: «—Y pues… Como ya te dije: no esperamos que alguien realmente atente contra ella, confiamos en que Inteligencia encontrará a los detractores antes de que cumplan su amenaza, pero básicamente debes convertirte en su sombra hasta que eso ocurra.—Había dicho Elliot Van der Velden, jefe de seguridad del Palacio. —No se preocupe, señor; nadie tocará a la princesa mientras yo esté ahí para evitarlo —le aseguré con firmeza. —No lo dudo, tu expediente habla muy bien de ti y tus destrezas, sin embargo… —hizo una pausa y tensó los labios— Aquí también se habla de tu actitud. —¿Mi actitud? —Alcé una ceja, sin entender qué diablos quería decir con eso. —Sí, dice que a veces eres un tanto terco y no sigues las órdenes, también mencionan que eso siempre te ha salido bien, pero… Esto no es la escuela de oficiales, Dekkers. —Me miró con advertencia—. Y tampoco es el asustadizo Ministro Veenstra al que puedes manipular a tus anchas… Trabajarás con la realeza y es imperativo que comprendas desde ahora que jamás vas a estar por encima de ellos. —Por supuesto que no —respondí de inmediato, sintiéndome ofendido por su advertencia. —A menos que sea una situación crítica que requiera acción inmediata de tu parte… debes mantenerte callado a menos que alguien te lo ordene, y otra cosa muy importante es que... —Frunció el ceño antes de continuar—. Nunca debes intervenir entre ellos. —Discúlpeme, señor; no le entiendo… ¿Intervenir? —Ya lo irás entendiendo, Dekkers, solo no lo hagas». Durante toda la noche aquello había estado dándome vueltas en la cabeza, mi instinto me decía que significaba algo importante pero de lo que no me quiso hablar directamente, lo cual me puso en alerta. Salí de mis pensamientos y me incorporé de pronto cuando la puerta del gran comedor se abrió de par en par y dos jóvenes sirvientas uniformadas elegantemente entraron arrastrando dos carros de servicio para empezar a servir la mesa. Un segundo después entró Berg Peeters, el mayordomo del palacio, uno de los empleados de mayor antigüedad y confianza para la familia, según se me había informado. Peeters era un hombre calvo, bajito y regordete, parecía un sujeto bastante afable, pero no estaba en mi naturaleza confiarme de las personas. El hombre dio un par de directrices a las sirvientas y luego se dirigió a mí con una sonrisa. —¿Qué tal comienza su día, agente Dekkers? ¿Listo para iniciar esta aventura? —Excelente, Peeters; y sí, ya estoy a la espera de la Princesa. —Estará aquí en unos segundos —dijo y luego tuvo que darse la vuelta, porque casi como si la hubiera invocado, la puerta lateral se abrió y la mujer entró al salón. De haber tenido que hablar o moverme en aquel preciso momento… no lo hubiese logrado; mi cuerpo entró en una tensión casi inhumana cuando la miré... Cuando realmente me fijé en ella por primera vez. La había visto antes en televisión, muchas veces, sabía que era hermosa, era su mayor característica, pero jamás imaginé a qué grado. Genevieve de Moguer era una mujer alta y delgada, su piel parecía mármol… Blanco, suave y perfecto. Su largo cabello dorado caía como cascada, contoneándose sobre su espalda, y su rostro simétrico le hacía parecer más un ángel que un ser terrenal; no había estado preparado para eso, para que mi pulso se disparara en su presencia, y que mi cuerpo reaccionara de esa forma. Todos a mi alrededor se inclinaron, haciendo reverencia a medida que ella se acercaba, todos estaban tan concentrados en ella que creí que nadie me había visto, pero Peeters lo hizo, y solo gracias al pisotón que me dio fue que pude reaccionar y hacer lo mismo que los demás. Me incliné, desconcertado por la reacción que estaba teniendo mi cuerpo, y al regresar a mi rígida posición, fue cuando ella posó sus perfectos ojos azules sobre mí, y entonces el descontrol en mi interior alcanzó nuevos niveles. «No es un ángel, es una hechicera», me dije mientras la veía dar un par de pasos hacia mí, sabiendo, confirmando con cada segundo, que mi vida no sería igual después de ese día. —Buen día, majestad… Su desayuno ya está siendo servido, pero me gustaría presentarle al Agente Dekkers De Jong —gesticuló Peeters hacia mí—. Él será su nuevo Jefe de Escoltas… Por orden de su padre. —Se giró hacia mí—. Agente Dekkers, está frente a su alteza real, Genevieve de Moguer-Avesnes, Princesa de la casa Moguer, heredera al reino de los Países Bajos, su futura monarca. —Su alteza —dije con una reverencia, apenado por mi voz ronca, me sentía a los pies de una diosa. —El agente Dekkers es un oficial condecorado por el Ministerio de Defensa, con ningún otro hombre de la nación estará más segura, alteza... Se lo aseguro —continuó Peeters. —Entonces mi padre me ha mandado a un héroe —comentó la princesa, con una melodiosa voz de sirena, pero no por eso dejé de detectar el tono irónico en sus palabras. —No soy un héroe, su alteza. Pero la protegeré hasta mi último aliento y la regresaré de vuelta a casa, sana, así eso me cueste la vida; para mí es un honor servirle. Las palabras salieron de mi boca sorprendiéndome y avergonzándome al mismo tiempo. El día anterior estaba maldiciéndola en mi mente, y ahora me encontraba ahí, temblando frente a ella, completamente embelesado por su perfección. Pero la confusión interna que trajeron mis palabras duró poco, fue sustituida por el desconcierto cuando ella empezó a reírse en mi cara. —¿Servirme? —preguntó entre carcajadas— ¿Acaso no le dijeron que debe respetarme, agente Dekkers? —siseó dejando de reír de pronto, volviéndose su expresión más seria. —Su alteza… —quiso intervenir Peeters, pero ella lo detuvo con un movimiento de su mano. —Silencio, Berg. —Lo miró furiosa, antes de girarse hacia mí—. ¿Protegerme hasta su último aliento? ¿Regresarme sana a casa? Le aconsejo, señor Dekkers, que no haga promesas que no va a cumplir. —Dio otro paso hacia mí mientras hablaba, mirándome con odio… Podía ver la tensión en su delicada mandíbula mientras lo hacía. —¿Su majestad? —Me encontraba completamente fuera de lugar, sin saber qué había hecho mal ni cómo remediarlo. —Sé quién es, agente Dekkers. Pese a lo que piensen muchos, sí estoy al tanto de lo que ocurre en mi país, y de las acciones del Rey. Sé lo que ocurrió con el Ministro Veenstra, y sé de sus hazañas para salvarlo. “El león holandés” le apodan desde entonces, ¿me dice que no es un héroe?… Sé que no lo es; porque permítame decirle algo: yo sé que usted no es más que otra oveja en el rebaño de mi padre, no tardará mucho en demostrarlo, y espero que cuando eso ocurra, se deje de altanería y baje la mirada en mi presencia… como hace el resto de los suyos. —Su desayuno se enfría, alteza —comentó una joven sirvienta a su espalda. La princesa asintió en silencio y le hizo un gesto amable a la chica antes de darme la espalda y dirigirse a la mesa. Berg, me dedicó una mirada compasiva antes de seguirla, y por inercia miré hacia donde estaban Bakker y Kok, quienes compartían guardia conmigo, notando que ellos miraron hacia el suelo cuando ella pasó a su lado. Fruncí el ceño pero me mantuve callado e inmóvil mientras las alarmas en mi cabeza sonaban cada vez con más fuerza. Entre la advertencia de Elliot y el descargue de la princesa… Estaba claro que había mucho que no se me estaba diciendo, pero yo no tardaría en averigüar de qué se trataba.
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