Esa noche, dejé mi turno sin cruzar más que unas pocas palabras con Bakker y Kok.
Cuando el Rey salió de la habitación de la Princesa, apenas unos minutos después del altercado, se despidió como si los cinco hombres que estábamos ahí fuésemos sordos y no nos hubiésemos enterado de nada, nos dio las buenas noches y se marchó seguido por sus escoltas mientras los demás nos quedábamos en el pasillo completamente enmudecidos, y en mi caso, asombrado por lo cara dura que era el infeliz.
El descaro del hombre cuando me sonrió y se dio la vuelta aún me hacía rechinar los dientes de la furia; ni siquiera había intentado disimular la situación, pero en el fondo supe que si lo hubiese hecho... Me habría encabronado mucho más.
Era perfectamente consiente de que ante él no podía mostrar mi descontento, tenía que mantener mi boca cerrada, y eso hice; pero cuando estuve seguro que ya no nos escuchaban… Descargué todo sobre mis compañeros:
«—¿Hace cuánto ocurre esto? —les había cuestionado con voz contenida de la rabia, porque tampoco iba a perder mi tiempo preguntándoles si ya lo sabían, porque era bastante obvio que sí.
—Llevo un año asignado al palacio y… siempre ha sido así —había sido la respuesta apenada de Bakker, que era el único de los dos que parecía avergonzado por lo sucedido.
—¿Con qué frecuencia ocurre? —Arrugué la nariz, ya no encontraba cómo controlar mi rabia, ¿cómo era que no me habían dicho nada de aquello?
—Varía según los ánimos, pero todo empezó a caldearse más desde que el Rey se casó nuevamente, a la Princesa no le cae muy bien su nueva madrastra, y no parece que a la Reina le agrade mucho su nueva hija. —Kok se encogió de hombros y su gesto de no importarle una mi3rda me hizo querer romperle el cuello.
—¿Con-qué-frecuencia? —repetí mi pregunta con la mandíbula en tensión.
—Pues lo cierto es que desde mi llegada no ha habido una semana en la que no la golpeara... Al menos no que yo recuerde —respondió finalmente Bakker, que parecía ser el único que, aunque sea en parte, entendía la gravedad del asunto.
—De acuerdo… De ahora en adelante quiero que me reporten cada vez que ocurra una situación como esta, y más les vale que no se les pase ni una sola, ¿me han entendido?
—¿Por qué? Eso no cambiará nada.
—Porque yo lo digo, Kok... Es una orden simple —gruñí—. Si el Rey entra a la habitación de la Princesa y yo no me encuentro presente… Quiero que me lo notifiquen de inmediato, ¿me han entendido?
—Entendido, señor —respondió Bakker poniéndose firme, Kok en cambio solo arqueó las cejas con ironía y asíntió un rato despues, dando por concluido todo».
Cuando llegué a la habitación que destinaban para que los escoltas descansáramos entre turnos, me quité el saco con violencia y lo lancé sobre el sofá, me desanudé la corbata y me senté a la orilla de la cama, apoyé los codos sobre mis rodillas y simplemente miré hacia la nada, sin poder recordar cuándo había sido la última vez que me sentí tan frustrado.
«"…no ha habido una semana en la cual no la golpeara”», recordé con pesar las palabras de Bakker, y sin poder evitarlo empecé a sacar las cuentas.
Solo por lo que había dicho mi compañero podía asumir que aquel hijo de p*ta que teníamos por Rey, había golpeado a su hija cincuenta y dos veces en el último año, asumiendo, claro… que lo hiciera solo una vez a la semana, y algo me decía que no era el caso.
Me pasé ambas manos por el rostro, casi no podía dominar la furia que crecía dentro de mí. Genevieve no representaba nada para mí más que un nombre, tan solo unas horas antes del incidente incluso tenía cierto repudio por ella, pero a razón de esta nueva realidad expuesta ante mí, las cosas empezaban a cambiar y me ponían a mí en una encrucijada, porque mi deber… La tarea que se me había asignado, era protegerla, pero nadie me había notificado, y yo jamás lo hubiese podido adivinar, que el Rey sería la principal fuente de peligro para ella. ¿Cómo podía yo protegerla del maltrato de su padre, si él era, como lo era para todos, mi jefe absoluto?
Mi mente me trajo un par de recuerdos difusos sobre algunos de los discursos sobre monarcas que había leído de pequeño en los libros de aventuras, los héroes siempre hablaban sobre serle fiel al pueblo y no a una corona, y me encontré deseando que en la vida real fuese así de sencillo, porque mis principios estaban claros, pero no era tonto… Yo era un peón, y los peones deben seguir a su Rey, no se les permite otra cosa.
—¿Qué diablos voy a hacer ahora? —me pregunté dejándome caer sobre mi espalda.
Me acomodé la almohada y cerré los ojos, tratar de dormir hubiese sido inútil… No lograba sacarme los sollozos de la Princesa de mi cabeza, pues luego de que su padre se marchara, ella había quedado llorando en su habitación, y yo me quedé ahí junto a su puerta, hirviendo en furia… como justo castigo por no hacer nada, pero ahora entendía que jamás lograría olvidar esa noche.
***
A primera hora por la mañana, ya vestido y un poco más sereno, regresé a su habitación, sintiendo un nudo en el estómago, como un niñato que ha hecho algo mal y espera con temor el momento en que su padre cruce la puerta.
—¿Ocurre algo, Dekkers? Aún le quedan quince minutos —me indicó Kok al verme llegar.
—No, siempre me ha gustado estar un poco antes… A veces los malos toman nuestros tiempos. —Pasé a su lado y me coloqué frente a la puerta, mientras Bakker se hacía a un costado— ¿Ya despertó?
—Probablemente. —Me giré ante la respuesta de Kok; este se removió incómodo en su sitio.
—Normalmente… Luego de algún incidente… Desayuna en su habitación —apretó los labios—, es lo usual, la sirvienta debe estar por venir.
Resoplé, sintiendo cómo la ira que había logrado aplacar durante la madrugada, volvía a encenderse dentro de mí. Referirse a “lo usual” en este caso, me parecía casi una ofensa, pero me pedí calma a mí mismo antes de volver a hablar.
—Tendré que ir conociendo la rutina —respondí con sarcasmo.
—Buen día, caballeros. —Nos giramos al oír la voz de la sirvienta, que llegaba empujando el carro del desayuno.
Los tres nos apartamos mientras ella giraba el picaporte y abría la puerta. Bakker y Kok se encontraba de espalda a la pared de la habitación, pero yo estaba frente a la puerta mientras la chica cruzaba la puerta y solo gracias a eso pude ver cómo la Princesa se acercaba y ella se apresuraba a tocarle la mejilla con delicadeza.
Un bramido sorpresivo y por completo involuntario escapó de mi garganta al ver la hinchazón del lado derecho de su rostro. Ambas mujeres se giraron hacia mí y la sirvienta, alarmada, se apresuró a la puerta.
—Espera, Chlöe —dijo la mujer a su espalda, haciendo que la chica se detuviera en el acto y me dedicara una mirada llena de dolor antes de apartarse.
Me quedé de piedra al ver que la Princesa se acercaba lentamente hasta detenerse bajo el marco de la puerta. Llevaba una bata de seda blanca atada a la cintura, y su cabello iba recogido en una trenza descuidada sobre uno de sus hombros. No llevaba ni una gota de maquillaje y así me pareció incluso más perfecta que antes de no ser por la p#ta hinchazón; pero aunque trataba de mirarla a los ojos no podía ignorar su mejilla enrojecida.
—Buen día, agente Dekkers —habló con barbilla altiva.
—Buen día, su alteza. —Me incliné, mi garganta tensa me impedía decir mucho más.
—Le voy a hacer una simple pregunta, y quiero que me brinde una respuesta igual de simple… —Me tensé de inmediato al oírla, pero asentí y esperé el golpe... podía intuirlo— ¿Dónde estaba anoche mientras mi padre me golpeaba?
—Aquí afuera, su alteza —tuve que admitir avergonzado, y ella rió con amargura al oírme.
—Ya le dije que no tardaría en demostrarme que de héroe no tiene nada, y yo nunca me equivoco con los de su clase. Ahora… Que le quede claro… A partir de hoy tiene prohibido mirarme a la cara, ¿ha quedado eso claro?
Sentí un nudo en la garganta, jamás había estado tan avergonzado de mi labor; me incliné porque, después de todo… ¿Qué más podía hacer? ¿Cómo podía culparla por odiarme? Si ella dependía de hombres como nosotros, y ninguno estaba dispuesto a correr el riesgo de protegerla.
—Como ordene, su majestad —dije, tragándome las disculpas que se acumulaban en mi garganta, me lo merecía, lo sabía, y aunque no me gustaba... debía aceptarlo.