CAPÍTULO 3: ENCUENTRO INESPERADO
Eliza.
—¿Qué deparará ahora, Eliza? —pregunta Lenna, y yo me encojo de hombros, incapaz de prever el destino que aguarda.
—Eso desearía saber yo —respondo en un suspiro, balanceando mis pies mientras nos sentamos sobre una gran roca a la orilla del río. Observamos el agua fluir, buscando aliviar nuestros pensamientos amargos.
Tres días han transcurrido desde que el príncipe Oliver partió, y aún resulta arduo aceptar su ausencia. El reino se sume en una melancolía desoladora. Algunos abandonan sus quehaceres para refugiarse en la seguridad de sus hogares, evitando así enfrentar la realidad.
Yo, por otro lado, debo proseguir con la tarea de obtener dinero para sostener a mi madre y a mí. Desde que la expulsaron del palacio tras más de treinta años de servicio como criada real, la despedida fue implacable; nos arrojaron a la calle como si fuéramos dos ratas, forzándonos a forjar una nueva existencia en los rincones más humildes del reino.
Desde aquel momento, la salud de mamá ha decaído, y he asumido la responsabilidad de ambas.
—Debo dirigirme a comercializar el queso —comento a Lenna, descendiendo con gracia de la roca y sacudiendo mi vestido. Ella se une a mí, entrelazando su brazo con el mío.
—Te acompaño.
Durante cinco años, me he dedicado al mercado local como comerciante de productos provenientes de las fincas circundantes al reino. Frecuentemente, acudo a los ganaderos para adquirir y revender sus productos. En otras ocasiones, soy yo misma quien participa en la recolección y elaboración de productos lácteos, ordeñando las vacas y preparando exquisitos quesos. De esta manera, contribuyo con un modesto porcentaje de ganancia a los dueños de los ganados.
Pero, de una u otra forma debo llevar dinero y comida a casa.
—¿Has pensado en él? —pregunta Lenna y aunque sé a quien se refiere, prefiero hacerme la desentendida y continuar con el camino —. Eliza…
—¿Si?
—Deja de ignorar mis palabras, te he preguntado algo.
—Y yo he decidido ignorarte fervientemente.
—Con esa respuesta me haces saber que él si que se ha pasado por tu mente —dice, risueña y divertida, ruedo los ojos —. Ahora qué él heredara el trono, ¿qué sucederá?
Pensar en el hecho de que Sebastian Matthias se convertirá en el futuro Rey del reino me da escalofríos.
Hace muchos años dejó a un lado su interés por el reino, llevaba más de 10 años sin dejar ver sus narices por estos lares y, de no haber sido por la muerte de su hermano, seguramente estos años sin su presencia seguiría en aumento.
—Yo ya no sé nada en este momento, amiga —digo suspirando, no me queda más que hacerlo. Todo ha perdido su rumbo desde que el príncipe Oliver murió.
—¿Crees que será un buen Rey?
Inevitablemente dejo escapar unas cuantas carcajadas de lo más profundo de mi garganta, Lenna se detiene mirándome con los brazos en su cintura.
—¿Qué es eso tan gracioso que he dicho? —pregunta indignada.
—Él no esta hecho para ser Rey —es mi respuesta —, es alguien que no se compromete realmente, que abandona, que miente, engaña. Es una persona que te aplasta el corazón y tira los pedazos a un bote de basura. Sebastian no está listo para ser Rey.
—Que haya roto tu corazón no significa que no pueda ser Rey.
Una sensación inexplicable aprieta mi pecho, giro un poco quedando frente a frente para mirar a Lenna quien me observa con sus ojos claros atenta, esperando que me atreva a refutar la verdad que hay en sus palabras.
—No es así, Lenna. No es porque haya roto mi corazón; es por el hecho de haber hecho una promesa, que haya mantenido viva en mi una esperanza inaudita y que luego, de un día para otro, haya decidido dejar todo a un lado. Eso solo lo hace ver como un hombre que si no pudo siquiera cumplirle una promesa a una mujer, ¿qué esperará todo el reino?
Lenna deja caer sus hombros en un gesto melancólico.
—Yo creo que solo tuvo miedo.
—¿De qué habría de tener miedo? ¿Qué le causaba algún temor?
—Tal vez…
—Lenna, yo no puedo vivir de los tal vez, han pasado 5 años desde la última vez que me envió una carta. ¡5 años!, eso es demasiado tiempo y pasaron 10 años desde la última vez que lo ví. Ni siquiera pudo venir a darme la cara y terminar conmigo mirándome a los ojos, tuvo que hacerlo por medio de un pedazo de papel porque no fue capaz de afrontarlo. Si ni siquiera fue capaz de darme la cara a mí; ¿entonces cómo afrontará todo los mandatos que tendrá que hacer como Rey?
Espero que mis palabras hayan quedado muy claras y cuando veo que tiene la intención de seguir refutando, la detengo.
—No es cuestión de haberme roto el corazón, es cuestión de que un cobarde no merece ser llamado Rey ni portar la corona que por derecho era únicamente del príncipe Oliver.
(…)
Ha sido un día bastante agotador, he vendido casi toda mi producción de quesos y me siento muy feliz de poder tener un poco más de dinero para llevar a casa.
—¿Necesitas ayuda con algo más? —pregunta Lenna, cuya conciencia la ha llevado a quedarse ayudándome con la venta después de lo que me dijo en la mañana.
—No, creo que por hoy eso ha sido todo. Ve a descansar. Si llega alguien más, yo me encargo.
Ella asiente y justo antes de que se retire, llega un grupo de damas de nuestra edad.
—A sus órdenes…
—Ann —mi boca queda abierta en dirección a las mujeres, quienes abren mucho los ojos al darse cuenta de la persona que hay tras de mí, y de inmediato hacen una reverencia.
—Su Alteza —dicen al unísono.
Giro lentamente mi cuerpo hasta quedar frente a frente con Sebastian, quien me observa con un particular brillo en los ojos y se inclina ante mí. Yo me quedo rígida en mi lugar, sin mostrarle respeto haciendo una reverencia, permanezco de pie, derecha y con los hombros tensos.
—No puedo creer que seas tú. Es bueno volver a verte —suelto un pequeño bufido, dejando entrever mi desdén.
—Discrepamos en eso, entonces. Porque para mí no es grato volver a verte, Sebastian.
Las mujeres notan una tensión bastante palpable entre ambos, y es Lenna quien las despacha con rapidez. A la vez, ella también se retira, dejándome a solas con el hombre que hoy, citando sus palabras, me rompió el corazón.
—Creí que nunca volvería a verte.
—Y eso habría sido muy conveniente para ti, ¿no? —comienzo a guardar todo en el toldillo del mercado. La noche se avecina y pronto no tendré luz para seguir comercializando mis quesos. A esta hora es mejor ir a casa y volver mañana a plena luz del día.
—¿Por qué estás tan molesta conmigo?
Me detengo en seco, dejando en pausa lo que me encontraba haciendo. ¿Se atrevió a preguntarlo?
—No mereces esa corona.
—¡Y yo no quiero la corona! —exclama, su voz resonando sincera, desgarrada, como si toda esta situación le afectara realmente. Suelto un suspiro, dándome cuenta de que no le he dado mi pésame.
—Lamento mucho la muerte de tu hermano. Era un gran hombre.
Lo observo de reojo, noto la manera en la que su manzana de Adán se mueve, sus ojos reflejan dolor.
—Gracias… Sigo sin creer todo lo que ha pasado. Él debería estar aquí.
—Debería —confirmo sus palabras—. El príncipe Oliver tenía un don natural. Era idóneo para reinar, a él sí le preocupaba el pueblo.
—¿Crees que a mí no? —pregunta, frunciendo el ceño y observándome un tanto sorprendido.
—Creo que jamás serás digno de esa corona, que a ti nunca te importará nadie más que tú. Ahora lamento tanto la muerte de Oliver; saber que tú eres el segundo en la línea de herederos es una desgracia para el reino.
—Ann.
—¡Hasta un mendigo podría reinar mejor que tú!
—¡Detente ya! —exclama, una vena brotando en su frente ante lo molesto que está. No me intimida, me enfrento a él como a cualquier otro. No me importa que tenga un cargo de la realeza ni que en poco tiempo sea coronado como Rey, para mí sigue siendo el mismo rompecorazones de hace cinco años—. ¿Qué está sucediendo contigo? ¿Por qué ese desagrado de un momento hacia otro hacia mi persona?
Me río en su rostro, dejándolo más desconcertado.
—No es de un momento para otro, es desde hace cinco años.
—Ah, qué bueno que lo mencionas —dice, la poca luz del sol comienza a escasear, tornando el cielo de colores naranjas y violetas mientras el sol se retira lentamente, dejando que la penumbra tome su lugar. La ciudad comienza a iluminarse con destellos de farolas y luces parpadeantes que no logran iluminar tanto como me gustaría para poder ver su rostro con claridad—. Osas de tratarme indigno a la corona a mí, cuando tú eres la primera en no aceptar el destino tal cual le ha tocado.
Llevo una mano a mi pecho, conmocionada por sus palabras.
¿El destino que me ha tocado? ¿El destino de estar lejos de él después de dejarme convencer a punta de promesas vacías?
—¡Te esperé durante años! —exclamo con fuerza, dejando que note el dolor que ha causado con sus palabras. —¿Qué más esperabas que hiciera? ¿Qué te esperara toda una eternidad?
—¡Sí! ¡Si era necesario, podrías haberlo hecho! ¡Pero en lugar de eso tú…
—¡Eres un egoísta, Sebastian! —lo interrumpí, empujando su pecho con fuerza —. Un maldito cobarde que no es capaz de dar la cara y decir que ya no me ama.
Sus manos toman mis brazos con fuerza, sus ojos muy abiertos, mirándome con sorpresa.
—¿Qué? He pasado años devastado por ya no ser digno de tu amor, Ann.
—Sí, por supuesto que los has hecho —respondo con sarcasmo —. Hacerme promesas y luego desaparecer es de cobardes.
—¿Cobarde yo? —pregunta, acercándome más a su cuerpo —. Un cobarde no podría hacer esto.
Abro los ojos temiendo por lo que hará, pero no lo puedo evitar y sus labios terminan contra los míos en un beso que sabe a desesperación y anhelo.