LA MUERTE DEL PRÍNCIPE
CAPÍTULO 1: LA MUERTE DEL PRÍNCIPE.
Eliza Anne.
—¡El príncipe está muerto! —El grito estridente irrumpe en el ambiente, sacudiendo mi atención y acelerando el latir de mi corazón, resonando en mis oídos con un eco lamentable que retumba en mi interior.
Me levanto de inmediato ante el bullicio de la gente que exclama la noticia de la muerte del príncipe.
A mi alrededor, las personas comienzan a murmurar entre sí, intercambiando miradas cargadas de preocupación. Sin dudarlo, salgo corriendo, levantando el dobladillo de mi vestido para tener mayor libertad de movimiento y evitar tropezones. Necesito llegar al palacio lo antes posible y verificar con mis propios ojos que lo que dicen no es real. Él no puede estar muerto.
Acelero mis pasos, consciente de que no estoy cerca del palacio. No me detengo a observar ni a hablar con nadie en el camino. Mi única meta es comprobar por mí misma que el príncipe Oliver sigue con vida.
La idea de su posible muerte nubla mis ojos y mi mente.
No conozco hombre más admirable que él, un joven de 28 años que pronto heredará la corona de su padre, el Rey William. A pesar de su corta edad, posee pensamientos y cualidades que lo perfilan como el mejor monarca que este reino haya tenido.
«¡Él no puede morir!» resuena en mis pensamientos mientras hago oídos sordos a todo lo que se menciona en el trayecto hacia el palacio. La muerte del príncipe sería un golpe devastador para quienes anhelamos un cambio, ya que con él en el trono podríamos finalmente aspirar a una vida digna.
—¡Eliza! ¡Eliza! —la voz de mi mejor amiga, Lenna, me hace detenerme en seco, sacudiendo mis pensamientos.
Busco su origen y la descubro encaramada en las ramas de un sauce que da hacia el interior del palacio. Corro hacia ella, notando las lágrimas que bañan sus mejillas.
—Dime que es mentira, Lenna. Dime que los rumores que he escuchado no son ciertos.
Las lágrimas que brotan de sus ojos me aprietan el corazón.
—No...
Ella baja de las ramas del sauce de un salto, sus manos tocando la tierra antes de levantarse y correr hacia mí entre sollozos.
—¡Lo mataron, Eliza! —exclama, mirando a nuestro alrededor—. ¡Mataron al príncipe Oliver!
Niego con la cabeza, rechazando rotundamente la absurda idea de su muerte. Tiene que ser un error, una cruel broma.
—Debe haber un error, no puede estar muerto —insisto, incapaz de aceptar la realidad.
Lenna me observa con los ojos desmesuradamente abiertos, empapados de lágrimas, sus labios se curvan en una amarga mueca.
—Dicen que ha sido envenenado, aún nada está claro, pero murió, Eliza. Él está muerto —susurra, mientras el eco de sus palabras se desvanece en el aire enrarecido.
Por mi mente pasan todas las veces que compartí con el príncipe Oliver... Él era mi amigo.
Mis sollozos son intensos cuando mi cuerpo se dobla, dejando escapar el grito lastimero que sale de mí. ¿Por qué? ¿Por qué, Oliver?
Lenna me abraza con fuerza mientras yo solo puedo pensar, «¿Por qué alguien tan bueno?»
La noticia se propaga como un reguero de pólvora por todo el reino. Ahora, no hay ni una sola persona que no sepa que el príncipe Oliver Arthur Delacroix Ashbourne ha fallecido. La tragedia envuelve el aire, dejando una sombra de luto sobre nosotros.
[…]
El día siguiente a la muerte del príncipe Oliver se presenta sombrío, con un cielo cubierto de nubes negras que parecen reflejar el pesar que ha invadido nuestro mundo. Anoche, apenas pude cerrar los ojos, atormentada por el pensamiento de quién pudo haberle infligido tal daño.
Aún no se ha esclarecido oficialmente la causa de su fallecimiento, pero los rumores se propagan con rapidez, revelando poco a poco lo que realmente sucedió.
En las calles del reino, se percibe un aire denso y melancólico. Todos nos hemos congregado en el jardín del palacio real para expresar nuestras condolencias a la familia real. El Rey William y la Reina Eleonor nos reciben en su palacio, aunque algunos son más bienvenidos que otros.
Ellos permanecen junto al ataúd que alberga el cuerpo del príncipe, su hijo. No puedo contener las lágrimas al observar el féretro de madera que guarda a aquel ser lleno de luz.
El lugar está adornado con rosas blancas que rodean la mesa donde reposa el ataúd, creando un hermoso altar a la altura de su grandeza. Un atril espera al sacerdote del reino, un anciano de cabellera blanca y lentes de pasta negra, quien se prepara para dirigirse a la congregación.
Es un espacio abierto que permite a todos participar en este momento de duelo. La imagen del príncipe en el altar, junto con una corona de flores, me conmueve profundamente, y no puedo soportar mirarlo por mucho tiempo.
Cubro mis labios con ambas manos para contener los sollozos. En un instante, la reina abandona su semblante gélido y se derrumba en los brazos de su esposo entre lágrimas. El Rey la sostiene con amor, susurrándole palabras de consuelo, mientras ella se aferra con fuerza a su traje de gala. Ambos visten de n***o, salvo por sus coronas doradas.
Lenna, a mi lado, también llora.
El príncipe Oliver fue amado por todo el reino, y estamos aquí para despedirlo como se merece, como el Rey que estaba destinado a ser, aunque alguien se interpuso en su camino. La reina Eleonor grita el nombre de su hijo difunto, aferrándose al ataúd, revelando el dolor que su pérdida ha causado. No solo afecta a su familia, nos afecta a todos.
Bajo la mirada con un nudo en la garganta. La reina y yo nunca fuimos cercanas, y sé que no soy de su agrado. Debo admitir que el sentimiento es mutuo; sin embargo, en este momento, no puedo evitar sentir compasión al verla desmoronarse por la pérdida de su primogénito.
El Rey William no ha derramado una sola lágrima desde que se mostró ante el pueblo, pero sus ojos han perdido su brillo característico. Hay círculos oscuros alrededor de ellos, y aprieta los labios con fuerza cada vez que mira el ataúd de su hijo.
—Queridos fieles y amigos. —Comienza el sacerdote—. Hoy nos reunimos con el corazón y el alma sumidos en el duelo para despedir a un ser excepcional, el príncipe Oliver Arthur Delacroix Ashbourne. El príncipe Oliver no solo gobernó con sabiduría y nobleza, sino que trascendió las fronteras del palacio para tocar los corazones de todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo.
Sus palabras desatan un torrente de lágrimas entre la congregación. Mis hombros tiemblan al recordar la grandeza de Oliver, un hombre verdaderamente digno de la corona, cuyo amor y generosidad eran incomparables.
—El príncipe Oliver no solo gobernó con corona, sino con el corazón, demostrándonos que algún día se convertiría en un gran Rey. Su partida deja un vacío profundo en nuestros corazones. Que su espíritu amoroso nos inspire a seguir sus pasos, a construir puentes en lugar de muros y a cultivar la compasión que él demostró con cada acto. Que, en este momento de
despedida, encontremos consuelo en la certeza de que el príncipe Oliver, un hombre amado por todos, descansa en paz, y su legado perdurará en nuestras vidas. Que la gracia y la paz lo acompañen en su viaje hacia la eternidad. Amén.
—Amén —responde la multitud al unísono, muchos con el corazón roto por la pérdida de un líder, un amigo, un mentor.
Mientras el sacerdote desciende del altar, el constante repiqueteo de cascos de caballo se hace audible en el lugar. Todos giramos nuestras cabezas para mirar hacia el carruaje real que se acerca cada vez más, deteniéndose frente a todos nosotros.
Siento que olvido cómo respirar cuando el vello de mi cuerpo se eriza al intuir quién descenderá del carruaje.
—Ahora que su hermano ha fallecido, el príncipe Sebastian regresa para heredar el trono —resuena una voz a mis espaldas, impregnada de ironía y fastidio.
Mis ojos no se despegan del carruaje, observando cómo uno de los lacayos abre la puerta y de este desciende el príncipe Sebastian, segundo hijo del Rey y la Reina, y hermano menor del difunto Oliver.
Los murmullos estallan de inmediato, mientras algunos especulan sobre el regreso del príncipe y las posibles razones detrás de su vuelta. Yo, simplemente, lo contemplo.
Ha crecido mucho desde la última vez que lo vi. Claro, apenas tenía 15 años cuando partió; ahora, con 25 años, se presenta como un hombre de estatura imponente, con hombros más anchos y una mandíbula más marcada. Su mirada, ahora nublada, se dirige hacia el frente, donde encuentra la imagen de sus padres al lado de un ataúd. Mira a su alrededor y rápidamente me mezclo entre la multitud para pasar desapercibida.
El príncipe avanza con paso firme hacia el altar. Al igual que sus padres, viste tonos oscuros, pero él no lleva corona alguna. Sus hombros tensos, sus pasos largos, su mirada nublada me recuerdan al mismo chico que hace 10 años se despidió de mí tras el árbol de cerezos cerca del palacio; también me recuerda al mismo chico del que no supe nada en los últimos 5 años cuando dejaron de llegar sus cartas.
Respiro profundamente al ver cómo el príncipe recién llegado abraza a sus padres con fuerza.
Sus hombros se sacuden ante el llanto, y todos observamos la escena con pena. Una familia real mostrándose tan rota como realmente están, con un m*****o menos en su seno y un enorme vacío en sus corazones.
Con pasos inseguros se acerca al ataúd para ver a su hermano, pasa el dorso de su mano por sus ojos apartando las lágrimas.
Sebastian Matthias Delacroix Ashbourne, príncipe y el primer amor de mi vida.
Verlo remueve sentimientos que creí ocultos, enterrados y acabados. Ahora es todo un hombre, diferente al pequeño con el que jugaba en los jardines del palacio. Nunca esperé volverlo a ver, pero aquí está, tan destrozado como nunca lo vi.
Cuando se fue, lo hizo prometiendo que algún día regresaría por mí; lo esperé durante años.
Leía sus cartas una y otra vez anhelando su vuelta, respondiéndole en mis cartas que deseaba su regreso con desesperación y recordándole lo mucho que lo amaba. Pero cuando en su última carta mencionó que no volvería y que era mejor que no lo esperara más, decidí sacarlo por completo de mi corazón y desde ese día jamás volví a pensar en él.
No iba a rogarle por medio de letras en un pedazo de papel, no iba a seguir enviando notas de amor a quien ya había decidido sacarme de su vida.
Me dolió muchísimo, me partió el corazón saber que me estaba olvidando, pero por más amor que sintiera por él, no iba a mendigar un poco de su amor hacia mí.
Esa última carta fue la última que recibí realmente, y él jamás recibió una de mi parte. Si había cortado de raíz por medio de una hoja, yo corté todo sacándolo de mi corazón a la fuerza.
Tenerlo aquí ha debilitado un poco los muros que creé alrededor de mi corazón, pero él ya no es el mismo que se fue. Ahora, Sebastian es el único heredero al trono, pronto será coronado Rey, y yo seguiré siendo la misma campesina que él dejó.