Capítulo 6: Primeras lecciones.
Sebastian
El viento susurra entre los árboles del palacio, llevando consigo recuerdos que se niegan a desvanecerse. Cada paso que doy por los jardines me acerca más a la sombra de mi hermano, cuya presencia aún se siente en cada rincón. Susurros de su grandeza y sabiduría me persiguen, desafiándome a demostrar que soy digno de la corona que él dejó vacante. Pero, ¿cómo puedo gobernar un reino que nunca fue mío por elección, sino por tragedia?
Hace apenas unos días, besé a Eliza. Sus labios, aunque breves sobre los míos, despertaron un torrente de emociones que creí enterradas. ¿Cómo pudo algo tan efímero causar tal conmoción en mi corazón? No puedo dejar de pensar en ella, y sin embargo, tengo que mantener las apariencias y enfocarme en el bien del reino.
—Su Alteza —la voz de Alexander, mi confidente y amigo, interrumpe mis pensamientos.
Me vuelvo hacia él, notando la seriedad en sus ojos. Su lealtad es incuestionable, pero hoy veo una sombra de preocupación en su rostro.
—Alexander, ¿qué noticias traes?
—He hablado con la servidumbre. El despido de la madre de Eliza fue abrupto y sin razón aparente. Parece que alguien en el palacio quería deshacerse de ellas.
Mis manos se cierran en puños. La injusticia arde en mis venas. ¿Cómo pudo alguien hacer esto? ¿Y por qué?
—Necesito saber quién está detrás de esto —digo, mi voz firme—. No descansaré hasta que lo descubra.
Alexander asiente, su lealtad renovada en mi determinación.
—Haré lo necesario, Su Alteza. Además, he arreglado para que Eliza comience sus lecciones contigo mañana. Todo está dispuesto.
Un nudo se forma en mi estómago. Ver a Eliza todos los días será tanto una bendición como una maldición. Necesito que esté cerca, pero también temo lo que su proximidad despertará en mí.
—Gracias, Alexander. Eres un verdadero amigo.
Él asiente y se retira, dejándome con mis pensamientos. Camino hacia el palacio, cada paso resonando con la carga de la responsabilidad que pesa sobre mis hombros.
La mañana siguiente llega demasiado rápido. Estoy en mi despacho, revisando documentos y planes para reforzar las defensas del reino. La puerta se abre suavemente y Eliza entra, su presencia llenando el espacio con una energía que no puedo ignorar.
—Buenos días, Su Alteza —dice, su voz tan dulce como recordaba, aunque con una frialdad que me duele.
—Buenos días, Eliza. Por favor, siéntate.
Ella obedece, manteniendo la distancia. Noto la tensión en sus movimientos, el intento por ocultar el resentimiento que aún arde en su interior. No puedo culparla; yo soy en parte responsable de su sufrimiento.
—Comencemos —digo, tratando de mantener la profesionalidad—. Necesito mejorar mi español, y sé que eres la mejor para enseñarme.
Eliza asiente, sacando un cuaderno y un lápiz. Sus manos tiemblan ligeramente, pero su voz es firme cuando comienza la lección.
Los días se suceden en una rutina tensa. Cada lección es una batalla entre nuestros corazones y nuestras mentes. Eliza me enseña con una precisión y dedicación que admiro, pero cada vez que nuestros ojos se encuentran, el dolor y la añoranza son palpables.
Un día, después de una lección especialmente ardua, decido romper el hielo.
—Eliza —digo, deteniéndola cuando está a punto de irse—. Necesito hablar contigo.
Ella se detiene, su cuerpo tenso.
—¿De qué se trata, Su Alteza?
—Por favor, llámame Sebastian. Al menos cuando estemos solos.
Ella asiente, aunque su mirada sigue siendo cautelosa.
—Sebastian, ¿qué quieres decirme?
—Quiero disculparme —respondo, mi voz sincera—. Por todo. Por lo que pasó entre nosotros, por lo que has tenido que sufrir. No fue justo.
Eliza me mira, sorprendida por mi franqueza.
—Han pasado muchos años, Sebastian. Las heridas no sanan fácilmente.
—Lo sé —digo, dando un paso hacia ella—. Pero quiero intentar. Quiero entender qué pasó y cómo podemos seguir adelante.
Ella suspira, la barrera en sus ojos desmoronándose un poco.
—Sebastian, hay tanto que no sabes. Cosas que no puedo simplemente olvidar. Pero si realmente quieres intentar… entonces debemos ser honestos.
Asiento, la determinación en mi corazón más fuerte que nunca.
Con el paso de las semanas, Eliza y yo comenzamos a hablar más allá de las lecciones. Compartimos nuestras vidas, nuestros miedos y nuestras esperanzas. Descubro que su vida ha sido una lucha constante desde que dejó el palacio, y mi corazón se rompe al pensar en el sufrimiento que ha soportado.
***
La luz de las velas parpadeaba suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de mi despacho. Era una noche tranquila, y el silencio del palacio solo era interrumpido por el lejano murmullo del viento que soplaba a través de los árboles en el jardín. Esperaba a Eliza con una mezcla de nerviosismo y anticipación. Desde que comenzó a enseñarme español, nuestras lecciones se habían convertido en el punto culminante de mi día, aunque cada encuentro estaba cargado de una tensión palpable.
La puerta se abrió con un leve crujido y Eliza entró, llevando consigo un cuaderno y algunos libros. La tenue luz de las velas hacía que su cabello brillara como oro y sus ojos parecieran aún más profundos y expresivos. Me levanté para recibirla, intentando mantener la compostura.
—Buenas noches, Eliza —saludé, tratando de ocultar la emoción en mi voz.
—Buenas noches, Sebastian —respondió ella con una sonrisa leve, aunque sus ojos reflejaban una reserva que me dolía—. ¿Listo para nuestra lección de hoy?
Asentí, invitándola a sentarse en la mesa donde ya había dispuesto papel, plumas y tinta. Ella se acomodó con gracia, abriendo su cuaderno y preparándose para comenzar.
—Hoy vamos a trabajar en la conjugación de verbos irregulares en español —dijo, su voz suave y profesional—. Sé que puede ser complicado, pero con práctica lo dominarás.
—Confío en ti, Eliza —respondí, sinceramente agradecido por su paciencia y dedicación.
Ella comenzó a escribir en el cuaderno, explicando cada paso con claridad.
—El verbo 'tener', por ejemplo, se conjuga de la siguiente manera en presente: yo tengo, tú tienes, él/ella tiene, nosotros tenemos, vosotros tenéis, ellos/ellas tienen. ¿Puedes repetirlo?
Tomé una respiración profunda y repetí las conjugaciones, intentando no cometer errores.
—Yo tengo, tú tienes, él tiene, nosotros tenemos, vosotros tenéis, ellos tienen.
—Muy bien —dijo Eliza, asintiendo con aprobación—. Ahora intentemos con el verbo 'venir'. Yo vengo, tú vienes, él/ella viene, nosotros venimos, vosotros venís, ellos/ellas vienen. Tu turno.
La miré a los ojos, encontrando en su mirada un apoyo silencioso que me alentaba.
—Yo vengo, tú vienes, él viene, nosotros venimos, vosotros venís, ellos vienen.
—Perfecto, Sebastian —dijo ella con una sonrisa más amplia esta vez—. Estás mejorando mucho.
Sentí una calidez en mi pecho ante su elogio. A pesar de la distancia que ella mantenía, esos pequeños momentos de aprobación significaban mucho para mí.
—Gracias, Eliza. Todo es gracias a tu enseñanza.
Ella apartó la mirada por un momento, como si mis palabras la afectaran más de lo que quería admitir.
—Es un placer, Sebastian. Ahora, vamos a intentar formar algunas oraciones. Por ejemplo, 'Yo tengo un libro'. ¿Puedes traducir eso?
Pensé por un momento y luego respondí.
—Exacto. Ahora, intenta con 'Tú vienes a la lección'.
Eliza asintió, satisfecha.
—Muy bien. Veo que entiendes la estructura básica. Ahora, vamos a complicarlo un poco. ¿Cómo dirías 'Nosotros tenemos que estudiar español'?
Fruncí el ceño, concentrándome en las palabras.
—Exacto —dijo ella, sus ojos brillando con aprobación—. Estás progresando muy rápido.
Continuamos así durante un rato, con Eliza guiándome a través de diferentes conjugaciones y construcciones gramaticales. A pesar de la complejidad del idioma, su paciencia y su manera de explicar lo hacían todo más sencillo.
Después de un rato, me di cuenta de que estábamos solos en el despacho, rodeados únicamente por la luz de las velas y el suave sonido de nuestras voces. Sentí una conexión más profunda, un entendimiento tácito que iba más allá de las palabras que estábamos practicando.
—Eliza —dije, mi voz bajando un poco—. Hay algo que quiero preguntarte.
Ella levantó la mirada, sus ojos encontrando los míos.
—Dime, Sebastian.
—¿Por qué aceptaste enseñarme? Sé que no era algo que querías hacer, y sin embargo, aquí estás, noche tras noche.
Ella suspiró, bajando la mirada a sus manos.
—Lo hice por mi madre. Necesitamos el dinero para sus medicinas. Pero también... —se detuvo, como si dudara en continuar.
—¿También? —insistí, mi corazón latiendo con fuerza.
—También porque quería ayudarte —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. A pesar de todo, quiero que seas un buen rey. Este reino necesita un líder fuerte y justo, y sé que puedes serlo.
Sus palabras me conmovieron profundamente. Tomé su mano, sintiendo su calidez contra la mía.
—Gracias, Eliza. Significa mucho para mí que pienses así.
Ella retiró su mano suavemente, pero no con brusquedad, y continuamos con la lección. Sin embargo, algo había cambiado entre nosotros. La barrera que nos separaba se había debilitado, dejando entrever una conexión que ambos sentíamos pero no queríamos admitir completamente.
***
Las lecciones continúan, pero ahora son más que simples clases de español. Son momentos de redescubrimiento y sanación. Sin embargo, la sombra de la inminente boda con Lady Isabella Cunningham se cierne sobre nosotros, un recordatorio constante de las expectativas del reino.
Una tarde, mientras reviso documentos en mi despacho, mi madre entra sin previo aviso. Su expresión es severa, sus ojos llenos de desaprobación.
—Sebastian, necesitamos hablar.
—Madre, ¿qué sucede?
—He oído rumores sobre tu cercanía con esa plebeya, Eliza. Esto no puede continuar. Tienes un deber con el reino y con Lady Isabella.
—Madre, te respeto, pero no puedes dictar mi corazón. Eliza no es solo una plebeya. Es alguien que significa mucho para mí.
La reina suspira, su expresión suavizándose un poco.
—Lo entiendo, Sebastian. Pero debes pensar en el bien del reino. Isabella es una aliada poderosa. Su familia puede fortalecer nuestra posición.
—Y qué pasa con mi felicidad, madre? ¿No importa eso?
—Tu felicidad importa, hijo. Pero a veces debemos sacrificar lo que queremos por el bien mayor.
Sus palabras me golpean como una bofetada, pero sé que tiene razón en parte. El reino necesita estabilidad y alianzas. Pero no puedo simplemente ignorar mis sentimientos por Eliza.
—Lo pensaré, madre. Pero no puedo prometer nada.
Ella asiente, sabiendo que la conversación no está terminada.
Esa noche, busco a Eliza. La encuentro en los jardines, bajo la luz de la luna, su figura delicada envuelta en un aura de melancolía.
—Eliza, necesito hablar contigo.
Ella se vuelve, su expresión llena de preocupación.
—¿Qué sucede, Sebastian?
—Mi madre ha oído rumores sobre nosotros. Quiere que termine nuestra relación.
Eliza baja la mirada, su voz apenas un susurro.
—¿Ya no te estaré dando más clases de idiomas?
—Eso sí, solo lo que hay entre nosotros…
—Sebastián… No hay nada entre nosotros —dice ella con rapidez y esas palabras son como cuchillos muy afilados clavándose en todo mi cuerpo.
—¿Acaso no lo ves? Sí que la hay.
Ella niega con la cabeza.
—No sé que te estas imaginando, pero solo somos dos personas que trabajan juntos por un bien y este es que aprendas el idioma… No me agrada mucho pasar el tiempo contigo, no después de tantos años, pero necesito el dinero. Realmente lo necesito y me esfuerzo por ello, por estar acá aunque no quiero.
Cada palabra que sale de su boca me hace mucho más daño, el corazón me duele y siento un nudo en la garganta, creí que estábamos mejorando, que me perdonaba por haberme ido, que nuestra amistad volvería a ser la misma de antes, pero veo que me he equivocado y bastante.
Trago saliva con fuerza mientras asiento e intento espantar el dolor de mi corazón.
—No te preocupes por eso, tu trabajo esta a salvo —mi voz sale más dura de lo que pretendo, pero no puedo fingir que estoy bien y que no duele.
—Gracias.
La investigación sobre el despido de la madre de Eliza avanza lentamente. Cada día descubro más sobre las intrigas del palacio, y cada día me acerco más a la verdad. Alexander y yo trabajamos incansablemente, sabiendo que cualquier paso en falso podría ser desastroso.
Una noche, mientras reviso documentos en mi estudio, Alexander entra con una expresión grave.
—Sebastian, he descubierto algo importante.
—¿Qué es, Alexander?
—Parece que Lord Cunningham estuvo involucrado en el despido de la madre de Eliza. Quería eliminar cualquier obstáculo para su hija Isabella.
La revelación me deja helado. ¿Cómo pudo alguien ser tan cruel? Además han pasado años, ni siquiera los tenía en mi radar, pero parece que ellos han estado programando mi vida a su conveniencia. ¿Por qué? Si a fin de cuentas, yo no era el heredero al trono.
—Esto no quedará así, Alexander. Necesitamos pruebas sólidas. Hay muchas cosas que no estoy comprendiendo ahora mismo.
—Estoy en ello, Sebastian. Pero debemos ser cautelosos. Lord Cunningham es poderoso.
Asiento, sabiendo que la batalla será difícil. Pero no tengo intención de rendirme.
Los días pasan en una mezcla de tensiones y pequeñas victorias. La investigación sobre Lord Cunningham avanza y cada vez estamos más cerca de tener las pruebas que necesitamos. Mientras tanto, la relación entre Eliza y yo se fortalece, a pesar de los desafíos.
Un día, mientras paseamos por los jardines, la conversación se vuelve más seria.
—Sebastian, ¿qué pasará si no podemos probar la culpabilidad de Lord Cunningham?
—No podemos pensar así, Eliza. Debemos tener fe en que encontraremos la verdad.
Ella asiente, aunque su preocupación es evidente.
—Y si no lo hacemos?
—No lo sé, Eliza.
Finalmente, el día llega. Alexander entra en mi estudio con un sobre en la mano, su expresión triunfante.
—Lo tenemos, Sebastian. Pruebas irrefutables de la implicación de Lord Cunningham.
Mi corazón late con fuerza. Esto es lo que hemos estado esperando.
—Bien hecho, Alexander. Ahora debemos presentarlo al consejo.
Alexander asiente, sabiendo que la batalla aún no ha terminado.
El consejo se reúne en la gran sala del palacio. Los miembros murmuran entre sí mientras Alexander y yo nos preparamos para presentar nuestras pruebas.
—Miembros del consejo —comienzo, mi voz resonando en la sala—. Hoy presentaremos pruebas de la corrupción dentro de nuestro propio palacio. Pruebas que señalan a Lord Cunningham como responsable del despido injusto de la madre de Eliza Ann Foster.
Los murmullos aumentan en intensidad, pero continúo.
—Estas pruebas muestran que Lord Cunningham actuó por interés personal, eliminando a quienes consideraba obstáculos para su hija.
Presento las pruebas, observando cómo el consejo las examina con cuidado. La tensión en la sala es palpable.
—Esto es inaceptable —dice uno de los miembros, su voz firme—. No podemos permitir tal corrupción en nuestro reino.
El consejo debate acaloradamente, pero finalmente, la decisión es clara. Lord Cunningham será juzgado por sus crímenes.
Esa noche, busco a Eliza en los jardines. La encuentro bajo el árbol de cerezos, su lugar favorito.
—Eliza, lo hicimos. Tenemos las pruebas. Lord Cunningham será juzgado.
Ella me mira, la esperanza brillando en sus ojos.
—Sebastian, esto es un paso importante. Pero aún hay mucho por hacer.
—Lo sé, Eliza. Pero lo haremos juntos.
Ella asiente, y en ese momento, bajo las estrellas, sé que nada podrá separarnos aunque por ahora un estar juntos suena imposible y para ella es como mencionar que se acabará el mundo, mientras para mí es como estar en espera de un buen futuro.
Los días siguientes son una mezcla de alivio y preparación. El juicio de Lord Cunningham se acerca y el reino entero está pendiente
El juicio de Lord Cunningham es un evento monumental. El reino entero está pendiente, y el consejo se reúne para escuchar las pruebas. Presento el caso con firmeza, sabiendo que el destino de Eliza y el mío están en juego.
—Miembros del consejo —comienzo, mi voz resonando en la sala—. Hoy presentaremos pruebas de la corrupción dentro de nuestro propio palacio. Pruebas que señalan a Lord Cunningham como responsable del despido injusto de la madre de Eliza Foster.
Los murmullos aumentan en intensidad, pero continúo.
—Estas pruebas muestran que Lord Cunningham actuó por interés personal, eliminando a quienes consideraba obstáculos para su hija.
Presento las pruebas, observando cómo el consejo las examina con cuidado. La tensión en la sala es palpable.
—Esto es inaceptable —dice uno de los miembros, su voz firme—. No podemos permitir tal corrupción en nuestro reino.
El consejo debate acaloradamente, pero finalmente, la decisión es clara. Lord Cunningham será juzgado por sus crímenes.