Todas las fuerzas celestiales estaban ya ubicadas en la defensa de la entrada del segundo nivel. Ahí esperaban la orden de los líderes o bien el avance de los enemigos intentando entrar.
Había cientos de ellos que mirándolos en conjunto era algo impresionante de ver. Toda la fuerza celestial estaba ahí. Desde los pequeños y querubines con sus característicos rostros de niños, con ropas claras y casi transparentes por dónde se podía ver sus hermosas pieles similares al bronce. Su posición era arriba de unos carros dorados que podían volar a gran velocidad llamados tronos que increíblemente tenían vida propia. Los serafines que eran espíritus blancos sin forma definida, capaces de sacar varias extremidades de sus cuerpo, encargados de las artes musicales y creativas que sin dudarlo tenían grandes habilidades que aportar a la batalla. Los Salabines que eran de distintos tamaños y algunos más robustos que otros, con armas como arcos y espadas, todas ellas muy distintas a las humanas empezando por el material por el que eran elaboradas. Sus rostros como corderos recién nacidos en los cuales no podía verse ninguna facción de enojo o de maldad. Sus mantos dorados y plateados que cubrían casi toda su esencia. Sus destellos de luz en la parte trasera de sus espaldas que les permita volar y desplazarse.