Las siguientes horas fueron duras, trate de mantenerme despierta, pero después de la cuarta cabezada y las muchas disculpas a mi padre por rendirme ante mi deseo de dormir, me di cuenta de que sería misión imposible, por lo que, para la quinta cabezada me convencí a mí misma de que tenía que descansar, usando como justificación que cuando mi padre despertara se enfadaría al verme y darse cuenta de que no había dormido nada. Además, no disfrutaría de su pronto regreso al mundo de los semiconscientes si estaba gritándome y regañándome porque no puedo mantener mis ojos abiertos del cansancio.
Una vez llegada la mañana, me desperté y desperecé a eso de las seis. Tuve un flashback, dónde vi a mi padre luchando conmigo en las mañanas por despertarme de mis cómodas ensoñaciones durante años, siempre trataba de que yo tomara por hábito el despertar temprano, pero no era mi culpa, ¿Acaso tengo yo la culpa de que la cama se sienta mucho más sabrosa en las mañanas?.
Bueno padre estarás orgulloso, nunca has logrado que despertará antes de las siete, ero está vez lo he hecho voluntariamente, y con tiempo de antelación.
Al ver que seguía dormido, tome el impulso de despertarle, tal vez en este momento estaría descansado y listo para abrir los ojos.
– Papá, es hora de que despiertes ¿Vale? – le dije, aunque no hubo reacción.
– Son las seis, lo que significa que hoy he madrugado – bromeé, aún nada – Creo que voy a encender la televisión, veremos «La Ley y El Orden», seguro eso te animará.
Pensé que con eso habría alguna respuesta de su parte, una queja o algo, provocado por su odio a los casos exagerados de «La Ley y El Orden», o por si quiera plantearle ver «La Ley y El Orden» en general, pero no hubo respuesta, queja o si quiera un gesto de disgusto de su parte. Opte por buscar entre los canales lo que sea que fuese entretenido como para distraer a mis pensamientos pero no conseguí ni la ley y el orden ni ningún otro programa que a mi padre le gustará, así que decidí dejarlo en el canal de música, daban un especial sobre Andrea Bocelli, eso sí le gustaría.
– Ese hombre es todo un prodigio ¿Ah padre? – le sonreí, nada.
Escuché al menos veinte canciones de Andrea Bocelli y su interpretación del Ave María, la cual fue precisa no puedo negarlo, pero después de un rato me aburrió escuchar música así que busque entre los canales algún otro programa. Estaba en eso cuando llegaron los médicos, el Doctor Daniel, el médico que operó y ahora estaba encargado del caso de mi padre, revisaba a mi padre, lo palpa a en algunos lugares de su cuerpo y usaba una especie de linterna para ver examinar sus ojos.
– Excelente, muy bien – decía, aunque no sé si era a mi padre, a mi o a los otros médicos presentes – Muy bien Matthew – decía a mi padre – es hora de ver cómo están tus pulmones.
Acerco el estetoscopio a su tórax, lo movía a diferentes lados mientras miraba a la pared, parecía buscar algo dentro del pecho de mi padre, por lo visto no había encontrado nada, puesto que retiró el estetoscopio.
– Tus pulmones están bien Mat – dijo a papá – Así que pronto veremos si puedes usarlos sin los aparatos.
¿Mat?
– Espere – le detuve – ¿Va a quitarlos ahora?
– No, calma – me miró tratando de tranquilizarme, pero no funcionaba.
Esa bendita palabrita, «Calma», la había estado escuchando mucho en estos últimos días, por lo cual ya me estaba empezando a disgustar.
– No te preocupes – dijo el doctor - no hoy, pero si será pronto.
– ¿Que retirará específicamente? – pregunté tratando de sonar calmada, cuando no era el caso.
– Retiraremos la ventilación asistida dijo el doctor Daniel con paciencia – los pulmones se oyen sanos y fuertes, así que, si siguen así no debe haber problema.
– ¿Y si lo hay? – le inste al doctor Daniel.
– Niña, compórtate ¿sí? O tendremos que pedirte que te retires cuando se realice el proceso – dijo otro de los doctores presentes.
– John – dijo el doctor Daniel – No estreses al familiar del paciente – hizo ademán de calmar al doctor con ínfulas de grandeza.
– Doctor Daniel – dije haciendo en casos en su nombre para que quedara claro que era a él a quien iba dirigido mi comentario – No deseo ser grosera pero ¿Y si algo sale mal?
Sonrió como si le pareciera gracioso, a mí no me simpatizaba su sonrisita socarrona, pero no iba a molestar al doctor que se había puesto de mi parte.
– Hay tres médicos y dos enfermeras en esta habitación, nos las apañaremos si algo pasa, créeme.
– Bueno... Pero ¿Y si nada pasa entonces? – le dije intentando no sonar estúpida.
Él entendió a lo que me refería «Y si lo hace, funciona, pero igual no despierta».
– Recuerdas lo que te prometí ¿No?
– Si – contesté
– ¿Y lo que me dijiste? – me miró, su mirada me hizo sentir diminuta y apenada.
– Eso también – dije sintiéndome ruborizada.
– Pues, confía en mí un poco, y cumpliré mi promesa – declaró.
– Pues... Vale – le dije, él se acercó un poco para que solo yo pudiese oírle.
– Gracias – me dijo en un susurro que fue tan ligero y dice que se erizaron los vellos de la piel – Muy bien – Exclamó en voz alta para su personal – señores es hora de retirarnos.
Y tras decirlo se retiró, junto con su equipo de médicos que se fueron como hormiguitas en fila detrás del doctor Daniel, mientras yo me quede con mi padre, cambiando canales de televisión.
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Unos días después de hablar con el doctor Daniel, tras examinar que los pulmones de mi padre seguían sanos y fuertes, decidieron que era hora de retirar la ventilación mecánica.
Ese día llegaron temprano en la mañana y comenzaron a hacer una serie de procedimientos que no podría explicar, ni aunque quisiera, varias veces una enfermera me insistió en que saliera, pero me rehusé tantas veces que al final los doctores accedieron a qué me quedara, Adela uno, enfermera cero. Después de un rato de sacar una especie de no sé qué de no sé dónde, apagaron el equipo, esperaron pacientemente y luego de unos segundos de expectación comenzaron a verse más relajados al ver que mi padre subía y bajaba el pecho en lo que ellos me explicaron son «Movimientos Respiratorios», lo que implica que puede respirar por sí mismo, sin asistencia.
– Eso es bueno ¿No? – pregunté.
– Así es – afirmó uno de los doctores.
– Hmmmm... – Murmuré – Pero, aun no despierta.
– Calma Adela – insistió el doctor Daniel – estará bien, estas cosas a veces suceden.
Me quedé callada porque ya había decidido fiarme del doctor, pero aún seguía sin gustarme esa palabrita.
– Deberías descansar - insistió la enfermera Peña, no la use me había intentado sacar del cuarto - te ves agotada cariño.
– No puedo irme, no quiero dejarlo solo – le dije
– Yo lo cuidare, no te preocupes – insistió ella.
– ¿Usted? ¿No tiene más pacientes que atender?
– Ya viene el cambio de guardia, así que puedo quedarme aquí y esperar a que llegues – me dijo con voz tranquila
– ¿En serio? ¿no le importa? – le dije entre la emoción y el agotamiento.
Si deseaba ir a casa, pero no para descansar, sino para empacar cosas para mí y para mi padre, además de sábanas limpias y una buena almohada para él. ¿Quién sabe cuánto tiempo tendría que estar allí?... Bueno, no tanto esperaba, pero mientras tuviese que estar allí, sería más fácil y rápida su recuperación si se sentía cómodo.
– No, anda tranquila – me dijo, me lo pensé un poco pero al final opte por salir, no sin antes agradecerle a la enfermera Peña por sus servicios. Tome el primer taxi que conseguí y me fui directo a casa.
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Era jueves, y no veía clases los jueves así que por mi horario no era un problema, lo que si era un problema era conseguir un maldito taxi a esa hora que me llevará del centro al hospital. Había pasado por el centro para poder tomar algo de dinero en efectivo, con el cuál movilizarme estos días, además aproveche por pasar por una cafetería que a mi padre y a mí nos encanta, también a mamá le encantaba, compre tres combos de desayuno, dos cafés expreso y un latte vainilla para mí. El combo de desayuno y el café fueron a dar a la enfermera Peña en agradecimiento por cuidar de mi padre mientras no estaba
– Algo nuevo que reportar enfermera Peña – dije al entrar en la habitación y encontrarla dentada en el sillón marrón frente a mi padre, justo donde esperaba encontrarle.
– Si, que por favor ya no me digas así, me llamo Nuria – dijo ella a modo de respuesta – En cuanto a tu padre, lamento informar que no.
– Oh – dije algo desanimada – Enfer.... Es decir, ¿Señorita Nuria?
– Eso es – me dijo ella mientras daba el primer mordisco a su croissant – Señorita, y no por gusto.
Resistí el impulso de reír ante su comentario, pues había algo que era más importante saber para mí.
– ¿Eso es normal? – le pregunté.
Ella pensaba mientras yo procedía a darle un mordisco mi croissant, sabía a gloria mezclada con exquisitez y un toque de madre mía muero de hambre.
– Pues... - se detuvo comedida.
Pude notar la duda clavada en sus ojos cafés, su cabello rojizo acentuaba mucho las pecas de su tez clara, era muy linda, daba la impresión de ser una mujer calmada y comprensiva, eso impresión me daba buena espina y confianza, fue aunque yo nunca me fiaba de primeras impresiones ni de promesas, pero pues debido a la situación me he visto forzada a bajar mis reservas un poco.
– La verdad es que no lo sé, no soy doctora, pero en mis años de labor como enfermera puedo decirte que he visto muy pocos casos así.
– ¿Y los casos que has visto? ¿Qué les ha pasado a ellos?
– Francamente – me miró – Nada, siempre se recuperan y vuelven a su vida normal – dijo dándole otro mordisco a su aperitivo.
– Estás mintiendo – le dije severa, a lo que ella reaccionó sorprendida.
– No, no miento
– Si, si lo haces, y lamento decirte que se te da fatal – afirmé.
– ¿Que te hace pensar que estoy mintiendo? – dijo ella nerviosa.
– Creo que la pregunta correcta es: ¿Cómo sabes que te estoy mintiendo?
– ¿Entonces...?
– Tengo una habilidad, y mi padre también, por lo que me enseñó a usarla.
– ¿Habilidad? – dudó
– Mi padre y yo tenemos muy buena intuición, y podemos ver cuándo la gente miente, no es tan difícil, sus gestos los delatan, su cuerpo también.
– Interesante ¿Cómo lo supiste en mi caso? – pregunto curiosa.
– Pues, lo pensaste mucho – expliqué – titubeaste un poco, dudaste y te metiste el croissant en la boca rápido para ir no notará el temblor en tu voz.
– Sí que es impresionante. Lo tomaré en cuenta.
– No puedes, las personas por muy buenas que sean mintiendo siempre son delatadas, sino es su cuerpo o sus gestos es su mirada, cualquier cosa.
– Estás diciendo que nadie puede engañarte.
.Eso quisiera
– No – negué – seguro que alguien puede engañarme, pero es difícil, eso dependerá.
– ¿De qué? – preguntó observándome.
– De si deseo ser engañada – admití
Eso dejo a Nuria pensando un momento.
– Quieres decir que ¿Si alguien te engaña es porque tú se lo has permitido?
– Deja de darle vueltas al asunto por favor, y respóndeme con sinceridad ya que sabes que yo sabré si mientes.
– Pfff – suspiro – Es cierto eso, nada pasa, a menudo mueren o los desconectamos.
– ¿Qué? – Le interrumpí atragantándome – ¿Mueren? ¿En cuánto tiempo?
– Pues, cada caso es diferente – explico – Aunque a veces no pasan de 24 hor...
– ¿¡Veinticuatro horas!?– grite interrumpiéndole exaltada– Y usted me dijo que me fuera.
– Me has asustado – dijo ella ansiosa – Dios, Adela debes calmarte.
Nota mental: Nunca decirle a alguien que se calme.
El que haya inventado esa frase merece una cachetada de la persona a quien se lo dijo, eso de decir «Cálmate» a una persona alterada no funciona para nada
– Me ha dicho que...
– Suelen no pasar de las veinticuatro horas sin despertar, pero ya tu padre las ha pasado, y ya lo han desconectado de la ventilación, lo que es buena señal ¿No crees?
– Pues, el Doctor Daniel me ha dicho que sí.
– Pues, tenle fe a tu doctor – añadió – Y Dios, ¿A quién sacaste los nervios? ¿A tu madre!?
Cuánta confianza en tan poco tiempo.
– Lo siento, es que... Es que mi padre es todo lo que tengo y... Si algo... Yo... Si no despertara – Sentí el nudo en mi garganta y el estómago revuelto ante la posibilidad de que eso pasara – Simplemente no sabría qué hacer, no tengo a nadie más – solté.
Nuria se acercó a mi lentamente, acaricio mi cabello e hizo que la mirada. Sus ojos marrones me mostraban comprensión, y yo solo me sentía con más ganas de llorar.
– Lo entiendo – me dijo ella.
– No puedo perderlo – Solloce.
-– Lo sé – me dijo y se quedó viéndome fijamente – Adela, está bien que te diga así ¿no?
– Si seguro – confirme
– Si no es mucha molestia que pregunte ¿Y tú madre? – me soltó
Esa si no la esperaba, aunque debí verla venir.
– Es... complicado – dije sin más
– ¿No hay una forma de contactarla?
– No que yo conozca
– ¿Cómo es eso posible?
– Ya le dije, es complicado, – intente hacerle entender – es difícil, y pues soy legalmente un adulto, por lo que no puedo forzar a nadie a reaparecer.
– Es que, en esta situación, no aparecer.
– Bueno, es bastante...
– Complicado, ya, entiendo – admitió derrotada – ¿Qué hay de alguien más?
– Pues, mis abuelos están muertos y mis tíos no nos hablan desde la separación de bienes – Vaya, eso nos deja pocas opciones ¿No?
Me lo dices a mí.
– Así es – le contesté – de todas formas gracias por cuidar de mi padre
– Para servirte – me dijo, mientras tomaba un papel de su traje – este es mi número - me extendió el papel – llámame cuando me necesites – me dijo y se retiró.
Vi los números escritos en lapicero azul, los números que me permitirían contactar con la enfermera Nuria Peña, con quién pasaría más tiempo del que hubiese deseado.